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tal, se le debe mayor respeto en sus audiencias, donde se retrata con mas nobles líneas.>>

El inmenso prestijio de que los miembros de las audiencias gozaban en la América Española, i el sumo acatamiento que se les rendia, eran el resultado necesario, no solo de las preeminencias personales que les estaban concedidas, i de su calidad de imájenes vivas del soberano, sino también del grandísimo poder que se les habia confiado, i que realmente practicaban.

Prescindiendo de la importante injerencia que les estaba reservada en los asuntos públicos, los miembros de las audiencias tenian, según la lejislación vijente, facultades tan omnímodas i discrecionales para resolver sobre la suerte de las personas, i para aplicar penas, que eran verdaderamente mui temibles.

¡Felices los que habian logrado captarse su benevolencia, i mucho mas su protección!

¡Infortunados los que habian incurrido en su desagrado!

Aquellos potentados poseian sobrados medios para favorecer a los primeros, i para oprimir a los segundos.

Según lo he demostrado en capítulos anteriores, las costumbres de la época colonial estaban mui distantes de ser tan arregladas i austeras, como algunos lo pretenden.

Esto proporcionaba a los miembros de las audiencias numerosas ocasiones de entrometerse en la vida privada, i de imponer a sus subordinados, si lo hallaban por conveniente, molestias por demás onerosas.

VII.

El presidente-gobernador don Martín de Mujica.

En los primeros meses del año de 1647, la situación del reino de Chile i de la capital Santiago era bastante satisfactoria.

El país se hallaba rejido a la sazón por don Martín de Mujica, quien habia tomado posesión del mando el 8 de mayo de 1646 en Concepción, i el 19 de setiembre del mismo año en Santiago.

Aquel caballero, perteneciente a una familia ilustre de Guipuzcoa, habia alcanzado en las tremendas guerras de Italia i de Flandes la fama de militar esforzado, i el título de maestre de campo.

El gobierno de Chile habia sido el galardón con que Felipe IV habia premiado sus esclarecidas hazañas i sus preclaros servicios.

El cronista Alonso de Ovalle ha conservado en una tosca i mal dibujada lámina el retrato de tan insigne prócer, con la espada pronta a dar el gol

pe mortal, la cabeza cubierta con un yelmo en que ondea un airoso penacho de plumas, i montado sobre un altivo caballo que va a aplastar con las patas a un enemigo caído.

Don Martín de Mujica, digno sucesor de Laso de la Vega i del marqués de Baides, prosiguió con excelentes resultados la ardua empresa de la pacificación de Arauco, a que éstos habian dado venturoso principio.

En pocos meses, estableció por tierra una comunicación mas o menos espedita entre las provincias de Concepción i de Valdivia, hizo reedificar la destruida población de este nombre, i ajustó con los indios alzados paces mui ventajosas en un parlamento que celebró en Quillín el 24 de febrero de 1647.

Tal serie de sucesos favorables, acaecidos unos en pos de otros, confirmó naturalmente la nombradía que don Martín de Mujica habia logrado antes de venir a Chile.

A

pesar

de

que

las atenciones de la guerra con los indíjenas exijian mucho tiempo al presidentegobernador, supo encontrar el que habia menester para procurar la moralización pública.

Aquel veterano de Flandes era un cristiano aus tero i escrupuloso.

Bajo su armadura de acero, habia los sentimientos i las aspiraciones de un sacerdote.

EL TERREM. 20

Así se esforzó, no solo por conseguir la sumisión de los araucanos, i su reducción a la vida civil, sino también por reformar la licencia de las costumbres, las cuales, según lo he manifestado, se hallaban mui lejos de ser edificantes.

Don Martín de Mujica persiguió a los lujuriosos con tanto rigor i constancia, como a los indios de guerra.

Aunque muchos le declararon que todo su empeño sería infructuoso, se propuso acabar con los amancebamientos.

Las amistades ilícitas de los soldados con las indias era práctica inveterada en el ejército español de Arauco.

El historiador Diego de Rosales, hablando de lo que sucedia en Chile el año de 1604, bajo la administración de don Alonso de Rivera, se espresa como sigue.

«Notó el gobernador en las campeadas el desorden de los que militan en esta guerra, pues son pocos los que sirven en ella con ostentación que no traigan dos indias o mestizas por criadas, i algunos, mas, las cuales, aunque es verdad que, para sustentar i hacer de comer i lavar a la jente que consigo llevan de camaradas i criados, las reputan por necesarias, i con razones aparentes lo justifican diciendo que, si no llevan criadas que hagan de comer, el servicio se pierde, i también los ca

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