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propio hijo, echarlo del regazo doméstico, maldecirlo y abofetearlo... Esta triste misión estaba encomendada al general Paez, que la llenó cumplidamente y á satisfacción de sus admiradores...

Es lo cierto que Carácas, patria del héroe, fué la primera en pedir desde el 24 de Noviembre, en una numerosa asamblea presidida por Arismendi, que se desconociera la autoridad de Bolívar, que se proclamara la disolución de Colombia y se nombrara á Paez como jefe supremo de Venezuela, mientras una Convención que al efecto se convocaría, proveyera lo conveniente.

La comisión nombrada por la asemblea de Caracas, y compuesta de Fortique, Alfonzo y Guzman se presentó á Paez, en Valencia. No aceptó éste por el momento la autoridad; tal vez por recordar las escenas de 1827; pero pasada la primera sombra del remordimiento, aprobó lo hecho, aceptando la dictadura. Quedó, pues, consumada la separación de Venezuela. Si allí se hubiera detenido la revolución, habría sido fecunda tal vez, porque, con

la disolución de Colombia, hecha de modo conveniente, cada país se hubiera constituido. pacíficamente sin sembrar, al separarse, el gérmen de nuevas é infecundas discordias. Pero esto no satisfacía á las pasiones de aquel tiempo. Era preciso sacrificar á Bolívar, y seguir después invocando su nombre para otros propósitos...

El Congreso colombiano no aceptó la renuncia, y le suplicó que continuara al frente del Gobierno, á lo menos hasta que fuera proclamada la nueva constitución. Bolívar accedió; pero no era el poder lo que quedaba en sus manos, sino su sombra engañadora. El triste drama se acercaba ya á su desenlace.

Al saber Bolívar lo ocurrido, pensó en ir á Venezuela para tener una entrevista con Paez, en la que pudieran entenderse; pero el Congreso, haciéndole desistir de tal pensamiento, nombró á dos de sus miembros, el gran Mariscal de Ayacucho y el obispo de Santa Marta, para llenar aquel fin.

Digamos antes de proseguir, algo que interesa á la moralidad de la historia. Paez pu

blicó en su auto-biografía várias cartas que dirigió á Bolívar. Hay, sin embargo, una que no fué publicada, y cuyo original está en poder nuestro. Esta carta desvanece todas las sombras; la historia se encargará de comentarla.

Dijimos antes que el acta revolucionaria de Carácas, desconociendo á Bolívar, había sido firmada el 24 de Noviembre. Ocho días antes, con fecha 16, escribió Paez la siguiente carta á su querido general y amigo. Héla aquí.

PAEZ Á BOLÍVAR.

Valencia 16 de Noviembre 1829.

A. S. E. el Libertador presidente Simón Bolívar, etc.

MI QUERIDO GENERAL Y AMIGO,

Ya le he manifestado en mis anteriores el motivo que hubo para que hubiesen pasado algunos correos sin que hubiese recibido carta mia, de lo que se queja en su muy apreciada de 5 de Setiembre que tengo á la vista.

Á muchos he oido discurrir aquí acerca de la utilidad que resultaría á Colombia de que V. se acercase al Congreso Constituyente que ha de reunirse en Bogotá, é inspirando confianza á los representantes, les ayudase

con sus consejos, hijos de la experiencia, á afianzarnos la dicha de un Gobierno estable. Si todos se persuadieran tanto como yo de la sinceridad con que V. desea el bien : si la calumnia no asestara sus tiros sobre la reputación más bien establecida si la infamia no se complaciera en acercarse á lo ménos á los más grandes héroes, no dudaría yo un instante en pensar del mismo modo, pues estoy cierto que Colombia sacaría de esa operación todos los frutos y ventajas que debe esperar de su creador, de su padre, y del hombre de quien ha recibido cuantos beneficios está poseyendo. Vd. parece nacido para colocarse en posiciones peligrosas, y yo, aunque mucho inferior y en mi corto alcance, para ser compañero de su destino. Vd. está colocado entre la fuerza del deber, y el poder de la calumnia: deberia Vd. hacer cuanto crea útil para la patria, sin temer á las pasiones, dejando á la posteridad la absolución ó condenación de su conducta el poder de las pasiones dura poco, el de la virtud es tan eterno como el de la razón y la justicia. Cuando sus obras sean meditadas con la calma de la reflexión, entonces el nombre de Bolívar atraerá las bendiciones de todos los corazones tiernos, de los hombres justos, y entonces vendrán á conocer que Vd. sirvió para la patria y se sacrificó por ella.

Los consejos de Vd. desde tanta distancia, serán siempre traicionados; los creerán unos, los interpretarán mal otros, cada cual los verá conforme á sus sentimientos, y procurará encontrar en ellos, ó el acierto de sus ideas ó el fundamento para ejercitar su mordacidad. Con todo, Vd. no podrá menos de darlos, porque ¿cómo podría su silencio ser excusado, mucho menos absuelto en momentos de tanta importancia? ¿cómo podría ser

justo que nosotros perdiésemos la masa de razón y de experiencia que Vd. ha conseguido en tantos años de ilustres servicios hechos á su patria? Vd. que ha tocado todos los males, y que ha estado luchando con los obstáculos de la administración, está obligado en conciencia y en justicia á indicar la senda de nuestra prosperidad, aun cuando la impostura quiera armarse contra la buena fé, porque Vd. es el único que posee todos los secretos de la revolución.

Mi situación no es menos penosa; las cuestiones sobre forma de gobierno han comenzado á tratarse por los ciudadanos las novedades políticas siempre causan sus alarmas, y éstas, por sus consecuencias, no han dejado de causar bastante inquietud: yo he creido que lo mejor era no sofocar el torrente de los primeros movimientos, sino sostener con mano fuerte el Gobierno, según la organización actual, y esperar que la reflexión rectifique las ideas y domine las animosidades. Sin entrar en partidos, sin profesar ninguna opinión, con el carácter de un jefe y de un soldado, me he presentado cumpliendo las órdenes que tengo, y protegiendo la marcha de la administración pública: mi silencio no ha dejado de dar lugar á siniestras interpretaciones; alguna parte del pueblo desconfía de mí, porque me considera muy amigo de Vd. y algunos amigos de Vd. me consideran su enemigo, porque yo no hago todo lo que ellos quisieran. ¡Qué trabajo, general, gobernar en un gobierno naciente, y un gobierno tal, en que el Jefe está al alcance de todos! Aun en mi pequeño círculo me arrebata también la calumnia y despedaza en las aires mi reputación, con más facilidad que el águila juega y despedaza con sus garras la presa. Miserable de mí, ni tengo los recursos

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