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O'Leary, concedió al primero el grado de general de división, y al segundo el de general de brigada, ascensos ambos muy merecidos. Ordenó, además, que se erigiera una columna en el campo de batalla para conmemorar los nombres de los cuerpos de tropa y de los jefes y oficiales que combatieron aquel día. Este monumento debía tener en el lado del campo enemigo la siguiente inscripción incrustada en letras de oro : « El ejército peruano de 8,000 soldados que invadió la tierra de sus <«< libertadores, fué vencido por 4,000 bravos « de Colombia el 27 de Febrero de 1829. »

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Obligóse Lamar por la capitulación, entre otras cosas menos importantes, á entregar á Colombia la corbeta Pichincha, á devolver la ciudad de Guayaquil y á nombrar plenipotenciarios que, unidos á los de Colombia, celebraran en el mes de Mayo siguiente el tratado definitivo de paz. Convenido ésto, se retiraron á su patria llevándose apenas la tercera parte de las fuerzas con que invadieran á Colombia.

Á tiempo que Sucre obtenía tales triunfos, otros no menores alcanzaba Bolívar sobre los

insurrectos de Pasto, al mando de Obando Ꭹ López. Envióles comisionados excitándoles á la concordia, y al fin se sometieron, convencidos de su propia impotencia; pues si bien es cierto que resistiendo habrían impedido á Bolívar el paso hacia el Sur que tanto le inquietaba porque aún no conocía los triunfos de Sucre, una vez que el enemigo extranjero había sido vencido, la derrota de aquellos facciosos no se habría hecho esperar.

En virtud de ésta capitulación pudo llegar Bolívar á Quito en la tarde del 17 de Marzo. Allí le recibió Sucre, y ambos se abrazaron en medio de la más profunda emoción.

Narremos ahora la parte grotesca de la guerra peruana. El general Lamar apenas se vió fuera del alcance de las tropas colombianas, pasó una nota á Sucre quejándose de haber decretado la erección de un monumento tan deshonroso para el Perú; afrenta que éste no podía soportar, y en consecuencia pedía la revocación de dicho decreto, anunciando que si no se accedía á su solicitud, se resistiría á devolver la ciudad de Guayaquil y á cumplir

las demás cláusulas del convenio de Girón; y poniendo por obra la amenaza se preparó de nuevo á la guerra, reforzando á Guayaquil y autorizando otros actos de hostilidad.

Bolívar aceptó con dolor la prosecución de la guerra, pero decidido á emplear antes los medios conciliatorios; y de esto trataba cuando un acontecimiento inesperado la hizo innecesaria. Aunque el Gobierno de Lima había aprobado la conducta de Lamar, la guerra era impopular en el Perú, y el orgullo nacional excitado con la derrota de Tarquí, no podía tolerar que aquel Colombiano continuara ejerciendo la Presidencia, una vez que el éxito no había coronado sus aventuras.

Ocurrió, pues, una revolución militar en el Perú al mando del general Gutiérrez de Lafuente; y el Presidente en campaña fué destituido y reemplazado poco después por el gran mariscal Gamarra, nombrado provisionalmento por el Congreso, que Lafuente convocó durante el corto período de su dictadura.

El nuevo Gobierno peruano se apresuró á hacer la paz con Colombia, y el tratado defini

tivo quedó firmado en Setiembre de 1829. La ciudad de Guayaquil fué devuelta á Colombia, Y las relaciones entre ambos países volvieron á ser cordiales. Lamár fué expulsado del Perú y embarcado para Costa-Rica, donde murió algún tiempo después, probablemente de tristeza.

Apenas se había restablecido Bolívar de la grave enfermedad que padeciera en esta campaña, y que casi le puso á las puertas del sepulcro, por la imprudencia de haberla emprendido en la estación de las lluvias, y en un país azotado por las fiebres, cuando tuvo el dolor de saber que el general Córdova, con una fuerza insignificante, se había sublevado en Medellin, desconociendo su autoridad.

El levantamiento de Córdova, jefe éste que fué, sin duda, uno de los más fervorosos admiradores de Bolívar, no puede explicarse sino por las intrigas que contra él pusiera en juego, de largo tiempo atrás, el coronel Tomás Cipriano de Mosquera, á la sazón general. No entra, sin embargo, en nuestro plan mencionar aquí los pormenores de la enemistad de ambos jefes.

Bastará decir que era Córdova un jóven pundonoroso, de temerario valor y con cierto talento natural que cultivaba con esmero. Aspiraba él, como todos los de su posición, al renombre histórico, y calumniado sin razón de infiel á Bolívar desde la aciaga noche del 25 de Setiembre, había sido víctima posteriormente de tantas acusaciones indignas, que al fin el ánimo de Bolívar se predispuso, aunque sin justo motivo, contra él, y Córdova se lanzó por despecho en el camino de la rebelión.

Sea de esto lo que fuere, el general O'Leary recibió la órden de batir al insurgente, y no lo efectuó sin haberle dirigido ántes las más generosas proposiciones de arreglo. Apenas tenía Córdova 400 reclutas, en tanto que O'Leary traía consigo una columna de 800 veteranos. Córdova, empero, no aceptó ningún arreglo : << Es imposible vencer, » le dijo el enviado de O'Leary. «¡Pero no es imposible morir!... » replicó el insurrecto, y probó más tarde que tales palabras, pronunciadas por un hombre de tan gran corazón, no eran mero alarde de valor.

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