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Los talentos del obispo don frai Gaspar de Villarroel.

que

Los habitantes de Santiago, aun antes de llegase, se habian formado el mayor concepto de la sabiduría que adornaba al nuevo prelado.

Todos repetian con entusiasmo que era autor de cuatro gruesos volúmenes, unos en castellano, i otros en latín, que corrian impresos en la corte con jeneral provecho i aplauso de los entendidos.

Todos agregaban que don frai Gaspar de Villarroel era un predicador insigne, que habia tenido pendientes de sus labios a los próceres mas encumbrados de Madrid, i aun al rei i a la reina.

Todos se imajinaban conmovidos que el monarca i el papa habian querido manifestar a los chilenos una predilección particular, cuando les habian enviado un obispo semejante.

La audiencia determinó hacerse el órgano de la satisfacción popular, alterando en honor del

recién venido las disposiciones del ceremonial vijente.

Se acostumbraba que el nuevo obispo entrase en la ciudad montado en una mula ricamente enjaezada, llevado en medio de dos oidores, i seguido por los miembros del cabildo i de la nobleza, todos a caballo.

Sin embargo, los oidores, vista la excelencia del prelado que les llegaba, resolvieron acompañarle en cuerpo.

Uno de ellos, don Pedro Machado de Chaves, fué comisionado para ir a comunicar esta decisión al señor Villarroel, quien estaba, en una quinta de la Cañadilla, aguardando que se hicieran los preparativos de la fiesta.

El señor Villarroel, después de haber escuchado con aire mui complacido la esposición de Machado de Chaves, le preguntó cuál sería el orden del cortejo.

-Los oidores iremos de dos en dos, respondió Machado de Chaves; i Vuestra Ilustrísima, al lado izquierdo del mas antiguo.

El señor Villarroel tenia gusto i hábito de manifestarse humilde; pero al propio tiempo, atribuia suma importancia a las esterioridades aparato

sas.

Era bondadoso i conciliador; pero juntamente exijia que se le tributasen las mayores consideraciones personales.

Tal se mostró en esta ocasión, como en muchas

otras.

-Sírvase Usía i los señores sus colegas, dijo a Machado de Cháves, recibir la espresión de mi mas profundo agradecimiento por la merced que la audiencia ha querido hacerme; pero permítanme suplicarles que me honren solo dos señores oidores, llevándome en el medio, porque, de otro modo, la entrada pareceria, no mia, sino del señor oidor que ocupase el lugar de preferencia.

«I como los señores oidores de la audiencia de Santiago, refiere el señor Villarroel, son tan cristianos, no atribuyeron esto a humor, sino a celo de mi dignidad; i entrando en acuerdo, juzgaron que tenia razón, i resolviéronse a no cejar de aquella merced, i dejarse rendir, u de mi escrúpulo, u de mi frajilidad. I en conformidad de lo decretado, me llevaron en el medio los dos señores oidores mas antiguos, don Jacobo Adaro de San Martín i don Pedro González de Güemes i de la Mora, i de dos en dos, los señores don Pedro Machado de Chaves, don Pedro de Lugo, don Antonio Fernández de Heredia, fiscal, el alguacil mayor de corte Asensio de Zavala; i después de los señores, el cabildo i rejimiento.>>

La circunstancia de haber asistido la audiencia en cuerpo a esta entrada del señor Villarroel dió orijen a un incidente que, como se verá mas tar

de, mortificó sobre manera, sino a todos los oidores, por lo menos a alguno de ellos.

Por ahora, voi a limitarme a trascribir la relación del suceso, hecha por el obispo, en la cual aparece que él mismo advirtió el inconveniente, i procuró atenuarlo.

«En el cementerio de la iglesia (catedral), a alguna distancia de la puerta, se ha de prevenir un altar, donde el obispo se ha de vestir en su sitial; i aunque parece que se presupone que, pues está el sitial allí, se ha de sentar, i no hai contra ello alguna disposición, es grande inconveniente tener una real audiencia en pié; i viendo yo tamaño de la dificultad, i que no les habia prevenido estrado, i que era cosa injusta usar mal de su modestia, atajé la justa queja, con no admitir sitial ni silla, i vestirme en pié.»

el

El conocimiento i trato personal confirmaron i aumentaron la fama de sabio de que el obispo don frai Gaspar de Villarroel habia sido precedido cuando llegó a Chile.

Era un hombre comunicativo i ameno, que, en las conversaciones privadas, gustaba de disertar sobre diversidad de materias, i de comprobar sus opiniones con lo que habia leído en los libros, o con lo que habia visto en los distintos países visitados por él.

que habia sabido, o lo

que

Contaba lo le habia sucedido en los diferentes lugares de América i de Europa por donde habia pasado, en Lima, en Córdoba del Tucumán, en Buenos Aires, en Lisboa, en Madrid.

Repetia lo que habia oído al rei de las Españas i de las Indias, al virrei del Perú, a los marqueses i duques, a los arzobispos i obispos, a los muchos magnates de toda especie con quienes habia hablado.

Citaba de memoria, cuando se ofrecia la oportunidad, trozos en prosa o verso de los clásicos latinos, i testos de los escritores sagrados.

Referia sucesos históricos, anécdotas familiares, aventuras de santos, milagros, casos prodijiosos. Narraba con detalles cuanto le habia ocurrido en el medio siglo que llevaba de existencia, porque, a pesar de que hacía grande ostentación de modestia, se complacia mucho en ocuparse de sí mismo.

Era una miscelánea viva i parlante, mui propia para entretener a una ciudad tan poco atareada, i tan escasa de pasatiempos i noticias, como la de Santiago.

Los habitantes del país yacian en una ignorancia lamentable, completa, profunda, por lo tocante a materias literarias.

Jamás habian hojeado una historia, o una novela, i mal podian haberla hojeado, puesto que las

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