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PRÓLOGO.

Algunos sabios laboriosos han empleado su vida en descubrir i estudiar las ruinas antiguas, sepultadas en la tierra, a veces a una gran profundidad, i sobre las cuales, amenudo, habian crecido árboles corpulentos, i se habian amontonado eminencias mas o menos elevadas.

Gracias a su constancia heroica, i a su perspicacia penetrante, lo que se habia tenido por his toria durante siglos, ha sido rectificado, i en ocasiones enteramente rehecho.

Me basta citar por via de ejemplo lo que ha sucedido con lo que se aceptó por largo tiempo como historia de Ejipto i de Roma.

Las pacientes e injeniosas investigaciones de los anticuarios, de los arqueólogos i de los eruditos, han reducido a la categoría de fábulas un gran número de las aseveraciones de Heródoto i de Tito Livio.

Junto con esto, los monumentos i los objetos

desenterrados han revelado noticias de sucesos caídos en tanto olvido, que habian pasado a ser ignorados de todos.

La historia antigua ha llegado por este medio a ser mas conocida de los individuos de la jeneración actual, que de los de las precedentes, i aun de los que existieron en las épocas inmediatas a esos sucesos mismos.

Un fenómeno enteramente análogo se ha operado por lo que respecta a Chile.

Sabemos ahora la historia de la conquista de este país por los españoles, i de su dominación en él, con muchos mas pormenores, i mas exactamente, que nuestros antepasados.

Sin embargo, todavía es mui posible adelantar en esta interesante materia, como lo manifiestan publicaciones recientes, i otras que se preparan.

Está lejos de haberse escrito la última palabra sobre los hechos de la conquista, i del gobierno colonial.

Por cierto, no tenemos inscripciones que descifrar, monumentos que desenterrar, medallas i obras de escultura o de pintura que estudiar; pero tenemos en España, i aun en Chile, numerosos manuscritos de que no se ha sacado el debido provecho a pesar de que contienen datos curiosísimos acerca de los antecedentes de nuestra nación.

La tarea de los escudriñadores chilenos es

incomparablemente mas modesta, que la de los europeos; pero no carece de importancia, a lo menos en lo que a nosotros toca.

Tal es lo que me ha animado a dar a la estampa este libro, en el cual he consignado el fruto de una rebusca en los archivos nacionales.

Sin temor de que se me tilde de presuntuoso, declaro que no me habria costado mucho referir con estilo propio las noticias que he acopiado.

La composición habria con esto indudablemente ganado en mérito literario, i en amenidad.

No obstante, atendiendo a la naturaleza i al propósito de esta obra, he considerado preferible formar una especie de mosaico de documentos antiguos a fin de que la aseveración i la comprobación relativas a hechos desconocidos aparecieran juntas, i de que los contemporáneos del siglo XVII se retrataran por sí mismos.

He pensado que los demás han de esperimentar lo que yo.

Cuando leo una esposición mas o menos brillante de las creencias i de las costumbres de un período histórico ya lejano, i mal estudiado, sin que se exhiban, o sin que siquiera se citen las piezas justificativas, me asalta la duda de si será una de tantas invenciones fantásticas i caprichosas.

Para salvar este inconveniente, a mi juicio grave, me ha parecido que el mejor arbitrio era el

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de compajiuar documentos raros o inéditos, haciéndolos preceder o seguir de aclaraciones o comentarios que, al propio tiempo que los esplicaran, los reunieran en un conjunto metódico.

No siguiendo este sistema, yo habria tenido necesariamente que adoptar alguno de estos otros dos: O imprimir solo los documentos;

O publicar separadamente un resumen de los datos contenidos en ellos, i a continuación, los documentos mismos.

Lo primero habria sido la simple edición de un manojo de papeles clasificados i arreglados mas o menos acertadamente, incomprensible e indijesto, para la mayoría de los lectores, la cual exije que se le presenten los hechos i las ideas con enlace, sin blancos, por decirlo así.

Lo segundo habria sido la repetición en un solo marco de un mismo cuadro, sin otra diferencia, que la del estilo.

Un Washington Irving ha podido esplotar con ventaja en las Vidas de Cristóbal Colón i de sus Compañeros, los documentos dados a luz con prioridad por el benemérito don Martín Fernández de Navarrete.

Un Prescott i un Motley han podido, en la Historia de Felipe II, i en la Historia de la Fundación de las Provincias Unidas, aprovecharse hábilmente de las colecciones de Gachard.

Pero ni Irving, ni Prescott, ni Motley, han re

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