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Este Oficial, indigno de serlo, es un hombre de una conducta detestable, sin honor y sin talento. Yo ignoraba todo esto. El Comandante del Castillo Ramon Aymerich que vivía en él, es inculpable; además de ser un oficial de honor é inteligencia, es tan prolijo en el cumplimiento de sus deberes, que es dudoso se halle otro alguno tan capaz de gobernar el Castillo de San Felipe con el celo y vigilancia que él este había sido su destino mucho tiempo ántes, y lo desempeñaba á toda satisfacción, como es notorio.

En cuanto á haber acopiado en el Castillo víveres para subvenir á la manutención de trescientos hombres para tres meses, es claro que nada era más indispensable que esta medida, para en caso que fuese sitiado como no era imposible en el estado actual de las cosas.

El haber almacenado la mayor parte de la pólvora en dicho Castillo, era de igual necesidad, porque en los almacenes que se hallaban fuera de la Ciudad no estaba segura, y por esta razon la había mi antecesor transportado á la goleta Dolores, que tampoco presentaba más seguridad; sobre todo, cuando el Comandante Martinena me ofició repetidas veces que la pólvora iba á perderse totalmente porque la goleta hacía agua.

El resto de las municiones han tenido siempre sus almacenes en el Castillo, como el puesto más seguro y retirado del enemigo.

Á las dos de la tarde del mismo día 30 os dí el primer parte de este acontecimiento. (N.° 5). Á las tres de la

(No. 5.) Á la una de la tarde se han apoderado del Castillo de San Felipe un Oficial infidente con la tropa de su mando y todos los reos que allí se encontraban; han roto un fuego terrible sobre esta Ciudad en el Castillo se encuentran 1,700 quintales de

mañana os dí el segundo, repitiéndoos lo mismo que en el anterior (N.o 6).

El día 1.o de Julio el enemigo continuó sus descargas de artillería y fusilería contra la Ciudad, del modo más terrible y mortífero, causando tantos estragos en las casas y habitantes, que arrebatados estos de un terror pánico, hombres, mujeres, niños y ancianos, empezaron á abandonar sus hogares, y fueron á refugiarse á los campos distantes.

Dos marineros del bergantin Argos mandados por nosotros le cortaron los cables, y vararon hácia nuestra Costa, con el doble objeto de aprovechar sus pertrechos y cuanto fuese util, y así evitar que el enemigo se apoderase de él pero apénas vieron estos perdida la espe

pólvora y casi toda la artillería y municiones de esta Plaza: esta padece sumamente, sus casas son derribadas, y yo trato sin víveres ni municiones defenderla hasta el extremo. Los marineros de los buques, forzosamente han pasado al Castillo, y él se hace temible espero que á la mayor brevedad me enviéis cuantos recursos estén á vuestro alcance, y que me socorran ántes que sea destruido.

Puerto-Cabello, Junio 30 de 1812. SIMON BOLÍVAR. Honorable Generalisimo.

(N.o 6.) H. G. Ahora que son las tres de la mañana os repito como un Oficial indigno de serlo con la guarnición y los presos se han sublevado en el Castillo de San Felipe, y han roto un fuego desde la una de la tarde sobre esta Plaza en el Castillo están casi todos los viveres y municiones, y sólo hay fuera diez y seis mil cartuchos la goleta Venezuela y el Comandante Martinena han sido apresados, los demás buques se hallan bajo sus fuegos como bajo los mios, y solamente el Zeloso se ha salvado muy estropeado. Debo ser atacado por Monteverde, que ha oido ya los cañonazos; si vos no le atacais inmediatamente, y lo derrotáis, no sé cómo pueda salvarse esta Plaza, pues cuando llegue este parte debe él estar atacándome.

Puerto Cabello, 30 de Junio de 1812. SIMON BOLÍVAR.

ranza de tomarlo cuando empezaron á cañonearlo con mucha frecuencia; y al cabo de dos horas de hacerle fuego, lograron acertarle una bala roja que incendiándolo lo voló y convirtió en cenizas; produciendo un temblor tan universal en la ciudad, que rompió la mayor parte de los cerrojos de las puertas de las casas, y rindió muchas de ellas: de cinco marineros que estaban extrayendo los efectos del Argos, dos se salvaron, y tres perecieron.

El Capitan Camejo que se hallaba á la cabeza de 120 hombres en el destacamento del Puente del Muerto, se pasó con toda su tropa y oficiales en este día á Valencia, seducido por Rafael Hermoso, oficial de Contaduría, que la noche antes habia desertado de la Plaza, y fué á llevar al enemigo la noticia del suceso del Castillo.

En todo el día 1.° estuve combinando la operación única que podía hacernos dueños del Castillo, y era la de asaltarlo con 300 hombres, por la parte del Hornaveque que es la más accesible: pero la dificultad de buques menores para transportar los soldados, fué un obstáculo invencible; y no obstante, el entusiasmo que tenian las tropas y los patriotas en aquel momento, no pude aprovecharlo por el indicado inconveniente.

El dia 2 los insurgentes siguieron siempre sus tiros de artillería, aunque con ménos fuerza que los anteriores; pero el terror que infundió en los habitantes el fuego destructor del Castillo, los acobardó de tal modo, que en este día desapareció todo el mundo de la ciudad, no quedando en ella, arriba de doscientos hombres de la guarnición, y rarisimos paisanos.

Conociendo la importancia de retener á los habitantes de la ciudad, y contener la deserción de las tropas, tomé

desde el principio todas las medidas de precaución que puede dictar la prudencia: primeramente, puse guardias en las puertas de la ciudad; mandé patrullas fuera de ella á recoger los que se refugiaban en los campos : oficié á la Municipalidad y Justicias para que cooperasen á esta medida, comprometiéndolos fuertemente rogué á los Párrocos exhortasen á sus feligreses para que viniesen al socorro de la Patria; mas todo inútilmente porque desde el Venerable P. Vicario hasta el más humilde esclavo, todos la abandonaron, y olvidándose de sus sagrados deberes, dejaron aquella ciudad casi en manos de sus enemigos.

Los soldados, afligidos al verse rodeados de peligros, y solos en medio de ruinas, no pensaban más que en escaparse por donde quiera; así es que los que salian en comisión del servicio no volvian, y los que estaban en los destacamentos se marchaban en partidas.

El día 3 no ocurrió novedad particular, excepto la de haber recibido un Oficio (N° 7) del Alcalde de 1.a elección en que solicitaba una Junta para tratar sobre los acontecimientos del día, con el objeto real de comprometerme á capitular con el enemigo, según me insinuó el

(No. 7.) Conviene á la felicidad de esta ciudad y á nuestro propio honor, el que tengamos una Junta de cabildo el día de hoy para tratar sobre las extraordinarias ocurrencias que ha habido desde el 30 de Junio próximo, en cuya inteligencia he mandado citar los miembros de la Municipalidad para esta tarde á las tres, debiendo reunirse en la Casa del C. Pedro Herrera como más segura de los fuegos que hacen del Castillo de San Felipe, y espero os sirváis asistir á dicha Junta, pues debe determinarse el asunto con vuestro acuerdo.

Dios os guarde Ms. As. Puerto-Cabello Julio 3 de 1812. JOSÉ DOMINGO GONELL. C. Comandante Político y Militar de esta Plaza.

mismo Alcalde y algunos Regidores; á lo que contesté, que primero sería reducida la ciudad á cenizas, que tomar partido tan ignominioso, añadiendo que jamás había tenido tantas esperanzas de salvar la ciudad, como en aquel momento en que acababa de recibir noticias favorabilísimas del ejército, y que el enemigo había sido batido en Maracay y San Joaquin; y para más apoyar esta ficción, hice publicar un boletin anunciando estas noticias, haciendo salvas de artillería y tocando tambores y pífanos, para elevar de ese modo el espíritu público que se hallaba en abatimiento extremo. Logré un tanto mi designio, y se concibieron por entonces esperanzas de salud.

El día 4 los insurgentes redoblaron sus fuegos para atemorizarnos en aquel mismo día en que ellos esperaban nos atacasen los Corianos; así sucedió por la parte del Puente del Muerto, camino de Valencia, en donde estaba un destacamento nuestro de cien hombres á las órdenes del Coronel Mires, el cual rechazó al enemigo y persiguió victoriosamente hasta donde estaba su cuerpo de reserva, que reforzado entónces en número muy superior al de los nuestros, obligó al Coronel Mires á retirarse al Portachuelo, á distancia de una milla de la ciudad, en donde le mandé detener y esperar socorros de municiones y tropas; en esta acción, la pérdida fué igual de ambas partes, y nuestros soldados se portaron con valor.

Yo mandé en este día aumentar las municiones de boca y guerra de todas las alturas, con el fin de hacer en ellas una obstinada defensa, en el caso extremo de no poder defenderme dentro de la ciudad, como era muy probable, porque ya la guarnición apénas mon

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