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se comprendieron los diez millones del que contrató Zea. Su producto fué completamente derrochado primero, en preparativos de una expedición insensata sobre Cuba y Méjico, sin contar con una escuadra que pudiera medirse con la española, lo que obligó á Colombia á tener en Cartagena un tren militar considerable par que ridículo; después, en reparaciones de las fortalezas de las primeras plazas militares del país, y, finalmente, en anclas, carronadas para los buques, balas de calibres desconocidos, jarcias, cocinas de hierro, alquitran y otros efectos, como para resucitar la Armada Invencible, comprados en Inglaterra.

al

De los fondos de este empréstito fueron remitidos á Venezuela trescientos mil pesos (doscientos mil en onzas de oro), para fomento de la agricultura. Los llevó el Dr. Peña, é hizo entrega de ellos en moneda macuquina, guardándose la diferencia del cambio, ó sean veinte y cinco mil pesos.

Lo más sensible de todo fué que con aquel empréstito se habilitó la brillante expedición de 4,000 mil hombres que salió para el Perú

cuando ya no se necesitaba; y pereció casi toda de fiebre en la isla de la Puná. Para colmo de desdichas, la casa contratista del empréstito quebró, perdiéndose allí más de dos millones de duros que se habían depositado para el pago de intereses.

El resultado de tan inconsulta negociación fué que el crédito de Colombia se perdió completamente. Las fragatas Colombia y Cundinamarca, compradas en los Estados Unidos en un millon setecientos mil duros, tuvieron el siguiente destino; la primera se incendió en en la ria de Guayaquil, y la segunda se vendió en Puerto-Cabello por una suma insignificante, representada en títulos sin valor alguno. Las doce cañoneras construidas en los Estados Unidos, resultaron inservibles y corrieron la misma suerte en Puerto-Cabello. El navío Libertador de 79 cañones se vendió en 4,500 pesos, en dos mil el bergantin Independencia de 20 cañones; la corbeta Bolivar de 22 cañones en unos 1500 pesos, habiendo costado 155,000. Todas las jarcias, cañones, anclas, proyectiles, etc., fueron vendidos

para lastre de los buques, por lo que buenamente se ofreció.

Lo más raro de todo, y, en efecto, lo que más nos ha llamado la atención es que las rentas nacionales de Colombia apénas alcanzaban á seis millones de pesos al año, y el presupuesto de gastos en los mejores años, excedía de quince millones. Esto no hace en verdad el elogio de los hacendistas de aquel tiempo.

Los desaciertos administrativos muy rara vez quedan aislados; casi siempre un primer paso engendra otros todavía peores; así fué que el Congreso Colombiano, creyendo que la Santa Alianza intentaría apoderarse de América, ordenó una leva de 50,000 hombres. Y como tal proyecto fuera absurdo, porque no había recursos con que equipar y sostener tal éjercito, en vez de abandonarlo, se acudió al expediente de poner en ejecución la Ley de alistamiento de milicias.

La milicia nacional ha sido siempre en los países americanos, por razones que omitimos ahora, una institución impracticable; y los

Gobiernos, ni aún los más temidos pudieron organizarla.

Es el hecho, que los milicianos voluntarios de Carácas, al saber que el cuerpo que habían formado para servir á su pátria (y en concepto nuestro el único posible) iba á ser disuelto y refundido en los nuevos cuerpos de milicias que Paez, comandante general de Venezuela y del Apure, debía levantar en cumplimiento de las órdenes de Bogotá, se alarmaron, y tomando por padrino al intendente del Departamento, Escalona, lograron aplazar, pero no impedir el proyecto. El general Paez cortó el nudo, declarando en Asamblea, ó sea en estado de sitio, sus Departamentos, con el fin de aterrar á las gentes y hacerse obedecer.

Paez había prestado grandes y meritorios servicios á la causa de la Independencia: era, sin duda, uno de los más valerosos y desinteresados en la lucha; pero sin instrucción alguna ni más talento que el innato en los hombres de las llanuras, sus actos tenían que resentirse del consejo de sus validos ó de sus

consuetas. y según la honradez cierta ó problemática de éstos, habían de merecer la aprobación ó desaprobación pública. En esta ocasión fué mal aconsejado.

Resuelto á poner en práctica el alistamiento militar, convocó á los ciudadanos de Caracas en el Convento de San Francisco, con el ánimo, segun decía, de hacerles sentir el peso de su autoridad. Al ver que la concurrencia no era numerosa, destacó patrullas armadas por las calles de la ciudad, con órden de llevarle á viva fuerza cuantos hombres encontraran en ellas.

Muchos fueron vejados y ultrajados por los genízaros, otros se ocultaron ó se refugiaron donde pudieron. La ciudad estuvo por muchas horas en la más pavorosa consternación.

Conviene decir que al general Paez se le temía mucho en Carácas; y cada vez que se anunciaba su aproximación á la ciudad ó su entrada en ella, la mayor parte de las gentes pacíficas y honradas cerraban las puertas de sus casas, ó evitaban presentarse en las calles.

El conflicto de aquel día se calmó por la

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