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paña, sino únicamente del punto concreto de los Institutos Religiosos, sólo apuntaremos que Gregorio XVI, en esa memorable alocución, volvió á condenar del modo más explícito, terminante y enérgico, la legislación del 37, ex. tendida por el ministerio de Espartero á las comarcas que habían dominado los carlistas durante la guerra, menos los decretos sacando á pública subasta los conventos y sus bienes. «La Santa Sede nunca abandona la causa de las Ordenes Religiosas, es un hecho que no hay que perder de vista jamás.

Morote, en su entusiasmo delirante por la política antirreligiosa de Esparte ro, se olvida de recordar á sus lectores que esa política fué precisamente causa principal de su caída.

Un escritor progresista, y tan poco afecto á Roma como D. Juan Valera, lo declara sin ambajes.

Es de notar, en primer lugar, que el Gobierno no debía estar tan seguro del éxito de opinión del manifiesto que tanto enloquece á Morote, cuando puso tan exquisito cuidado en impedir por todos los medios autoritarios y policíacos que tenía á su alcance la circulación de la alocución del Papa. Si ésta quedaba desvirtuada, anulada, en el concepto de las gentes, con el manifiesto contra Roma, ¿por qué no publicarla con el

mismo manifiesto? Pero, como refiere Valera, el empeño de que no leyeran los españoles la alocución pontificia fué vano, y su efecto... Oigamos á Valera:

«La verdad es que si la alocución del Papa no promovió ya nueva guerra civil contra la Reina 1, hizo daño grandísimo al Gobierno del Regente, y preparó su caída.»

Refiere luego que el Gobierno de Espartero, para intimidar á la Santa Sede, presentó el proyecto de ley de 20 de Enero de 1842, cortando los lazos de la Iglesia de España con el Papa, decreto que, según el mismo Valera, los mismos conservadores de la situación calificaron de imprudente, nefando y espan table, y añade:

« Apenas redactado el proyecto de ley, el Gobierno español tembló de haberle redactado, y buscó medio de invalidarle y de quedar airoso en virtud de una avenencia con el Papa. Inverosímil parece que el Gobierno español creyese que iba á engañar con sus bravatas á los perspicaces hombres de Estado de Roma y á conseguir de ellos lo que se proponía. Éstos conocieron al instante que nuestros ministros querían sacar fuerzas de flaqueza; en vez de amilanarse, cobraron nuevo aliento, y anunciaron una Encíclica refutando los principios en que se apoyaba el proyecto de ley.

» La Encíclica no tardó en aparecer (el 22 de Febrero de 1842, un mes y dos días después del

1 No tenía por qué promoverla, pues no era ese el objeto de la alocución, ni el Papa pretendió nunca tal cosa.

proyecto de ley del Sr. Alonso) condenando las doctrinas del mencionado proyecto y concediendo indulgencia plenaria en forma de jubileo á todos los fieles de la cristiandad que pidiesen el divino auxilio para remediar las calamidades de la Iglesia española. «El fin que tuvo el Gobierno del mal aconsejado Regente, añade el Sr. Castillo y Ayensa en su Historia crítica de las negociaciones con Roma, prueba que las oraciones de los fieles no fueron desoídas.»

>En efecto: el pobre Regente, convertido por el Papa en un perseguidor, en un Diocleciano ó en un Juliano en pequeño, se atrajo el odio de los fieles, la enemistad de los ultramontanos y hasta la execración de no pocas almas piadosas, lo cual unido á la ambición y á la astucia del par→ tido moderado y á la ingrata rebeldía de no pocos progresistas, produjo el popular pronunciamiento de 1843 y á poco la reacción, que duró más de diez años» 1.

El levantamiento de 1843 contra Espartero fué verdaderamente nacional, y el sentimiento religioso, herido por la política anticatólica de aquellos gobiernos, su causa principal. Demostráronlo las Juntas constituídas en las provincias; las de Valencia, Tarragona, Teruel, Lugo, Santiago, Palencia, Cáceres y Mallorca, por ejemplo, se apresuraron á derogar por sí mismas el decreto que exigía á los sacerdotes un atestado de adhesión á las instituciones, esto es, á

1 Hist. de Esp. por D. Modesto Lafuente.-Continuación de Valera.-Ed. de 1890.-Tomo XXII, pág. 359.

la política anticlerical del Gobierno, para poder ejercer el sagrado ministerio; las de Valencia, Salamanca, Sigüenza, Burgos y Teruel decretaron la inmediata devolución al clero y á las monjas de los bienes no vendidos, y muchas pronunciaron la palabra Concordato como el único medio de poner término á las desgracias de la Iglesia y de la patria.

¿Por qué Morote, y los que como él escriben, al ponderar actos resonantes de anticlericalismo, como el manifiesto de Espartero y la política general seguida por los gobiernos de su regencia, no cuentan el resultado que produjeron aquellos actos para sus mismos autores? Sólo apreciando á la vez el acto y sus consecuencias prácticas, es como puede juzgarse del valor y significación del primero. Morote escribía para excitar y enardecer á los gobernantes de principios del siglo xx, á que imitasen la conducta de Espartero á fines de la primera mitad del xIx. El consejo no resulta leal, porque no se advierte á los aconsejados el efecto que tuvo esa conducta para Espartero..

XIII

Las Órdenes religiosas en el Concordato de 1851.-Período preparatorio.-Consideraciones generales. Los partidos políticos en 1844.

No tratamos de historiar el Concordato de 1851, sino sólo la parte de él referente á las Órdenes religiosas.

Ya hemos visto que en el levantamiento nacional contra Espartero la palabra Concordato había sido pronunciada por algunas Juntas provinciales, y en el espíritu de la inmensa mayoría de los es. pañoles estaba esta idea de un Concordato como manera única de arreglo religioso, después de tantos años en que se había venido legislando contra la Iglesia y acumulando ruinas sobre ruinas en este orden fundamental de la sociedad española. Por eso el Gobierno que ocupó el Poder 1 por resultas de aquel levantamiento, procuró desde

1_Los primeros ministerios después de la caída de Espartero fueron los de López Olózaga, representantes de la fracción progresista que se había unido al levantamiento nacional; pero los moderados eran los dueños de la situación, y llegaron á predominar en el mismo año 43, formándose primero el gabinete González Bravo, y después el de Narvào.

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