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á cada paso estallaban motines y pronunciamientos militares; la Santa Sede conocía tan perfectamente esta situación general de las cosas, que muchas. veces el Cardenal Lambruschini dijo á Castillo y Ayensa que una de las causas principales que retraían al Papa para tratar formalmente con España, era la inestabilidad de nuestros Gobiernos. ¿A qué abrir negociaciones, venía á decir el Cardenal á Castillo, si de la noche á la mañana puede estallar una nueva revolución, y el Gobierno sucesor del actual no admitir nada de lo que tratemos?

Esto significa que si los prohombres moderados temían á la revolución, sus temores no eran infundados, toda vez que la misma Santa Sede participaba de ellos. En tales circunstancias, la Santa Sede, obrando con la consumada prudencia que le es característica, pidetan sólo que se prepare el restablecimiento, para plazo no lejano, de las familias religiosas, es decir, que se levante la proscripción fulminada en las leyes de 1837, dejando á la buena voluntad del Gobierno, ó sea al tiempo y á la Providencia, el restablecimiento efectivo.

Tal es el sentido de la Base séptima.

XVI

El Gobierno acepta las Bases preliminares.-Nota de Martínez de la Rosa: su parte referente á la base 7.a-Intervención en este asunto del general Narváez.

El Gobierno español aceptó completa y absolutamente las Bases preliminares propuestas por el Cardenal Lambruschini. Así consta de una manera positiva y terminante en la nota de 15 de Febrero de 1845, suscrita por el ministro de Estado, Sr. Martínez de la Rosa, y dirigida á Castillo y Ayensa.

Los términos de este célebre documento no pueden ser más claros. Empieza así:

Deberá V. S. ante todas cosas manifestar, por cuantos medios estén á su alcance, la satisfacción con que ha oído S. M. la grata nueva de que Su Santidad se hallaba dispuesto á mandar abrir la anhelada negociación, para que vuelvan á entrar completamente en el debido orden los asuntos de España.

»>No era de esperar menos de la apostólica solicitud del Pastor común de los fieles, que al paso que lamenta los males causados por la revolución, tiende su benéfica mano para repararlos en lo posible, acudiendo á las urgentes necesidades de la Iglesia española, que por tantos años ha visto interrumpidas sus acostumbradas relaciones con la Santa Sede.

>Su Majestad ha visto con especial agrado que el Sumo Pontífice ha hecho plena justicia á los sentimientos que animan al Gobierno español, el cual ha cumplido con un sagrado deber dictando cuantas providencias ha estimado convenientes y oportunas para apartar los obstácu. los que las revueltas anteriores y la turbación de los tiempos habían amontonado, y para allanar la senda á la reconciliación apetecida.

» Esta misma convicción de los sentimientos que le animan, unida á la confianza que le inspiran la ilustración y benignidad del Santo Pontífice, le hacen concebir la fundada esperanza de que dentro de un breve plazo se renueven las antiguas relaciones entre la Santa Sede y la católica España. Y deseoso de contribuir por su parte á tan importante objeto, se apresura el Gobierno de Su Majestad á contestar á los varios puntos indicados en la comunicación pasada de orden de Sü Santidad por el Emmo. Sr. Cardenal secretario de Estado, procurando que dicha contestación sea tan clara y sencilla cual corresponde á la buena fe de los consejeros de la Corona, y á los grandes intereses que se versan en la materia. »

Entra en seguida á contestar punto por punto á las Bases, y respecto de la séptima, dice:

«Es un hecho cierto (como ha llegado con agrado á oídos de Su Santidad), que subsisten conventos de religiosos en las posesiones españolas de Ultramar, y no sólo es así, sino que en la Península misma hay tres conventos para Misioneros, como un plantel en que se crían los que luego han de llevar á remotas regiones la religión de Jesucristo. Aún no satisfecho con esto, tiene el Ministerio actual el pensamiento, que va á poner por obra, de dar mayor ensanche á una institución tan benéfica, á fin de que sea mayor el número

de los varones apostólicos que vayan á los muchos y muy dilados países en que se habla la lengua castellana, á la par que procuren en América, en Africa, en Asia, predicar á los pueblos, bárbaros la doctrina evangélica, llevando en una mano la antorcha de la fe y en otra la de la civilización y cultura. Actualmente está sometido á la aprobación de las Cortes un proyecto de ley presentado por el Gobierno para restablecer, bajo el mismo pie que tenía antes de los últimos trastornos, el instituto religioso de las Escuelas Pías, fundación que tanto honra la memoria de un ilustre. español, San José de Calasanz; establecimiento utilísimo bajo todos conceptos, pues que proporciona á muchos miles de niños pobres una educación religiosa y moral, con igual utilidad y provecho de la Iglesia y del Estado.

>Es también posible que se restablezca alguna. Orden hospitalaria para atender á las necesidades, de la humanidad doliente, con aquel celo vivo y aquella abnegación de sí propio que sólo es capaz de inspirar la religión cristiana.

» Véase, pues, cuáles son las miras del Gobierno español, que procura enlazar la subsistencia de algunos Institutos religiosos con algún gran pensamiento de manifiesta utilidad que les concilie desde luego, la pública aceptación y el respeto y veneración que por tantos títulos merecen; no pudiendo, por otra parte, prescindir el Gobierno de tomar en cuenta las alteraciones que ha ocasionado la diversidad de tiempos y de circunstancias,. así como el estado á que ha venido la nación, señora no ha mucho de los vastos territorios en que. se han formado tantos nuevos Estados, al mismo tiempo que se ha visto afligida en su propio suelo por guerras civiles y extranjeras, por revoluciones y trastornos, que han dado un rudo 'golpe á su antiguo poder y riqueza, cambiando notablemente su situación política y económica bajo todos aspectos.»>

Y concluye con este párrafo termi

nante:

«El Gobierno de Su Majestad está conforme en todas las Bases propuestas, como una especie de preliminar para la deseada avenencia; y por lo mismo que ha manifestado tan buena voluntad, confía en la paternal solicitud del Sumo Pontífice que se dignará dictar las órdenes oportunas á fin de que, cesando cuanto antes un estado tan perjudicial y peligroso, vea la católica España brillar el fausto día en que se renueven y afiancen las antiguas relaciones con la Santa Sede.»>

La historia interna de esta nota, ó sea de la aceptación de las Bases prelimimares por el Gobierno español, es curiosa y amena, y hasta tiene el interés de poner de manifiesto una vez más la exactitud con que escriben la historia los anticlericales.

Morote, en efecto, presenta, en su libro Los Frailes en España, al general Narváez como á un fiero enemigo del restablecimiento de las Ordenes Reli giosas. Son expresivos y pintorescos los términos en que el escritor anticlerical pondera la actitud de Narváez en este punto porque en una comunicación, de que hablaremos luego, Narváez repite la cantinela de que el restableci miento de las Ordenes podía producir en España una revolución, lugar común, como ya hemos dicho varias veces, de los Gobiernos moderados en aquellas negociaciones; Morote suelta la espita

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