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AL LECTOR

VARIOS libros y muchos opúsculos-algu

nos excelentes-han visto la luz durante las pasadas turbulencias, que con las luminosísimas Pastorales de los Prelados, los discursos de los oradores católicos en el Parlamento y en las reuniones públicas, los artículos de revistas y diarios y los mensajes de protesta ó de súplica elevados al Rey y á las Cortes, constituyen una formidable apología, escrita, puede decirse, por la nación española en defensa de las Ordenes Religiosas, de su existencia legal indiscutible, de su santa libertad para vivir y desarrollarse al amparo de las leyes eclesiásticas, civiles y concordadas que forman nuestro Derecho nacional, de los beneficios sociales incalculables que reportan á todos, y especialmente al pueblo (tomando esta palabra en su sentido de masa ó clases humildes), de la sinrazón, en suma, con que han sido atacadas por los sectarios á nombre de una libertad que, en labios de éstos, significa tiranía, y de una civilización que

para ellos no es otra cosa que descreimiento y materialismo.

Entre los libros, el muy completo del malogrado Dr. D. Joaquín Buitrago y Hernández, Las Ordenes Religiosas y los Religiosos, publicado en 1901, esto es, á los principios de la campaña anticlerical, ocupará siempre preferentísimo puesto en las bibliotecas y en el estudio de los doctos. El libro de Buitrago es excelente, y cuanto dice, incontrovertible; sólo le falta lo que, dada la fecha en que apareció, no puede tener, esto es, el desarrollo de la guerra movida contra los Institutos Religiosos, y la cuenta de los documentos que la lucha ha ido sacando después de los archivos en que yacían sepultados, y que han venido á iluminar con luz meridiana los puntos tratados magistralmente por Buitrago.

Posteriormente al libro de Buitrago se han publicado los documentos de la negociación preliminar al Concordato de 1851, en el período que media entre la negativa del Gobierno español á ratificar la Conventio, de que tanto y tan disparatadamente se habló un día, hasta las conferencias de monseñor Brunelli con el primer Marqués de Pidal, que dieron por resultado el Concordato, aunque con otro breve periodo de negociación posterior, seguido por el Sr. Beltrán de Lis, ministro de Gracia y Justicia en el gabinete Bravo Murillo. Y los papeles que no han visto la luz pública en el Apén

dice 2.° al número 190 del Diario de Sesiones de Cortes, han podido ser consultados, tanto en el Archivo del Ministerio de Estado y en el particular del actual señor Marqués de Pidal, en que obran en fidedignas copias, como en las Cortes, adonde fueron llevados para que los examinasen cuantos quisieran. Cabe, pues, hoy trazar la verdadera historia documentada del Concordato de 1851, que antes sólo era conocida imperfectamente por referencias interesadas y datos incompletos.

Pero otras negociaciones concordatarias se han seguido después, las cuales, además de su valor para la interpretación del nuevo Convenio ajustado entre la Santa Sede y el Estado Español, á que sólo falta la ratificación legislativa por haber caido el ministerio Maura, en 1905, antes de obtenerla del Congreso, tienen valor extraordinario, tanto para el conocimiento del Concordato del 51, como para el de los verdaderos propósitos de los gobiernos y ministros que han alardeado de más foribundo anticlericalismo. Imposible comprender este periodo de agitaciones, que se dilata desde 1900 á 1907, sin tener à la vista y estudiar las negociaciones seguidas con la Santa Sede por los gabinetes liberales, sin exceptuar el famoso del Pacto.

Un periodista anticlerical, eficasimo auxiliar de Canalejas en sus campañas waldeckrousseanianas, hasta el punto de ha

ber sido, según pública voz, el redactor del Proyecto de Ley de Asociaciones de 1906, publicó en 1904 un opúsculo con el llamativo rótulo de Los Frailes en España, y en el que, cogiendo de los expedientes referidos los papeles y frases que le parecian más convenientes á sus propósitos, procediendo, en suma, no como historiador imparcial, sino como hábil abogado de mala causa, tejió un relato, aparentemente documentado, en que se llegaba por tortuosos caminos á la estrafalaria tesis de ser la tradición española sistemáticamente hostil á la Santa Sede, y de que hasta que apareció en el mundo el Sr. Maura no hubo en el gobierno de nuestra patria quien hiciese caso maldito del Papa, absolutamente para nada, pero con especialidad al legislar y tratar sobre Ordenes Religiosas. Según Morote, tanto los antiguos Reyes Católicos como los moderados que negociaron el Concordato del 51, no miraban jamás al Papa, si no es amenazándole con los puños cerrados, y en bravucón desplante de guapo de comedia.

Tan ridículas especies no dejan, sin embargo, de producir algún efecto en los que, no teniendo hábito de pensar por cuenta propia, menos han de tenerlo para enterarse por sí mismos de lo que sucedió en el tiempo pasado. Es necesario, pues, para completar la defensa de las Ordenes Religiosas, un nuevo libro en que sean estudia

das con criterio imparcial, á lo historiador y no á lo sectario, esas negociaciones y esa historia, de que los anticlericales han querido sacar partido; por desgracia, dada la complexión de los lectores modernos, el libro tiene que ser relativamente breve, y, por tanto, una condensación sintética de hechos y documentos: todo lo que sea menester para formar idea del asunto; pero ni una palabra más de lo que haga falta.

Quien hubiera hecho admirablemente este libro es el mismo Doctor Buitrago, que tan á maravilla escribió el otro; pero como Dios nuestro Señor quiso sacarle de este mundo, hay que conformarse con su voluntad santísima, y llevar en paciencia que el segundo libro sea por su composición y redacción inferior al primero.

El que ha redactado este segundo, bajo la inspección y vigilancia de personas doctisimas, ha seguido en su trabajo un método rigorosamente histórico. Estas cuestiones como la de los Institutos Religiosos, que se desenvuelven á través de los siglos, teniendo siempre un fondo idéntico, pero variando en sus circunstancias y accidentes, según las ideas, lenguaje, costumbres é intereses predominantes en cada época, no pueden ser bien entendidas si no son tratadas históricamente.

Hasta las palabras que se usan siempre en estas polémicas varían de significación de un período á otro, y de aquí enormes

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