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El señor Villarroel hacía a los eclesiásticos de su diócesis un curso de teolojía moral, que ratificaba el concepto de sabio en que todos le tenian.

Pero lo que constituia el principal i sólido fundamento de su fama eran los numerosos sermones que predicaba en todas las iglesias i en todas las fiestas.

Los fieles de Santiago no se cansaban de ponderar i de admirar lo elocuente de su pastor.

Cada vez que le escuchaban, comprendian perfectamente que los personajes de la corte, i el rei, i la reina, le hubieran aplaudido i encomiado.

Tal predicación merecia ser premiada, como lo habia sido, con un obispado.

A juicio de muchos, la recompensa no habia correspondido a sus merecimientos.

Un orador semejante debia ser arzobispo.

Un contemporáneo, el padre Vicente Modelell, provincial de la Compañía de Jesús en Chile, ha consignado, en una carta dirijida al obispo Villarroel con fecha 26 de marzo de 1646, lo mucho en que el público de Santiago apreciaba los sermones de este prelado.

«Usía nos ha producido muchos sermones, colmados de ciencia i doctrina, de tal suerte que pudiera Usía decir con el Santo Job: Qui me audiebant expectabant sententiam, et intenti tacebant ad consilium meum. Era tanta la estima que todos tenian de la sabiduría de Job, que cuanto se le

caia de la boca, lo recebian los de su pueblo como oráculo sabio, i juzgaban ser cosa superflua deliberar mas sobre ello. Cuando decia su parecer, ninguno divertia su pensamiento, ni abria su boca, ni hallaba que añadir a sus palabras. I poco después añade lo que Usía puede repetir a boca llena: Super illos, stillabat eloqium meum; expectabant me sicut pluviam, et quasi imbrem serotinum. Recebian sus palabras como quintas esencias destiladas de hierbas i flores olorosas; oíanle todos con deseo; i si callaba, tenian que ofrecer a Dios; i su silencio les era materia de paciencia, como lo es a los labradores faltar el agua a la tierra. Si las demás relijiones publican lo mucho que Usía las ha engrandecido en los doctísimos sermones que ha predicado en sus iglesias, la Compañía de Jesús no puede dejar de pregonar los favores i elojios que ha recibido de Usía, mostrando en todas ocasiones el singular afecto que tiene a todos los hijos de ella. Testigo es aquel sermón insigne que, siendo Usía bien mozo, predicó con aplauso universal de toda la ciudad de Lima, en la fiesta de la canonización de nuestro gran patriarca Ignacio, que se dió luego a la estampa, quedando no menos impreso en los corazones de todos sus hijos. Testigo aquel sermón grandioso que poco há predicó Usía en nuestra iglesia, el último dia de cuarenta horas, cuyos favores i honras recebidas fueran suficientes para eternizar

a Usía en nuestras memorias. Pero cuando todo faltase, bastaba por testigo el grande apóstol de oriente San Francisco Javier, cuando, en estas rejiones occidentales, con ocasión de un estupendo milagro que obró el santo, le vitoreó Usía desde el púlpito, haciéndole doradas lenguas en sus alabanzas, concurriendo toda esta ciudad a una celebérrima pasión, que no menos dió victorias i aplausos a Usía, que pudiera mui bien repetir con el Santo Job: Auris audiens, beatificabat me; et oculis videns, testimonium reddebat mihi.»

Frai Juan de Salas, provincial de la orden de Nuestra Señora de la Merced, en una carta dirijida al obispo con fecha 30 de marzo de 1646, decia lo que sigue acerca de esta misma materia.

que

«Todos los de la ciudad asistimos a un sermón

Usía Ilustrísima predicó en una de las fiestas del Santísimo Sacramento que cada mes se celebran en la santa iglesia catedral por la congrega. ción que tuvo su principio, i se conserva en la devoción de Usía Ilustrísima; i fueron tan eficaces sus palabras en la persuasión de la frecuencia de los sacramentos, que, el domingo siguiente, comulgaron todos, siendo los primeros el señor marqués de Baides, presidente de esta real audiencia, gobernador i capitán jeneral de este reino, i los señores oidores, i a su imitación, todos los demás hasta el último plebeyo. ¿Qué confesor no testi

fica el copioso fruto que se hizo en las almas? Yo puedo decir de confesiones bien dilatadas, de contriciones bien conocidas en sujetos que estaban bastantemente distraídos.»

XI.

Las virtudes del obispo Villarroel.

Don frai Gaspar de Villarroel, además de su talento de escritor i de orador, poseia algunas bellas prendas de carácter, las cuales contribuian a hacerle querido i venerado.

Entre ellas, debe mencionarse su jenerosidad, especialmente en lo que tocaba al fomento del culto divino.

Frai Jacinto Jorquera, provincial de la orden de Santo Domingo, escribia al señor Villarroel, en carta de 24 de abril de 1646, lo que va a leerse.

«Quiso Usía, como verdadero devoto de Nuestra Señora, autorizar en mi convento la cofradía del santo rosario. Asentóse en ella, i dió en su entrada ciento i treinta pesos de limosna, i señaló para cada mes cierta cantidad de cera en forma de jornal, i celebró en mi casa, como lo ha hecho en otras, el sacramento de la confirmación solo para darnos de limosna las ofrendas i las candelas. I

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