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¿No creeis, señores, como yo, que conviene disipar el escándalo de ver al partido progresista en el dia de su triunfo dividirse en cuatro campos, para unos contra otros hacer armas que al enemigo comun dén la victoria? ¿No creeis que conviene fijar en este documento alguna deduccion filosófico-política, aplicable á las circunstancias del dia? Así lo creo, y por esto me he decidido á presentar mi enmienda.

Se encabeza, señores, el período cuarto del proyec to de contestacion de esta manera: «Vuestra Majestad recordando enternecida los sucesos pasados, exclamó: saquemos de ellos, Sres. Diputados, ejemplo y enseñanza para esta vida política que ahora se nos abre.» Estas son palabras, en mi concepto, oportunas, precisas, propias del dia, bien aplicadas. El Trono ha cumplido perfectnmente su mision. Y las Córtes, ¿cómo responden á este recuerdo que tan generosamente nos presenta la Reina? ¿Cómo responden, de qué manera aceptan esa leccion que tan noble y generosamente, repito, nos presenta S. M.?

Señores, con apotegmas de ética (perdónen me los señores de la Comision), con sentencias morales como esta: «Saludable es siempre, Señora, sacar de lo pasado ejemplo y enseñanza para lo futuro.» Segundo: «<Los errores que haya podido haber, propios son de la humana naturaleza.>>

señores, que el pasado es para nosotros una leccion, como la Reina ha tenido la dignacion de decirnos.

Pero esa leccion, ¿es una plática razonada y tranquila que tiende solamente à conquistar la razon? No. Una série de males pasados, ¿cómo puede influir en el porvenir? Como el sufrimiento experimentado obra en el ánimo del hombre escarmentando. Escarmiento es sin duda el fruto que alcanzamos en nuestras luchas con la desgracia, y todos los males que hemos sentido solo pueden producirnos escarmiento. Escogí, pues, esta palabra, cuya significacion creo que abraza las ideas de experiencia dolorosa, una correccion razonada y un deber, y he dicho en la enmienda: «Las Córtes, Señora, de acuerdo con la indicacion de V. M., atenderán la leccion de escarmiento que les ofrece el pasado.>> Yo creo que esta série de perpetraciones que con dolor recordamos no es para nosotros sino un escarmiento; solo para escarmentar puede convenir al dia de hoy el recuerdo del dia de ayer. En efecto, señores, ¿será lógico, será cuerdo retirar la vista de ese sombrío panorama político que atrás dejamos? Varios señores así lo han dicho. Respeto mucho su opinion, más autorizada que la mia; pero en sentido contrario, no puedo ménos de obedecer á mi conciencia.

Recuerdo, señores, que en la sesion del dia 11, el Sr. Ministro de la Gobernacion, poco más ó ménos, explicándonos sus nobles sentimientos en esa forma bella y precisa que yo ingénuamente reconozco en S. S. y respeto, ha establecido, poco más ó ménos, el pensamiento que se encuentra en estos versos de Jorge Manrique:

«No curemos de saber
lo de aquel tiempo pasado
qué fué de ello.»

Yo considero que esos aforismos filosóficos estarian quizá mejor en un libro de doctrina y sonarian perfectamente en una escuela de moral. Me parece que más bien les pertenecen esos puestos que les señalo, que el de un documento politico. Reti radlos, señores de la Comision; suprimid esas dos cláusulas, y decidme luego si queda el discurso completo, si falta conexion entre sus miembros, si se encuentra llena la condicion de propiedad de estilo; yo creo que si. Se habla, y parece que S. S. continuaba: es verdad, en seguida de residenciar á los responsables de hechos consumados, y en esto creo yo que es en lo que con más precision se llenan las circunstancias del dia; pero por mi desgracia encuentro que esa misma redaccion es indeterminada en parte, poco decisiva, y está muy lejos de elevarse á la altura de las palabras de S. M.

Por último, señores, aquí es en donde la Reina con decision y con noble franqueza nos dice, nos habla de una vida nueva, de una nueva política. Para mí es sorprendente que el Trono, que está destinado á dar el impulso, se haya presentado á tanta altura, y que la Comision se haya quedado tan abajo, que no solamente haya dejado de mencionar esas palabras, pero ni aun siquiera las haya tomado en consideracion.

Recuerdo á este concepto un principio que aquí ha sentado ayer el Sr. Lafuente. Ha dicho S. S., poco más ó ménos, estas palabras: «El discurso de la Corona es muy considerable por lo que calla,»

Esto ha dicho, ó cosa parecida. Yo creo que, consiguiente con esta idea, la Comision ha querido sin duda exceder en el mérito de la redaccion al discurso de la Corona; creo que la Comision ha callado más que la Reina.

Señores, yo en la nueva redaccion me he propuesto cubrir en todo lo posible las faltas indicadas. Me ha parecido que, segun sus términos manifiestan, reune á nuestra vista el pasado, el presente y el porvenir, y clasifico de la manera que à las circunstancias me parece puede convenir, esos tres términos del pensamiento de la época. ¿En qué forma, se pregunta, debe comparecer para esta síntesis el pasado? Yo considero,

«Dejad tambien lo de ayer
que así se queda olvidado
como aquello,»

Yo, señores, tengo la desgracia de pensar de otra manera. En una ocasion solemne lo he querido decir; no he pedido, y aprovecho esta ocasion para emitir una idea que creo necesaria en el curso de la política que seguimos. Yo pienso que al país conviene, que el país de nosotros reclama otra conducta; creo que conviene tengamos á la vista los horrores de que vamos huyendo. Cuando, señores, se dice fuera de aquí, y aquí en este recinto, en donde solamente la verdad es soberana; cuando aquí se dice que el partido moderado es el único que puede producir un verdadero Gobierno con la fuerza y energía necesarias; que las doctrinas que el partido progresista ha profesado y sigue profesando no podrán hacer nada por el bien del país; cuando esto suena, señores, permitírseme dobe, es necesaria una mirada de retrospeccion. Reconozco que á fuer de nobles os repugna renovar aquí cosas pasadas y odiosas recriminaciones; pero la responsabilidad caerá solo sobre quien provoca. Yo creo que es conveniente á nuestra política del porvenir revistar dias aciagos que ojalá pudiésemos borrar en el libro del tiempo; recorrer esa série de perpetraciones malignas que empieza en el año 1843 con una inícua alevosía indigna de españoles, inolvidable para hombres de honor, y podremos conocer, señores, en esa elaboracion fatal el fondo fangoso é impuro que sirve de base á nuestra situacion.

Once años de guerra abierta con el pueblo, rigiendo en el campo del vencedor la táctica del aleve y la

fé púnica; once años de atropellamiento y despojo, de opresion, de inmoralidad y trastornos, fueron la vida y la fortuna de esa fraccion opresora á quien plugo nombrarse partido, de ese nombrado partido que con insólito arrojo lanzó al rostro del escarnecido pueblo el sarcasmo de seguir apellidándose moderado. Señores, al ocuparme de este partido, una excepcion debo hacer como hombre de honor; la hago aquí à fuer de caballero, y en mi corazon á fuer de justo, á favor de los ilustres patricios que dotados de altas virtudes han pertenecido à ese partido solamente para honra de nuestra historia, ó para demostrar que en España no existen fracciones políticas de las cuales se ausente totalmente la generosidad y los sentimientos nobles. Otra salvedad me conviene hacer al ocuparme de este partido. Yo hablo, señores, del cuerpo colectivo, del ente moral; y al hacerlo, debo establecer que yo no acepto ni por un momento el error que circula autorizado de hacer pesar toda la odiosidad de un largo y tan penoso drama sobre los últimos protagonistas que con la escena y el escenario se hundieron todos en el abismo. Lejos de mí, señores, esa injusticia, que puede ser estratégica, de agolpar en tumulto tanta gritería sobre los que van cubriendo la retirada de los vencidos, con la mira acaso de sofocar y que no se oiga la voz clamorosa de la Pátria herida; voz, señores, que se levanta contra la inmoralidad que cancera sus entrañas y que nació en otro campo. Yo, señores, creo que la Pátria tiene tanto que reclamar del Ministerio que podrán apellidar de los ágios, como de los Ministerios de los golpes de Estado, de los sistemas tributarios, de las centralizaciones, de los fusilamientos, de las deportaciones en masa, de la degradacion, en fin, de las instituciones.

Ocúpome, pues, señores, del partido en masa.

Ese bando de ominosa memoria pisoteó leyes, atropelló al ciudadano, aniquiló el particular y saqueó el comun; pero esto es aún poco. Aherrojó las comunidades del pueblo, vilipendió y anuló la Representacion nacional, y despues de ostentar su impertérrito valor con los vencidos, cobardemente atrincherado tras la virtud de estas palabras «Yo la Reina,» à la Reina misma atropelló y ha lastimado; desvirtuó el Trono, y le ha comprometido á buscar refugio en este Congreso de caballeros, y ¡ojalá, señores, que los estragos causados en lo dicho hallasen su término!

Más profundo parece el mal si consideramos que aquella atentatoria conducta, no solamente lastimó la generacion que á su voracidad fué pasto, sino que permanente ariete, funcionando sin cesar contra los cimientos de nuestro edificio social y político, concluyó por falsear éste, y el viejo monumento está en peligro.

Rica nuestra Pátria en elementos de gobierno, ofreció siempre al filósofo político seguridad en su existencia y en su marcha cordura, y por esto, cuando en el año de 1848 amenazó á la Europa un segundo acto de la disolvente demagogia moderna, era España, á la vista del observador imparcial, con su recinto fortificado de carácter firme, de amor al pasado, de recelo por la innovacion, con su pasion por sus Municipalidades, por sus Reyes, por sus Córtes, por su religion; era, repito, punto de descanso para el ánimo fatigado, oasis antiguo que se levantaba pintoresco y cultivado en medio del esterilizador arenal con que el simoun revolucionario cubría y amenazaba sepultar la sociedad. ¡Nos encontramos hoy en este estado? ¿Existen hoy las mismas garantías de órden público? ¿Podemos contar con esas

seculares columnas que el pueblo en su lealtad acata, que el pueblo en su constancia defiende? No, señores; están gravemente resentidas, y temo que no puedan sostener el edificio.

Observemos. Vaciado el poder municipal en un molde que un Gobierno faccioso le trazara; convertidos nuestros Concejos en comitiva de los jefes políticos, vióse á esta institucion sagrada, romana, ó goda, ó castellana, hermana por fin de nuestra historia, languidecer y extinguirse su importancia, y el huérfano pueblo comprendió quizá por primera vez la conviccion sacrilega de que tambien durante un régimen liberal el poder municipal puede ser bastardeado y convertirse hasta en su enemigo.

Las Córtes, esa antigua ciudadela del honor popular, último atrincheramiento del derecho público; esa grande institucion que con su cátedra de moral fué siempre vida é inteligencia del pueblo español, postradas ayer bajo el Trono, regidas desde una silla curul, fueron una construccion de género nuevo que un mañoso fabricante preparó con el loco pensamiento de asentar sobre ella esta paradógica alianza. Un pueblo libre y un Gobierno déspota. Vió, pues, el pueblo que ni su más querida, ni su más poderosa institucion le salva; dudó del derecho, dudó de sí mismo, y el escepticismo político fué la obra impía de sus tiranos.

El Trono, esa institucion magnífica de nuestros mayores, destinada á representar la majestad nacional y hacer reflejar su dignidad por todo el disco del imperio; esa institucion, centro de atraccion política, al cual corrieron voluntarios los pecheros antes y los magnates despues, y cuyo lema fué inscrito en la bandera del partido moderado, fué por éste porfiadamente batido. Despues de puesto en lucha con el pueblo, y no siendo posible otro ataque, vióse abatido el alto prestigio de la Reina; deprimióse cobardemente por españoles que yo tengo por bastardos, la fama del elevado personaje cuya honra y cuya gloria, en tanto que representa la majestad castellana, es honra y gloria del pueblo español.

Desde un principio vemos una camarilla que se dijo monàrquica tomar posesion del Palacio de los Reyes. Allí engendra y germina allí la conculcacion de todo principio: desde allí ostenta el más cínico desprecio del público, y sus derechos llegan á desacatar las leyes mismas del decoro; y el noble pueblo que tan malparada ve la dignidad nacional y que en el camino de la reparacion ve que merced a pérfidos consejos le sale siempre al encuentro su Reina con su inviolabilidad y su representacion sagrada, de repente duda, desconoce de improviso esa representacion y aquella inviolabilidad, y está sin Reina.

Sigue la desmoralizacion, y se propaga á los órga nos de la administracion; y el pueblo, convertido al fin en granjería de la fraccion empleada, sin Ayuntamientos, sin Diputaciones, sin Reina, sin Córtes que en un momento oigan su queja en justicia; con la conciencia además de que sus insoportables cargas no irán á ménos y que la inmoralidad toma carácter de costumbre; sin remedio, en fin, para sus males, este pueblo se encuentra justamente colocado en la víspera de romper todo pacto, de atropellar todo respeto, de presentarse por último en ese campo de derechos destruidos y manchados decretos, y allí, sobre las astillas de la tribuna y del Trono, alzar tremenda la bandera de su derecho, de su eterno é imprescriptible derecho: la fuerza.

Despues, luego, á la aparicion de esa potencia pri

mitiva y terrible, de órden y ropaje antiguos; cuando mudas las leyes, taciturno el órden, asustada la propiedad, horrorizada la familia, con lívido semblante y ojos inciertos salen las gentes á buscar la autoridad, alcanzan solamente á ver las catapultas del irresistible coloso, trémulo, oscilante, bamboleándose el Trono, sin vida, sin fuerza, sin voz para otra cosa que para exclamar con Otriades: Venit summa dies et inexcrupta

bile tempus.

Existe fuera de estas circunstancias una, un pensamiento que puede clasificarse en la categoría de principio orgánico del Gobierno: es una idea que será acaso de todos los Ministros, que puede ser de algunos ó de ninguno, pero que es un principio que representan, á saber: la union liberal. Este pensamiento da al Ministerio un carácter general y que no puede subordinarse al distinguido mérito de sus indivíduos, ni ocultarse tras la virtud del mejor programa, y ese carácter es el

Ecce opera vestra diré yo ahora al citado partido; que yo creo en pugna con las necesidades del dia. hé aquí vuestra Monarquía.

Por fortuna, para la angustiada España existia y existe en este tiempo un hombre de prestigio providencial, personificacion del ejemplo que los siglos de Arístides y de Caton nos legaron; el génio del pueblo español parece que ha tomado su forma, y parece que esta magnífica figura la guarda Dios para con su presencia calmar las borrascas de nuestro destino. Así se calma ron.

Pero, señores, la situacion es precaria, tan precaria como en las combinaciones del infinito es inconsiderable la existencia de un mortal. ¿Qué debemos, pues, hacer? Los señores de la Comision en esta parte han creido como yo: la punicion del pasado es la primera tarea de hoy; diferenciándonos solamente en que yo quise determinar más, diciendo, no que consideraremos para que se juzgue, como la Comision dice, sino que someteremos al juicio.

Nos hallamos ya, señores, en los confines de dos épocas, línea que divide dos historias: hemos cerrado la una; ¿cómo abrimos ahora la otra? Hé aquí el tema de la política de hoy, el principio del porvenir. Yo, señores, tuve el honor de fijar mi pensamiento en la enmienda, en donde dice «que se adopte una política conveniente á la nueva épcca, que esté tan de acuerdo con las últimas manifestaciones del pueblo, como distante de seguir ó imitar sistemas condenados por la opinion pública,>>

¿Y esta política existe? ¿Nos hallamos en ese terreno que yo considero el de la situacion? Creo que no. Política nueva, pensamientos y hombres diferentes; sobre esto hay mucho que hacer.

Antes de ayer, señores, hemos tenido el gusto de oir un programa de gobierno al Sr. Ministro de Estado. Desde luego he creido que dicho Sr. Ministro sometia al juicio de los Sres. Diputados la parte de programa de gobierno que en aquel documento se advierte. He creido tambien, en honra de su gran talento y profundo saber, que la primera parte, que se refiere à principios constitucionales, no habrá querido que fuese una anticipacion del juicio de la Asamblea sobre la Constitucion. Pero concretándome á la parte de gobierno, el Sr. Ministro de Estado, con una franqueza que ningun Gobierno del mundo puede mejorar, nos dice: «Hé aquí el principio; si no estais conformes, nos retiraremos.» No puede ser esto más constitucional. Continúa el Sr. Ministro diciendo: «Si el principio os satisface, y las personas ó los ejecutores no, nos retiraremos tambien.» Esto es llevar el constitucionalismo y la lealtad al altísimo grado de su escala, Yo, sin embargo, tengo la desgracia de haber visto la cuestion en otro terreno, y S. S. tal vez se sorprenderá. Yo creo que podemos reconocer en el programa grandes principios muy aceptables, reconocer en los indivíduos que forman el Ministerio las mejores circunstancias que pueden reunirse para formar el Consejo de la Corona, y sin embargo no estar conformes.

Yo no puedo aceptar la union liberal; y respectivamente a esto tengo que recordar las palabras que el Sr. Prim pronunció en la sesion del 4 de Diciembre. El Sr. Prim nos decia: «Los que os oponeis a la union liberal correis à la reaccion del año 43.» Yo quise entonces contestar á S. S., pero no pude hacerlo, y ahora voy á procurarlo. No he podido comprender cómo formó su conviccion el Sr. Prim para creer que la negacion podrá conducirnos al asentimiento. No comprendo cómo será que huyendo de la union caminemos á la coalicion.

Si el Sr. Prim ha querido decir que nuestro sistema de separacion nos conduce á ser vencidos, en ese caso acepto con gusto el vencimiento al lado de mis amigos y no quiero la victoria que al siguiente dia ha de obligarme al recelo y desconfianza de mis camaradas.

Decia tambien S. S.: «No hay un hecho solo que jus. tifique que vamos marchando á la reaccion del año 43,» Y refiriéndose al Sr. Gaminde, decia S. S.: «¿Cuáles son los hechos en que se funda S. S. para decir que marchamos hacia el año 43?» Señores, la analogía de las dos épocas héla aquí tangible, amenazadora, héla aquí, En aquel tiempo se dividió el partido; casi todos nuestros jefes tomaron plaza en otro campo con su denominacion particular; la masa quedó abandonada, sin direccion y sin nombre. Hoy, señores, comparad: casi todos nuestros jefes tambien nos abandonan y se afilian en la union, y se nos califica con el epíteto de exagerados, por no decir otra cosa. La responsabilidad de esto creo que la podremos aceptar todos. Yo acepto una pequeña parte para los que unidos à la fraccion democrática tal vez con nuestro silencio hemos podido aparecer cómplices de alguna imprudencia, ó sea algun trasporte de generosidad, que suele ser el achaque de las democracias. Pero en tanto nosotros no hemos reunido en nuestro personal sino los instintos de progreso, y nuestros jefes se adhirieron á tendencias estacionarias. Este partido misto se ha formado bajo la impresion del temor à la juventud, y del mismo orígen tuvo existencia el partido ayacucho de 1841. Este declaró la guerra á sus correligionarios, y hoy creo que la guerra está ya indicada; creo que es de temer que esta guerra como aquella terminará en las calles entre el ruido de la pólvora y los ayes lastimeros de la Pátria, que siempre llora entre los vencidos sin hallar jamás goces en el campo vencedor; que siempre pierde, gane el uno ó el otro campo.

Hoy además se ve enarbolada en el aire una bandera fatal; la que sepultada en el panteon de las grandes decepciones, creí que nunca de allí se exhumaria sino para horrorizar á los hombres públicos. Coalicion, esa es la inscripcion que leereis en el frontispicio de ese alcázar de oro que para mansion de moderados y de tránsfugas progresistas levantaron en once años los prebostes de la tiranía. ¿Y esa misma inscripcion quereis darnos para timbre de la nueva obra? Olvidad, si podeis,

que aquel edificio está ligado con un cimiento que formaron amasando el sudor de los pueblos con la sangre y las cenizas de sus mártires. Olvidadlo si podeis; pero ¿no os estremeceis al materializar á nuestra vista ese maldecido recuerdo? Coalicion, señores, se escribió en esa bandera negra bajo la cual se afiliaron y militaron contra nosotros la audaz codicia y la más cínica de las perfidias, y bajo la cual celebraron bacanalmente sus triunfos sobre la tumba de las virtudes patricias. ¿Y esta misma inscripcion que reis que venga á manchar el lábaro de nuestra redencion politica? Señores, os equivocais, ó mi corazon se extravia.

Las épocas no pueden ser más semejantes; la fatalidad es la misma. Hoy como entonces se divide el partido, y como entonces hoy se nos califica de disolventes, y tambien como en aquel tiempo se confeccionaban ayer por la más ruin astucia especies indignas y calumniosas versiones de baja ley, que se confian á la más rastrera de las intrigas para afectar, si es posible, el prestigio de un alto personaje.

Hoy se invoca como entonces la justicia, y como entonces sirven á los intereses de fracciones las ostentadas conveniencias de la política, y la política y la justicia se aunan, no para consolidar el partido progresista. Yo creo que estamos, quizá sin saberlo, trabajando ya en los preliminares de esta revolucion.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Infante): Ruego á V.S. que se contraiga.

El Sr. FEIJÓO: Esta es la cuarta vez que pedí la palabra en asunto general, y es la primera que la obtengo. Permítame V. S. que presente el cuadro de los hechos y las razones en que se funda mi política.

Recuerdo que el Sr. Allende Salazar nos ha dicho en una sesion pasada que «el que promueva la desunion no es amigo del Duque de la Victoria, y que no es buen patricio el que invoque el principio que quie. ra.» Yo solamente diré á S. S. que soy amigo del Duque de la Victoria como el mejor liberal; que amo á la Reina como el que más, y que amo á mi Pátria como Isabel I. Sin embargo, aborrezco la nombrada union liberal.

¿Y en qué, por último, se funda ese pensamiento? En la union consiste la fuerza, es una verdad relativa que hace más de cuarenta siglos vienen repitiendo los hombres de letras, tomando el consejo de un oriental moribundo,

Pero, señores, yo comprendo que solamente la union de agentes que obran en un mismo sentido produce la fuerza, así como la union de moléculas graves produce el peso; pero si la accion es diferente y tal vez contraria, la union disminuirá ó aniquilará la fuerza, así como el peso de los graves se disminuye en su incorporacion con materias leves.

¡Pero una coalicion hoy repetida por los liberales del año 43! Si esto veo continuar y consolidarse, creeré, señores progresistas, que somos indignos de tomar á nuestro cargo los destinos de la Nacion, y temo que el pueblo dirá que somos inhábiles para representarle. Inconsecuentes tambien, porque ese pueblo que luchando en terreno desigual con influencias preexistentes, consiguió la victoria en las urnas y pudo enviar aquí una mayoría de su propio partido, el progresista; ese pueblo que quiere ver aquí dominante y exclusiva esa opinion que es la suya, solamente admirado y sorprendido verá que aquí se duda por sus elegidos mismos si han de cumplir por entero ó atenuar en parte el cumplimiento de sus deseos.

Esos liberales que aman el progreso moral, social, político y material del pueblo español, esos son los que España convoca aquí en este dia, para que, formando un cuerpo compacto y exclusivo à extrañas inspiraciones y al servil interés impenetrable, impriman en la marcha de los negocios públicos el noble continente de su heróica virtud, y á los actos del Poder dén con su sello la eternidad, la grandeza de su causa, la santidad de su dogma.

Ese partido que tiene la honra de reconocer por jefe al más ilustre ciudadano que hoy presentan las Naciones del globo, que está aquí en mayoría y aclamado por la Nacion, ¿puede un momento titubear en su conducta, cuando la voz más varonil que salió de nuestro pueblo le dice: «cúmplase la voluntad nacional,» y al suceso responde una espada tan imponente como la del Gran Capitan?

Union, señores, nececesitamos; pero es la union progresista. ¿Qué es lo que detiene el curso á este pensamiento? Lamentable me ha parecido respecto de esta union el ver que haya quien se afecte de vernos incorporados con la fraccion democrática, como si la generosidad, la valentía, la rapidez con que marchan esos políticos á nuestra vanguardia pudiera ser obstáculo á nuestro camino.

Ellos siguen el mismo camino que nosotros, no diferenciándonos sino en que aquellos buscan un fin más lejano. ¿Por qué, pues, no iremos juntos hasta ese término que la Pátria desea y que es la meta de la carrera progresista? ¿Acaso puede obstar al que camina dos grados, otro que quiera marchar los dos más uno? Señores, yo creo que los que desaprueban nuestra union con los demócratas no han meditado bien, No reparan en que la línea divisoria de estos dos campos se halla muy poco antes de los confines en que el mundo ideal se parte del mundo real, y yo creo que aun apurada la materia, el demócrata cuando ménos es un progresista teórico, y el progresista es un demócrata práctico. Nosotros no les seguiremos en sus trasportes de generosidad; pero naturalmente les acompañamos hasta cerca de ese punto en donde la vida es sueño.

¿Y qué nos importa al cabo ese laboratorio de esfuerzos teóricos, en el cual, abandonando lo terreno, parte ligero el entendimiento á crear en el campo de la imaginacion su mistica ciudad santa: que allí, entendiéndose, no con el hombre, sino con la razon; gobernando, no`la autoridad, sino el derecho, sin más propiedad que el dogma santo, ni otra ley que el principio eterno; allí la soberana razon, fija y radiante en el cielo de la conciencia pública, ilumine y dé impulso á las otras razones, á las cuales sirve como de centro planetario, y que de esto resulte la inefable armonía del espíritu, bienaventuranza máxima y final de las edades? ¿Qué nos importa este mundo de abstracciones, el cual por otra parte no comprende á los dignos señores demócratas, á quienes el pueblo elevó al Congreso porque conoció sus virtudes y verdadera ciencia?

Volviendo al mundo real, y considerada nuestra naturaleza mortal y achacosa, estos señores, ¿qué piden? Voy a permitirme presentaros una síntesis de su pensamiento, tal cual le comprendo yo. Estos señores quieren distribuir entre los ciudadanos, con la igualdad más perfecta que posible sea, toda facultad física y moral y toda materia que á esas facultades se refiera.

Pues, señores, esto mismo pretende todo progresis

ta, todo liberal de buena fé, porque el liberal de todos tiempos y naciones es un hombre de corazon republicano. Si nosotros, al tropezar con el imposible calculando para buscar datos para nuestra ecuacion, descendemos al campo de lo existente; si allí nos acomodamos a las circunstancias, somos políticos, y llámasenos progresistas; si emero para la operacion pedimos con preferencia datos al corazon, ya somos demócratas, y al fin, señores, yo creo que el demócrata y el progresista son os hermanos, permitidme, romántico el uno, y el otro clásico: familia liberal.

Quereis, pues, señores, que esta familia no se entienda. y ¿qué temeis? ¿Que la precipitacion de los que van delante arrastre á los que les siguen? Señores, yo Creo que en nuestro partido no faltará en su puesto la razon, ni el criterio nos abandonará.

El Sr. SECRETARIO (Huelves): Hay presentadas dos enmiendas á este dictámen; y como no tiene más que un artículo, va á darse segunda lectura de ellas para que las apoyen sus autores.

Primera. «Pedimos á las Córtes se sirvan aprobar la siguiente enmienda al artículo único del proyecto de ley para fijar la fuerza del ejército:

«Artículo único. La fuerza del ejército permanente para el servicio ordinario de la Nacion en el año de 1855 se fija en 50,000 hombres.

Palacio de las Córtes 14 de Diciembre de 1854.= Camilo Labrador. Manuel V. García, Rodrigo Gonzalez Alegre, Alvarez Acevedo. Fulgencio Navarro. Alcalá Zamora. Mariano Jaen, >> Para apoyarla, dijo desde la tribuna

El Sr. LABRADOR: Señores, creo que hemos lle

Reasumiendo, señores, me propuse probar que nin-gado ya á una situacion que seguramente era deseada

guna expresion da en el discurso al pasado la significacion que la palabra escarmiento; que tambien se presenta en mi enmienda más determinado que en el proyecto el pensamiento de la actualidad, ó sea la residencia de poderes y otros hechos anteriores. Y por último, he manifestado que el discurso omite hablar de política nueva, y yo creo que debe aparecer en aquel esta idea en los términos que yo la prefijo. Suplico, pues, à la Comision que se sirva aceptar mi enmienda, y en último caso lo pido de igual modo al Congreso. He dicho.

El Sr. LAFUENTE: Despues de oido el largo y brillante discurso del Sr. Feijóo Sotomayor, que ha tenido la habilidad de cautivar la atencion de las Córtes durante tanto tiempo, la Comision cree que no puede dar otra contestacion sino que, puesto que su noble pensamiento, los sentimientos que ha manifestado y que se encierran en su enmienda, hechos con el plausible celo que todos reconocemos en S. S., están comprendidos en el dictamen de la Comision en términos, en el entender de la Comision, algo más competentes que los que S. S. propone en la enmienda, tiene el sentimiento de declarar que no está en el caso de admitirla. >>

Preguntado el Congreso si se tomaba la enmienda
en consideracion, resolvió negativamente.
Leido el párrafo, quedó aprobado.
Leido el último, dijo

El Sr. LAFUENTE: Tengo el honor de advertir á las Córtes que ayer la Comision aceptó una enmienda del Sr. Gil Virseda, segun la cual, ha de leerse en lugar de la Reina se echó en los brazos de su pueblo,»> lo siguiente: «S. M. se echó en brazos del pueblo español,»

El Sr. HUELVES: Aceptado por la Comision el pensamiento del Sr. Gil Vírseda, la Comision de Correccion de estilo lo pondrá conforme.»>

por las Córtes Constituyentes, y yo creo que deseada tambien por los pueblos. Desde que estamos reunidos se han levantado diferentes voces de si las Córtes Constituyentes no aprovechaban el tiempo y defraudaban las esperanzas de la Nacion. Yo creo, señores, que algo se ha hecho, que algo debe esperarse de estas Córtes, las cuales están animadas de un celo distinguido, de un celo que quizá no pueda reconocerse en otros Congresos, y que únicamente el tiempo es el que ha do poner en evidencia lo que à estas Córtes se deba.

Digo, señores, que era ansiado este momento, porque vamos a entrar en cuestiones de fondo, en cuestiones de interés público y en cuestiones que interesan á los pueblos de una manera extraordinaria.

La cuestion del ejército permanente es una de las más graves cuestiones que pueden someterse á un Parlamento, es uno de los principios consignados en las Constituciones de todos los países, y esto por sí solo revela la grande influencia que tiene en la administracion pública.

Señores, si á cualquiera de nosotros, si á todos juntos colectivamente, hace un año, hace cinco, hace diez años se nos hubiese preguntado nuestra opinion respecto á la cuestion que se debate, seguramente que no habria un solo liberal que no hubiese anticipado su juicio, que no hubiese anticipado su idea de que era necesario disminuir el ejército considerablemente, porque para sostener la libertad y sostener el órden público en una Nacion en la que está grandemente desarrollado el principio liberal, la fuerza pública debe ser la menor posible; y debe ser así, porque la experiencia y la historia nos enseña que no es necesaria la fuerza física para mandar las Naciones y gobernarlas bien, sino la fuerza moral, que es la que engrandece á los pueblos, la que les da vida y aumenta su prosperidad.

El Gobierno de S. M. ha propuesto, y la Comision

Así se acordó, y quedó aprobado el último párrafo ha aceptado, que la fuerza permanente del ejército del dictámen.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Infante): Concluido este asunto, se va a entrar en la discusion del dictamen relativo al proyecto de ley fijando la fuerza del ejército permanente para 1855.»

Se leyó dicho dictámen, que consta de un solo artículo, (Véase el Apéndice al Diario núm. 32,)

Pidieron la palabra en contra los Sres. Marqués de Albaida, Ruiz Gomez y Bayarri (D. Pedro).

para 1855 debe fijarse en 70.000 hombres, sin contar en esto el servicio de las provincias de Ultramar. Desde el momento en que yo ví enunciada esta idea, manifesté en las secciones mi deseo de combatirla, porque hay cosas que en el momento que se enuncian ocurre el pensamiento de refutarlas. Habia una persona distinguida, à quien respeto muchísimo porque tiene un talento esclarecido para tratar estas cuestiones; sin embargo, yo que consideraba y considero en el proyecto, no una cuestion militar solamente, sino una cuestion política y una cuestion esencialmente económica, creo que examinada bajo estos puntos de

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