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cionales. El malestar no dependía pués de las instituciones, sino de la imposibilidad de practicarlas lealmente, y el remedio que se buscaba en el establecimiento de la Monarquía habría resultado inútil de todo punto. Bolívar, dotado de un talento tan extraordinario, no podía hacerse ilusiones en este respecto. Las tuvo muy grandes en su proyecto de Constitución Boliviana; y al fin las habría perdido, como las perdió el Gran Mariscal de Ayacucho que gobernó á Bolivia con aquella Constitución, y se convenció de que sólo daba estabilidad al Gobierno sobre el papel, mientras que en la práctica le quitaba los medios de hacerla respetar.

La verdad es que no puede culparse á los próceres de aquel tiempo de que, deseando conservar la independencia de los países que á fuerza de sacrificios habían conquistado, pensaran en una nueva forma de gobierno, para alcanzar aquel bien. En este respecto seremos mucho más francos que los demás escritores que se han ocupado en este asunto.

Hemos creido siempre que las instituciones

republicanas, si han de ser lealmente practicadas, exigen la homogeneidad de raza en los pueblos; cierto grado de instrucción en las masas, una prudente limitación en el sufragio, y la preponderancia de sanas costumbres. Sin esto la república no puede ser una institución protectora de la libertad ni de las demás garantías de los asociados. Existirá en el nombre, pero en el hecho no habrá sino gobiernos disolventes y reaccionarios, ó dictaduras embozadas que representarán por supuesto la ausencia de toda Constitución.

Y tal vez esas dictaduras, honradamente ejercidas, serán las únicas que podrán alejar el peligro que traen consigo las instituciones democráticas, cuando se pretende fundarlas con razas heterogéneas, fatalmente irreconciliables.

Si hubiera sido posible establecer monarquías sólidas en América, nosotros las babríamos aplaudido, y bendeciríamos hoy la memoria de sus fundadores: así demostraríamos que tenemos el valor de arrostrar la impopularidad, que no han tenido la mayor

parte de los hombres notables de nuestra pátria, obligados á cortejar casi siempre las multitudes, á cambio de efímeros empleos y de dudosos triunfos.

Hechas estas salvedades, nos concretaremos á los proyectos de monarquía en Colombia que tanto ruido hicieron desde 1826. Varios historiadores han publicado una carta que Bolívar escribió al general Paez en aquel año, en respuesta á otra que éste le dirigió por conducto del Señor Guzman, proponiendo una monarquía en Colombia.

Es cierto que Guzman fué al Perú, y que de allí regresó á Venezuela en comisión de Bolívar; pero hasta la fecha nadie sabe si Paez hizo realmente tal propuesta, porque la carta no se ha publicado, y se ignora quién la tenga. El general Paez escribió en su Auto-biografía, lo siguiente (Véase, t. 1.°, pág. 490) :

<«< En años posteriores se ha publicado una carta que dicen me dirigió Bolívar en respuesta de ésta, en la cual se habla de que Colombia no es Francia, ni el Libertador es Napoleon, etc. Dicha carta que no recuerdo haber

recibido nunca, y que no se halla entre los documentos de la vida pública de Bolívar, tiene más visos de un manifiesto á la nación que respuesta á una comunicación privada.

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Hay quien ha escrito que el Señor Antonio Leocadio Guzman fué comisionado por mí para llevar la carta en que se dice que yo proponía al Libertador el establecimiento de una monarquía en Colombia. Afortunadamente, vive aun el Señor Guzman, que se jacta de ser mi enemigo, y á cuyo testimonio apelo, sin embargo, para que diga si yo le entregué la susodicha carta, y si de mi propio peculio ó de la Tesorería de Venezuela recibió jamás fondos para ir en comisión al Perú, donde se hallaba el Libertador, y si su viaje tuvo por objeto proponer á éste algún plan de monarquía. »

El Señor Guzman haría ciertamente un servicio à la historia contemporánea revelando la verdad de lo ocurrido, puesto que ya no existen los actores principales, ni se trata de mancillar su memoria.

No puede negarse que el pensamiento de

establecer monarquías en América fué acariciado por los hombres más prominentes de la revolución, y que entre los amigos más íntimos de Bolívar el proyecto se concretó á ofrecerle la Corona, rechazada siempre por éste con energía y sin vacilar un instante.

Podrá juzgarse de las razones que entonces se alegaban en favor del proyecto, por la siguiente carta dirigida á Bolívar por uno de sus amigos más fieles, el valeroso Ꭹ honrado general Diego Ybarra á quién aquel distinguió en todas ocasiones con su más acendrado afecto.

« Si Usted echa una ojeada sobre el término de las Repúblicas, á excepción de muy pocas, todas ellas han concluido por elevar un trono de hierro, después de haberse despedazado interiormente. La nuestra, compuesta de partes tan heterogéneas y en peor caso que todas las demás, camina á pasos agigantados á un fin mas trágico; y no veo sinó en Usted el remedio de cortar todos estos males que nos amenazan. Usted no crea que ha hecho nada con haberla

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