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Impaciente Bolívar, al recibir la carta de Morillo de 20 de Octubre en que aceptaba la propuesta del armisticio, le anunciaba el envío de sus comisarios, y hacía votos por el éxito de la negociación. Escribió de nuevo á Morillo, enviándole directamente las bases del arreglo. No las creyó aceptables el jefe realista, pero eso no impidió que los comisarios siguieran su viaje, y que Bolívar enviara en seguida al campamento del jefe realista al general Sucre y al coronel Plaza con el encargo de hacer algunas explicaciones á sus comisarios.

Entre tanto, Morillo fijó su Cuartel general en Carache y sus emisarios llegaron al campa

mento de Bolívar el 19 de Noviembre. El 21 comenzaron las conferencias en Trujillo entre estos y los comisarios de Bolívar que eran Sucre, Briceño Mendez y Perez; y después de varias infructuosas, se llegó por fin á un acuerdo el 25 de Noviembre, firmándose en ese día un armisticio que duraría seis meses ó más si fuere preciso, hasta haber obtenido un tratado de paz. En este documento se insertaron las demás claúsulas acostumbradas en

esta clase de exponsiones. El acto de Trujillo fué ratificado por uno y otro jefe.

El general Morillo manifestó deseos de tener una entrevista con el general Bolívar, y éste correspondió atentamente, poniéndose en marcha hacia el pueblo de Santa Ana, acompañado de sus edecanes y de algunos jefes. Morillo, que llegó al mismo punto el 27 de Noviembre, envió cuatro oficiales de alta graduación para recibir á Bolívar, y él mismo, con su séquito, le esperó á la entrada del pueblo.

Al encontrarse ambos, desmontáronse de sus cabalgaduras para estrecharse con efusión y afecto. La Torre se inspiró también en este ejemplo, y el acto fué digno de la raza española. Diríase que aquel abrazo espontáneo y sincero que unió en un banquete á los dos caudillos del opuesto bando, era precursor del que más tarde habrían de darse España y Venezuela en el Congreso de los pueblos cultos, cuando, rota la valla de infundados enojos, ámbas naciones se holgaran de sus mútuas proezas en una guerra que no tuvo vencedores ni vencidos, sino españoles, tiranizados por

el poder real, que permanecían estacionarios, y españoles que despertaban con los primeros albores de la libertad americana.

De Santa Ana se separaron amigos por siempre, y á indicación de Morillo convinieron en levantar allí una columna que perpetuara la memoria de tan feliz suceso, y ambos colocaron la primera piedra, abrazándose de nuevo durante ese acto.

Al amanecer del 28 se dividieron las dos comitivas, con vítores á Colombia y á España en una despedida amistosa, tierna y galante, en la cual quedaron sepultados los tristes recuerdos de la guerra á muerte....

Para aquella fecha Santa Marta había caido en poder de los patriotas al mando del bizarro coronel Carreño después de reñidos combates, y Montilla, que ocupaba la de Río Hacha, se dirigía de nuevo á Cartagena con el propósito de reducirla cuando le llegó la notificación del armisticio, y paralizó sus operaciones.

Morillo se embarcó el 17 de Diciembre con rumbo á Cádiz, haciendo uso de una licencia que le había concedido su Gobierno. Anhelaba

estar al lado de su compañera, á la cual se había unido por poder durante su residencia en Venezuela. Al retirarse entregó el mando á La Torre, y fueron inútiles los ruegos de las principales autoridades de Carácas y otras ciudades para que supendiera su embarque, con el fin de hacer la nueva campaña contra Bolívar.

Poco tiempo duró el armisticio, porque á fines de Enero de 1820 ocurrió un pronunciamiento en Maracaibo en favor de su indepencia. Aquella provincia había permanecido adicta al Gobierno español hasta entónces; por consiguiente, al proclamar su independencia estaba en su derecho, y esto no constituía una violación del armisticio. Pero sucedió que la trama patriótica urdida y llevada á cabo por Briceño, requería el concurso directo de las tropas nacionales al mando de Urdaneta y acantonadas en Trujillo, y este jefe, por órdenes secretas, segun parece, de Bolívar, no tuvo escrúpulo en apoyar el movimiento violando el armisticio.

En vano protestó La Torre y pidió que las

cosas se restablecieran al estado que tenían ántes de aquel suceso.

Bolivar no accedió á esta exigencia, y para evitar nuevas complicaciones, no sólo participó al jefe español que las hostilidades se renovarían en el término de cuarenta días, sino que poco después, con el fin de conservar en su poder la plaza de Maracaibo, intimó de nuevo desde Trujillo la continuación de la guerra, ó el reconocimiento de la independencia de Colombia, que no podía ser aceptado por La Torre, sin instrucciones de su Gobierno, y ménos aún estando pendientes las negociaciones de paz entre los comisarios de ambos beligerantes.

Si el éxito de la campaña que Bolívar se preparaba á emprender hubiera sido funesto, la historia no le habría atenuado aquel acto en que faltó á la fé pública, solemnemente empeñada; pero como la independencia de Venezuela quedó definitivamente asegurada en aquel año, dicho está que estos pormenores no son sino meros motivos para las apreciaciones de la historia.

La Torre aceptó la declaración de Bolívar,

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