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Escusado parece decir que la condición fué aceptada.

¿Quién habria de haberlo presumido?

Mientras la copia siguió haciendo milagros, el orijinal no quiso hacer uno solo en el término de doce años.

Quizá, escribia el señor Villarroel, la imajen, para ejercitar su virtud, esperó a que los frailes mozos del convento de San Agustín de Lima hiciéramos penitencia del hurto que habíamos cometido.

Sepamos ahora la ocasión en que recomenzaron las maravillas operadas por ella.

La imajen habia sido colocada por las manos mismas del arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, en un rico altar, fabricado en el presbiterio, i arrimado a un poste, al lado del evanjelio.

Habian trascurrido, según se ha dicho, doce años, sin que la imajen hiciera un solo milagro. Se determinó celebrar en honor suyo una espléndida fiesta.

¿Aquella era una espiación ideada por los perpetradores del hurto?

Se adornó la imajen con algunas joyas, i se formó al santo una diadema con puntas de cristal i de oro.

La noche de la función, un mulato se quedó escondido en un confesonario; robó las puntas de

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oro; i cuando el sacristán abrió las puertas al dia siguiente, se escapó sin ser visto.

Luego que se echó de ver la sustracción, como las joyas eran prestadas, toda la comunidad se alborotó.

Se practicaron las mayores dilijencias a fin de descubrirlas.

Todas resultaron infructuosas.

Cuando hubo pasado mucho tiempo, i el mulato advirtió que el robo habia caído en olvido, fué a vender a un platero las puntas de oro.

examinarlas

Apenas éste las habia tomado para i avaluarlas, cuando el mulato se las arrebató violentamente, esclamando:

--¡No quiero que las vea aquel padre agustino! I junto con hablar así, se retiró con el mayor apresuramiento.

El platero miró por todos lados, i no percibió ningún padre agustino.

Esto le hizo sospechar que aquel hombre estuviese tocado de la cabeza.

El mulato fué a vender las joyas a otros dos plateros; pero la vista aterradora del invisible padre agustino le impidió en estas dos ocasiones, como en la primera, consumar la venta.

«Pudiera escarmentar el ladrón, dice el señor Villarroel; i sin embargo de lo sucedido, llegó a vender las joyas a Antonio Ruiz Barragán, mayordomo de San Eloi, cofradía de San Agustín.

El estaba en el punto, entendió el misterio, i asió al mulato. Llevólo a la justicia, refirió a un alcalde el caso, i el mulato confesó el delito, con que se hizo notorio en la ciudad que sabe castigar atrevidos el glorioso San Juan de Sahagún.» ΕΙ que acabo de narrar no fué el único suceso milagroso de que el señor Villarroel tuvo conocimiento personal, según él mismo lo asegura.

Frai Gaspar de Villarroel era mui superior por la ilustración a la gran mayoría de los hispanoamericanos sus contemporáneos.

Su credulidad excesiva i candorosa hasta el estremo puede hacer estimar cuál sería la de otros menos instruidos, o completamente intonsos.

El señor Villarroel fué acatado entre los sabios de su tiempo.

Sus obras impresas, de que hablaré mas adelante, llenan no menos de ocho volúmenes.

Don Pedro Frasso, entre otros, le cita a cada pájina del tratado que lleva por título De Regio Patronatu Indiarum.

El padre maestro frai Manuel Mariano Ribera le llama «fecundísimo fruto del jardín agustiniano» en un libro que compuso sobre el Real Patronato de los Monarcas Españoles en la Orden de la Merced.

Don Pedro Rodríguez Campomanes le califica de docto.

Efectivamente, el padre Villarroel hizo los mejores estudios literarios, legales i teolójicos que podian hacerse en la América Española i en el siglo XVII.

Durante toda la vida, siguió cultivando i perfeccionando los ramos que habia aprendido en las aulas, como lo demuestran la erudición i la amenidad de sus escritos.

Lució su talento i su ciencia como orador, en el púlpito; i como profesor, en su convento, i en la universidad de San Marcos, donde se graduó de doctor.

Mientras residia en Lima, trabó estrecha amistad con el ilustre jurisconsulto don Juan de Solórzano i Pereira, que ejerció en esa capital, desde 1610 hasta 1626, el cargo de oidor.

Estos dos personajes se tuvieron i se manifestaron siempre recíprocamente un grande aprecio, que rayaba en admiración.

Villarroel, en sus escritos, tanto latinos, como castellanos, imita el método i estilo de Solórzano, que escribió también en los dos idiomas.

El teólogo se apoya, por lo comun, en las opiniones del jurisconsulto; i sola una que otra vez, aparece disconforme con él.

Espresando en cierta ocasión el motivo que tiene para esponer una doctrina con lenguaje, en lugar de propio, ajeno, declara que procede así, porque, si empleara el suyo, quitaria al razona

miento «el aliño i aseo» que le prestaba el de Solórzano.

Este último corresponde a los encomios de su amigo con otros no menores.

En un informe, asevera que habia conocido a Villarroel desde sus tiernos años; que tenia esperiencia de sus excelentes prendas, i de sus muchas letras en cátedra i en púlpito, i en libros con que habia honrado i enriquecido a la nación española; i que habia sido su consultor, naturalmente por medio de cartas, en el gobierno de la diócesis de Santiago.

En otra parte, agrega que el obispo Villarroel, el cual pudiera ser ejemplo de muchos, habia llegado a ser maestro de todos, con sus enseñanzas tan singulares i tan dignas de dilatados elojios.

Lo cierto es que las obras de Solórzano i de Villarroel son las mejores fuentes para conocer la constitución política i social de la América Española en el siglo XVII.

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