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de la Iglesia, á la conservación de la Religión, veneración, lustre y aumento de las Religiones.... etc., etc.»

¿A qué seguir copiando? Los curiosos, que busquen el texto en la Novísima; el sentido de la consulta y de la real disposición que la hizo ley, está patente. Los consejeros de Carlos II creían que para poper mano en las Órdenes Religiosas era menester, no concordar, sino suplicar á la Santa Sede, y estar á lo que la Santa Sede ordenara, es decir, que en esta clase de asuntos no tenía el Rey más derecho que el de un particular: el de súplica á la única autoridad competente, que es el Papa.

V

Los enemigos de los Religiosos.

Las Ordenes Religiosas tienen enemigos, muchos enemigos, no sólo en Es. paña, sino en Francia, en Portugal, en Italia, en Alemania, en todas partes. Hay quien se maravilla de esto, y hasta quien, poco enterado de la historia, reputa el fenómeno social de la enemistad y prevención contra los Institutos de Religión, como cosa peregrina y característica de nuestro tiempo.

Y, sin embargo, este hecho nada tiene de maravilloso ni de nuevo.

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La perfección evangélica, fundamento y fin de las Ordenes Religiosas, es de orden sobrenatural ó de la gracia. El mismo Jesucristo lo dijo claramente á sus Apóstoles cuando, como hemos recordado en el párrafo I, éstos le objetaron que era imposible al hombre seguir tan estrecha senda de vida, y El entonces declaró que lo que al hombre es imposible no lo es á Dios. De aquí que cuantos no crean en Dios, ó no crean en esa intervención suya, constante en la vida humana, á que llamamos gracia divina, ó estimen que no hay más orden que el natural, tengan que rechazar la base sobre que se han establecido y establecen todas las Ordenes. Cristo enseñó que lo que es imposible al hombre, no lo es á Dios; y los ateos, los naturalistas de toda especie y catadura, y cuantos á sí propios se llaman racionalistas, sostienen que lo que es imposible al hombre, es imposible de toda imposibilidad. Para ellos el término sobrenatural, ó no significa nada, ó es sinónimo de contranatural.

¿Qué tiene, pues, de asombroso que todos estos acusen á cuantos tratan de practicar los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), ó de hipócritas, que sólo lo intentan aparentemente, y para engañar ó embobar á los demás, reservándose hacer á escondi.

das cuanto les venga en gusto, ó de alucinados, fanáticos ó degenerados, que han entrado en esa vía por deficiencias mentales, ó por incapacidad fisiológica? ¿Ni qué hay tampoco de particular en que la práctica de los consejos evangélicos sea reputada por ellos, como cosa funesta á la sociedad y á la república?

Pues agréguese que las Órdenes Religiosas, no sólo practican los consejos evangélicos, sino que son activísimas predicadoras del Evangelio, difundidoras de su espíritu por todos los ámbitos sociales, defensoras natas de la Iglesia y muy especialmente del Romano Pontífice, su jefe visible y Vicario de Jesucristo en la tierra, y se verá cómo cuantos son enemigos del Catolicismo, del Papa, de la difusión del Evangelio y de la influencia de la Iglesia en la ciencia, en el arte, en las costumbres, en las leyes y en la gobernación del Estado, tienen que serlo necesariamente de las Ordenes.

Discurriendo idealmente sobre las cosas de la vida, esto es, pensando en lo que debía ser, ocurre desde luego no concebir la existencia mas que de dos campos: el de los buenos y el de los malos, el de los católicos y el de los anticatólicos, la ciudad de Dios y la ciudad del mundo ó del demonio. La observación y experiencia nos acreditan, sin

embargo, que esa distinción de campos ni está realizada todavía, ni parece probable que se realice pronto. Así como por efecto de la tradición cristiana, aun en los que más alardean de naturalistas y librepensadores, no es difícil descubrir dejos y vislumbres de cristianos, en muchos que se dicen católicos, es evidente el virus racionalista de que están inficionados, ya por ignorancia religiosa, ya por malas lecturas, ya por mero influjo del ambiente descreído que hoy se respira, ya por ambiciones y codicias políticas y sociales. Estos malos católicos constituyen al presente legión. Ellos son la masa neutra, quizá el elemento más numeroso en las naciones católicas. No todos sus individuos han sido inficionados en igual medida; los hay que apenas conservan de católicos algunas prácticas, como las de hacer bautizar á sus hijos, educarlos en colegios católicos, casarse por la Iglesia y enterrarse en sagrado 1, y los hay que van á misa, confiesan y comulgan con alguna frecuencia, hacen obras de piedad y caridad, y sólo manifiestan el virus racionalista de que han sido con

1 Refiriéndose á Francia, L'Action Franciscaine ha calificado á estos católicos de católicos de las tres ceremonias (bautismo, primera comunión y entierro en sagrado).

tagiados, por preocupaciones anticatólicas adquiridas en una educación defectuosa, ó por malas compañías de libros ó personas.

Entre estos católicos deficientes, la enemiga contra las Ordenes Religiosas se manifiesta en el mismo grado que su deficiencia de catolicismo. La regla es: los católicos buenos, es decir, los que aun siendo pecadores, quieren realmente, y en serio, profesar la Religión de Jesucristo, son, no ya partidarios, sino amigos entusiastas de las Ordenes; los anticatólicos son, por lo mismo, enemigos rabiosos, irreconciliables, furibundos, de los Institutos Religiosos, y en esa masa gris intermedia, la enemistad es mayor ó menor, según el aleja miento individual de la doctrina cristiana. Por eso pueden envanecerse los an. ticatólicos de citar textos atribuídos á católicos contra las Ordenes, y aun contra la perfección evangélica en general. Pero son siempre de malos católicos, ó sea de católicos que en esta parte, al menos, reniegan de la doctrina de la Iglesia. Y si por ventura citan alguno de católicos íntegros y fervorosos, es tergiversándolo, ó dándole sentido diferente del que le dieron sus autores. Porque los católicos buenos, por lo mismo que tienen en tanta estima la perfección evangélica y las Ordenes que

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