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-Son temores vanos! dijo.

Al siguiente día 14 de marzo, la audiencia volvió a reunirse.

El doctor Baldelomar puso sobre la mesa cuatro memoriales.

-¿Que significan estos papeles? preguntó el licenciado Machado.

-Son las listas de los relijiosos de armas tomar en caso necesario que hai en los conventos, dijo el doctor Baldelomar, que en secreto he pedido a los respectivos prelados conforme a lo que ayer tuvo a bien encargarme la audiencia.

-Todos estos son puros temores que solo sirven para amedrentar la tierra i dar ánimos a los negros i los indios que tengan mala voluntad, respondió el licenciado Machado. No debemos atribuir importancia a hablillas vulgares, ni alterarnos porque un indio dijo esto, i un negro repitió aquello.-Me parece mal, agregó, la dilijencia que el doctor Baldelomar ha practicado en los conventos. Yo no entendí que ayer se hubiera determinado tal cosa: i si lo hubiera entendido, lo habría contradicho, como lo contradigo ahora. Ya se verá el escándalo que esto va a producir. Lo que se está haciendo solo sirve para desautorizar al gobierno.

-Yo recuerdo perfectamente, replicó el oidor Carvajal, que se cometió al doctor Baldelomar la dilijencia que ha practicado; i entonces como ahora, me parece mui oportuno saber cuántos relijiosos hai de armas tomar para que, si es preciso, defiendan la ciudad.

El doctor Baldelomar se espresó entonces en tono grave i sentencioso, como sigue:-En tiempo de alte

raciones, los que tienen mano para ello deben por obligación prevenir los remedios. Esto es tener, no miedo, sino prudencia i buena disposición de gobierno, pues el que tiene miedo no se acuerda de tales precauciones, sino que huye i se esconde.

-La ciudad se halla sin la correspondiente custodia, continuó Baldelomar, i mientras tanto, es indispensable defender las mujeres, las casas, i todo lo demás. Así creo que el arreglo que se ha ajustado con los relijiosos a fin de que estén apercibidos para el combate, es de la mayor importancia. Tal ha sido también el dictamen del ilustrísimo señor obispo i de los reverendos prelados de las comunidades.

Don Cristóbal de la Cerda se adhirió a los votos de los señores Carvajal i Baldelomar.

El contradictor don Pedro Machado de Chaves quedó, pues, el único de su opinión.

Inmediatamente se mandaron distribuir arcabuces i municiones a los frailes de los conventos.

Junto con esto, se hizo volver la mayor parte de la tropa, que estaba en Rancagua, inmediata al Cachapoal, para que viniese a guarnecer la ciudad de Santiago, dejándose solo en la ribera del río treinta hombres encargados de guardar el paso i de vijilar al enemigo (1).

Sea que los indíjenas perdieran ánimos al ver descubierto su plan con anticipación, sea que les impusieran el armamento de los relijiosos las otras medidas del supremo tribunal, ello fué que se mantuvieron quietos.

(1) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdos de 13 i 14 de marzo de 1630.

Sin embargo, los vecinos de Santiago no se recobraron con facilidad del susto que habían esperimentado; e inventaron arbitrios para ponerse a cubierto de cualquiera tentativa de alzamiento.

El 30 de abril de 1630, el alcalde de la hermandad, Francisco Alvarez Berrío, pidió a la audiencia que prohibiera a los indios andar a caballo sin licencia de sus amos por los delitos que de otro modo cometían.

Los oidores hicieron notar que esta solicitud estaba ajustada a las leyes vijentes, que no permitían a los naturales el uso del caballo.

Apenas lo oyó el licenciado don Pedro Machado de Chaves, lo contradijo con su vehemencia acostumbrada.

-Su Majestad el Rei Nuestro Señor, i su consejo, esclamó, espiden gran número de cédulas que no proveerían si conocieran bien lo que sucede en estas apartadas rejiones; pero cuando después son debidamente informados, agradecen a aquellos de sus ministros que no ejecutan dichas cédulas por dañosas i desaforadas, i los honran por ello. Las cédulas que se citan son mui antiguas; fueron dictadas cuando se estaba conquistando la tierra, nunca se guardaron, ni pueden guardarse. Todos los días ordena Su Majestad que los indios sean bien tratados, sin diferencia ninguna, como sus vasallos de Castilla i de León, i para esto ha establecido las reales audiencias. Mientras tanto parece que todo se hace de un modo contrario a lo mandado, destruyendo a los indios, i no dejándolos vivir ni gozar de lo que Dios ha criado para todos los hombres, i haciéndolos esclavos de la mas mala esclavitud que se ha leído, oído o visto, como es aquella de que al presente se trata, pues teniendo

los indios caballos, i viviendo a tan largas distancias, que deben recorrer cuatro, cinco i seis leguas para asistir a cualquiera de sus ocupaciones, sus amos se los quieren quitar i robar a fin de que los pobres indios sean mas que esclavos para acabar con esto de atraer la ira de Dios sobre nosotros.-Yo propongo, dijo en conclusión el oidor Machado, que se consulte todo esto con Su Majestad para que se vea cuál es su clemencia, i como abomina semejantes crueldades.

Los demás oidores fueron de parecer que, sin perjuicio de elevarlo al conocimiento del rei, se mandase por pregón público cumplir la prohibición de que los indios tuviesen caballos i anduviesen en ellos (1).

V

Sabedor el presidente don Francisco Lazo de la Vega de la alarma que había habido en Santiago por el recelo de un grande alzamiento de indios, ordenó al cabildo secular que distribuyese arcabuces entre todos los vecinos, pero no gratuitamente, pues debía pedirles el correspondiente precio para comprar trigo, de que el ejército de la frontera estaba mui necesita

do (2).

El presidente no limitó a esto solo sus exijencias. Estableciendo el antecedente, a la verdad mui fundado, de que las ventajas que había obtenido sobre

(1) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdo de 30 de abril de 1630,

(2) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdo de 15 de mayo de 1630,

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los rebeldes de Arauco eran realmente las que habían impedido la sublevación de los indios de paz i de encomienda, i las que habían salvado a Santiago de una completa ruína, pidió a los vecinos de esta ciudad que le ayudasen con jente i recursos para continuar una guerra tan costosa.

Los vecinos, como debe comprenderse, oyeron la proposición con desagrado.

A fin de prevenir dificultades, Lazo de la Vega recabó la cooperación del supremo tribunal.

He aquí como se halla consignado este hecho en el Libro de votos de la Audiencia.

«El viernes 7 de agosto de 1630, propuso el señor presidente don Francisco Lazo de la Vega (que había venido de Arauco a Santiago) a los señores doctor don Cristóbal de la Cerda, i doctor Baldelomar, i licenciado don Rodrigo de Carvajal i Mendoza, i doctor don Jacobo de Adaro i San Martín, el gran peligro en que estaba este reino de perderse por falta de jente, i la soberbia i avilantez de los indios enemigos por los sucesos buenos que han tenido, hallando como halló Su Señoría los dos tercios del real ejército i los demás presidios sin armas ni caballos, i sin municiones ni bastimentos, i sin disciplina militar, a cuya causa, siendo como es Su Señoría su gobernador i capitán jeneral, ha hecho todos los oficios de la guerra desde el menor al mayor; i que a no traer Su Señoría la jente i armas que trajo tan a tiempo, fuera el daño irreparable; i que acudiendo con conocido riesgo de su vida i salud, ha procurado castigar al enemigo, como últimamente lo hizo junto a la cordillera en el sitio de los Membrillares i que a no hallarse Su Señoría pre

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