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conspirar abiertamente contra el nuevo órden establecido. Un movimiento que, dirigido por varios isleños de Canarias se inició poco después en las cercanías de Carácas, fué sofocado sin hacer uso de las armas.

Otro de mayor importancia ocurrió en Valencia. Esta vez fué preciso combatir, y las tropas republicanas, al mando del general Miranda, entraron á fuego y sangre en aquella Ciudad, después de vencer la obstinada resistencia de los enemigos quienes se rindieron á discreción. Esta campaña costó al Gobierno Republicano más de 800 muertos y 1,500 heridos. Bolívar se distinguió en el combate.

Muy censurado fué entónces el propósito de los venezolanos de llevar á cumplido término la independencia que acababan de proclamar. En España particularmente, se les calificó de ingratos, rebeldes, malvados y otros epitetos no ménos afrentosos, ora en documentos oficiales emanados del Gobierno, ora en obras y palabras de los más eruditos escritores. Gran desastre era ciertamente para España la pérdida de sus colonias de América ; pero el he

cho, juzgado á conciencia era lógico y fatal, é inevitable su realización en el órden providen cial de los humanos sucesos.

Las Colonias tienen siempre una secreta aspiración á la independencia; más intensa, mientras más grandes y ricas. Así como en el mundo de la familia el hijo desea la mayoría para emanciparse de la patria potestad, así en el mundo de las naciones las Colonias desean tener una patria propia y gobernarse por sí

mismas.

La sociedad civil ha fijado en sus Códigos la edad en que por ministerio de la ley queda relajada la autoridad paterna; pero las sociedades políticas no han podido someter á reglas su dominación colonial. Los Gobiernos sabios y previsores, como el de la Gran Bretaña, otorgan á sus Colonias los mismos derechos y regalias que disfrutan los Ciudadanos de la Metrópoli. Este sistema ofrece la ventaja de retardar, por lo menos, la época de la emancipación. España procedió en América de un modo muy inconsulto, convirtiendo sus ricas Colonias en patrimonio de mandatarios venales.

En cuanto á la independencia de Venezuela, el hecho no solamente fué legítimo si que también inevitable. El sufrimiento de los venezolanos habia llegado á su colmo. Allí no se permitía la instrucción, ni se toleraba la imprenta, ni se concedía la lectura de libros; el comercio era privilegio exclusivo de los peninsulares, así como también la industria; los desdichados colonos apénas tenian permiso para cultivar sus campos, bajo innumerables restricciones y tributos, y debian invertir el tiempo en oir pláticas y sermones en honra У enaltecimiento de los Reyes de España.

Para disfrutar de algunas garantías en sus personas y bienes, los venezolanos tenían que prosternarse ante sus señores, y adular también á sus subalternos, por despreciables que fueran; pues no habia más ley que la voluntad del tirano. La muerte era preferible á tamaña servidumbre.

La nación que no habia consentido que en Carácas se constituyera una Junta en favor de Fernando Séptimo, mucho menos podía soportar que aquel pueblo se declarara inde

pendiente. La base de la reacción existía ya en el país, como hemos dicho anteriormente. Tres provincias resistian. Nuevos auxilios al mando del Brigadier Cagigal habian llegado á Coro, y con ellos resolvió Ceballos emprender una campaña en el interior de Venezuela. En su tropa había un oficial llamado D. Domingo Monteverde, nativo de Canarias, tan ignorante como presuntuoso y fiero. Con una fuerza que Ceballos le confió, á veces siguiendo sus órdenes, á veces desobedeciéndolas, aquel hombre tuvo la buena suerte de penetrar en el corazón del país.

Á tiempo que este fatídico personaje alcanzaba tales triunfos, ocurrió en Venezuela un suceso que por su gravedad y consecuencias bastaba para aniquilar la causa de la Revolución.

El 26 de Marzo de 1812, á las cuatro y siete minutos de la tarde, sintióse el espantoso terremoto que destruyó una gran parte de Venezuela, particularmente las ciudades de Carácas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto y Mérida no sólo quedaron destruidas muchas

ciudades y sepultados bajo las ruinas sus habi

tantes, sino que los pocos que sobrevivieron á tan horrible catástrofe, apénas pudieron pensar más que en salvarse.

De este desastre salió ileso Monteverde, quien aprovechando el momento para proseguir su marcha, y desenterrar pertrechos de guerra, logró ocupar la ciudad de San Carlos después de haber vencido las fuerzas republicanas que pretendieron impedirle el paso.

El Congreso Venezolano reunido en Valencia, concedió facultades omnimodas al Gobierno para que hiciera frente á la situación. Este las delegó en el Marqués del Toro, y como no aceptara fué nombrado para reemplazarle el general Miranda, con el carácter de Generalísimo, título que prefirió al de Dictador.

Várias provincias, en el estupor de la desgracia, creyendo que el terremoto era castigo del Cielo por haberse rebelado contra su amado Fernando VII, se adhirieron al punto á la causa realista.

Casi todos los pueblos son supersticiosos, pero especialmente los dotados de imagina

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