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prisión que en esta proposición se dice tiene hecha dicho padre provincial del padre frai Pedro Izquierdo, fué de parecer que, por ser su relijioso i súbdito dicho padre de dicho provincial, esta real audiencia no puede entender en manera alguna en orden a ello, hasta que lejítimamente conste la causa de su prisión, i ser de aquellas en que, por algún camino, tiene ingreso dicha causa en esta real audiencia; i que, si dicho padre puede entrar en ella por algún camino conforme a derecho i reales cédulas; pida derechamente i en forma conforme a ellas, que, cuando lo haga, se le guardará justicia; i que, en estos casos, como de la naturaleza i peligro que son, se proceda con la circunspección que esta real audiencia debe i acostumbra; i que, antes de esta dilijencia, no se llame al dicho padre al real acuerdo, porque con esto se suele enflaquecer la corrección fraterna i regular observancia, encendiendo, bien fuera de lo que se pretende, celos mayores con este real acuerdo.>>

El maestre de campo Alonso González de Nájera, en el Desengaño i Reparo de la Guerra del Reino de Chile, trae acerca de viñas i vinos lo que sigue:

«Viñas hai muchas i mui buenas en nuestros pueblos, de gruesas cepas i de mui buenas uvas, llevados sus sarmientos de España, a lo que creo,

en barriles de tierra, de que se hacen excelentísimos vinos, especialmente en Santiago, claretes i blancos, porque uvas del todo tintas no se han llevado, como las demás. Los vinos de Santiago llevados a tierras frias i de mayor altura, se conservan, aunque vayan embarcados; i si los llevan a tierras cálidas, como a la ciudad de los Reyes, se corrompen i dañan.

»De cuarentà grados en adelante, a la parte del sur, no se dan viñas, por ser ya la tierra mas destemplada. Tienen los indios de guerra en las jurisdicciones de nuestras ciudades que asolaron, gran número de viñas que plantaron nuestros españoles, aunque nunca se han podado, ni se les ha hecho otro beneficio después que están en su poder, si bien es verdad que aman sobremanera, mucho mas que las bebidas que ellos acostumbran, el reciente mosto que de ellas beben, porque nunca lo dejan llegar a vino, ni aun sus uvas a sazón».

Esta abundancia i fecundidad de la viña, hacía que la embriaguez fuese entonces tan comun, como ahora.

Repararon los nuestros desde que entraron a Chile, dice el padre Lozano, la propensión innata de los indios a la embriaguez, de que se seguia, no solo la disolución en la lascivia, que vive de asiento en el vino, como se esplica el apóstol, sino funestos homicidios; porque, ajitados de furia con los humos que excita el licor, ardian irreme

EL TERREM. - 16

L

diablemente a la venganza de los agravios que habia hecho condonar la razón, o disimular el temor del castigo. Para atajar resultas tan perjudiciales, procuraron arrancar la raíz perniciosa de donde se orijinaban, reprimiendo la codicia de los que, por lograr algún interés, no reparaban en vender vino a los naturales para sus borracheras. Condenaron esta venta por ilícita i pecaminosa, asestando contra ella la batería de cuantas razones alcanzaron, así en consultas privadas, como en públicas invectivas desde el púlpito; i aunque lo ejecutaban aquí con prudencia, discreción i destreza, tirando a derribar el vicio sin ofensión de los interesados, con todo, no les valió esta cautela, porque, como eran interesados algunos poderosos, que se ofenden del aire de las voces, cuando no suenan a su gusto, tomaron por dichas contra sí las invectivas, i se mostraron mui desabridos; i de ellos, se pegó el desafecto al vulgo, que dió bastante ejercicio de paciencia, así a los que vivian en el colejio de Santiago, como a los dos misioneros que discurrian por el reino; pero procediendo ellos con intrépida fortaleza en predicar contra el vicio, sin deslizarse jamás en palabra contra persona de los que les agraviaban, se iban desengañando poco a poco los que estuvieron mas alucinados, conociendo por fin la sinceridad de su intención i la verdad de su celo, con que, arrepentidos de la temeridad pasada, los volvieron a

tratar con la primera estimación, deshaciendo agravios la piedad con socorros, i la devoción con reverencias».

Los hechos i los documentos que he citado, demuestran que las costumbres privadas de Chile, en la primera mitad del siglo XVII, no eran tan puras e inocentes, como algunos lo pretenden.

Lo que dejo espuesto en la materia es solo aquello de que por casualidad han quedado cier

tos rastros.

Es mas que probable naber habido mucho mas. Los hombres de entonces se cuidaban mui poco de recojer datos sobre la moralidad social, i mucho menos de trasmitirlos a sus descendientes.

Los archivos públicos de la época, los cuales eran escasos por el número, i lacónicos i desaliñados por la forma, solo se han conservado truncos e incompletos.

Los autores de las mui raras obras en que se alude incidentalmente a las costumbres, dominados por el espíritu relijioso, esperimentaban naturales escrúpulos en consignar ciertos hechos, i sobre todo ciertos pormenores que serian en el dia útiles para apreciar la situación moral de la época; pero que, cuando se trataba de contemporáneos, podian producir escándalo, o traer otros inconvenientes.

Sin embargo, lo que rastreamos, aunque imper

fecto, permite, como se ha visto, formar juicio acerca de lo que sucedia.

Esta relajación de costumbres, lejos de ser un fenómeno estraño e incomprensible, tenia una esplicación mui natural.

La sociedad chilena, como la de cada una de las provincias hispano-americanas, era a la sazón, en mucha parte, un gajo de la civilización castellana, trasplantado al nuevo mundo.

Los hijos habian de asemejarse a la madre. Si la historia nos enseña las proezas, las glorias, los méritos, las virtudes de muchos de los españoles del siglo XVII, la novela picaresca, a su vez, nos da a conocer los excesos i los vicios de muchos otros.

Varias de las obras del insigne don Francisco de Quevedo, publicadas en el tomo XXXIII de la Colección de Autores Españoles de Rivadeneira, son, entre otras, sumamente instructivas en esta materia.

Hai algunas aun de que el ilustrado director i comentador de ese tomo casi no se ha atrevido a publicar sino el título, harto escabroso en verdad, como, verbi-gracia, aquella de que se trata en la pájina 484.

El manuscrito de La Tia Finjida, esa novela bien poco ejemplar, que, desde 1814, corre impresa entre las denominadas ejemplares, que Miguel de

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