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de reserva, y para que no quedara duda de la hostilidad que se intentaba y del objeto con que venían esas tropas, se cerró el puerto del Callao, mientras se verificaba el embarque, y los buques de guerra y trasportes, después de haber desembarcado una parte de la División, han permanecido al frente de los puertos del departamento de Guayaquil por algunos días aguardando el resultado. La Providencia hizo inútiles las maquinaciones de los traidores y de los enemigos gratuitos; desbarató sus proyectos y anuló su empresa; pero el Gobierno del Perú es responsable de ella, de los atentados que se cometieron para llevarla á efecto, y de los males que sufrió Colombia por algún tiempo.

El Agente de esta República tuvo noticia de la venida de las tropas cuando estaban ya embarcándose; reclamó entonces y protestó fuerte y enérgicamente de cuanto se hacía, mas su reclamo fué desatendido y sus protestas no tuvieron otro resultado que el de que se le persiguiera con encarnizamiento hasta expelerlo del país en el término de diez y ocho horas con ignominia y afrenta, conduciéndosele á bordo con una escolta y manteniéndosele preso en un buque de guerra sin causa, sin motivo y sin una apariencia siquiera de culpabilidad. La representación de Colombia fué ultrajada atrozmente en la persona de su Agente, y hasta ahora no ha visto este Gobierno satisfacción alguna por esta horrenda violación de la ley de las naciones.

Restablecido el orden de los departamentos meridionales, los traidores que lo habían trastornado, huyendo de la vindicta nacional, se han refugiado al Perú, y no sólo se les ha acogido, sino que se les ha tributado elogios por su traición, por su maldad y por su perversa conducta. Su acogimiento es tanto más escandaloso, cuanto que los oficiales colombianos que no habían tomado parte en sus operaciones y que las desaprobaban, contra la fe de los tratados existentes, han sido expelidos del Perú como personas sospechosas. El castigo ha recaído sobre los honrados y pacíficos colombianos, y los premios y consideración sobre los malvados y delincuentes.

El Gobierno de Colombia callaba y con su silencio respondía á las injurias que se le irrogaban. Manda un oficial con pliegos para Bolivia, y se le detiene en un puerto del Perú obligándole á hacer viaje al Callao; tiene que arrojar al mar la correspondencia que se quería que entregase, y se le lleva á Lima, adonde se le mantiene mucho tiempo. El Vicepresidente de esa República remite á uno de sus edecanes con el encargo de presentar al Presidente de Bolivia la espada que le decretó el Congreso de Colombia, y es también detenido en el Callao.

Pasa á Lima, y ponderándosele riesgos en el camino, no se le permite. pasar adelante, y se ve precisado á volverse, dejando allí la espada y la comunicación de que iba encargado. El Perú estaba en guerra con Colombia sin haberla declarado, y Colombia en paz y queriendo cultivar la amistad con el Perú.

Destruído el proyecto de conquistar una parte del territorio con el auxilio de las tropas colombianas, el Gobierno del Perú no pierde, sin embargo, las esperanzas de hacerse de él por otro medio. Emprende con este objeto formar un ejército en las fronteras, y lo ejecuta con tanta eficacia, como si muy pronto debiera abrir la campaña. Bien se hizo cargo de que un paso semejante alarmaría al Gobierno de Colombia, y creyendo que podría adormecer su vigilancia, le manda un Ministro Plenipotenciario sin instrucciones ni poderes para concluir cosa alguna, anunciándole que el objeto de su misión era dar satisfacciones por los agravios de que tenía que quejarse, y que el mismo Gobierno del Perú supuso haberle irrogado, sin que se le hubiera hecho reclamo alguno. Tanto era el convencimiento en que se hallaba de que todos sus actos eran hostiles.

No desconoció el Gobierno de Colombia la trama que se le urdía, y el fin con que se le enviaba ese Ministro; pero le admitió no obstante para manifestar hasta qué punto llegaban sus deseos de la paz y de la conciliación. Se le propusieron los motivos de queja y se le indicaron las satisfacciones que pedía este Gobierno; y el Ministro se declaró abiertamente sin instrucciones para convenir en la liquidación y pago de lo que adeuda el Perú á Colombia en razón de los suplementos que se le hicieron, y para tratar de la devolución de la provincia de Jaén y parte de Maynas que el Perú tiene usurpadas; negó el convenio en virtud del cual fueron las tropas colombianas al Perú, y por el que se estipuló solemnemente por aquel Gobierno el reemplazo numérico de las bajas que sufriesen los cuerpos; y en vez de satisfacciones en cuanto á los demás cargos, los hizo más graves aún, prodigando injurias é insultos al Jefe del Gobierno, á los Generales de Colombia, á sus tropas y á todos los colombianos. Su misión no tuvo, pues, otro fin que el de aumentar el catálogo de los agravios y el de tener la complacencia el Gobierno del Perú de insultar y ultrajar al de Colombia, valiéndose de la inmunidad de que gozaba su Ministro. Entre tanto, estaba ocupado ese Gobierno en negar el paso por un punto de su territorio á las tropas que le dieron libertad y existencia, que se hallaban en Bolivia y que deseaban volver á su patria después de haber derramado su sangre y prodigado sus vidas por dar inde

pendencia y labrar la felicidad de esos mismos que entonces les negaban el permiso de transitar libremente por el país que fué testigo de sus glorias y que recogió sus laureles. Esta negativa y la seducción que al mismo tiempo se empleaba por los Generales del Perú produjeron el movimiento de aquellas tropas en 25 de Diciembre último en la Paz, movimiento que pudo apaciguarse en el instante, pero no sin derramamiento de la sangre colombiana. El Gobierno del Perú se complació cuando lo supo; elogió en un papel oficial á sus autores, y al principal de ellos, al sargento que lo emprendió y que cometió las más grandes violencias en la Paz, robando á sus vecinos, se le ha recibido en Lima con honor y se le prodigan las mayores consideraciones. ¿Qué puede esperarse de un Gobierno para quien son desconocidos el honor, la probidad, la moral, la buena fe, que excita la traición, que se complace en ver derramar la sangre de sus bienhechores, y cuyos pasos están marcados por la ingratitud y por la perfidia?

Él ha hecho ahora invadir á Bolivia, con quien Colombia tiene las más íntimas relaciones de amistad y fraternidad, sin haber declarado previamente la guerra, y su General ha tenido la osadía de proclamar á las tropas colombianas, excitándolas nuevamente á que falten á sus deberes y violen sus obligaciones. Él ha resuelto remitir una escuadra para que bloquee al puerto de Guayaquil, y que su ejército, estacionado en la frontera, marche sobre Colombia, y á su frente el mismo Presidente del Perú; él antes ha tolerado que un destacamento de ese mismo ejército entrara al pueblo de Zapotillo, del territorio colombiano, que enarbolara allí la bandera peruana y convidara á los habitantes á la insurrección. Él ha permitido al General del mismo ejército y al Prefecto del departamento de la Libertad que expidan proclamas amenazantes y en que se injuria é insulta atrozmente al Presidente de esta República; él ha insertado en sus papeles oficiales artículos ultrajantes á Colombia y á su Gobierno; él, en fin, ha empezado las hostilidades y comenzado la guerra sin respeto alguno por el derecho de gentes y cuando pendían aún las negociaciones con su Enviado y no se sabía cuál podría ser su término.

La guerra se ha hecho, pues, inevitable entre Colombia y el Perú, y sus consecuencias serán de cargo del que la ha provocado. El Gobierno de Colombia no la ha querido, y desearía no haberse visto nunca en la precisión de emprenderla; pero ¿qué debe hacer? Se trata ya por el Perú de invadir este territorio, como ha invadido el de Bolivia; se intenta el bloqueo de sus puertos y se quiere sublevar las tropas auxiliares que aún permanecen en el mismo Bolivia. ¿Podrá ser

indiferente á estos males y dejar que se verifique la conquista que se intenta? Las naciones imparciales decidirán si hasta este punto pudiera llegar su moderación y sufrimiento.

El Gobierno de Colombia no tiene de qué quejarse del pueblo del Perú: no ignora sus sentimientos y la gratitud que le anima hacia este país. La guerra no se dirige, pues, contra él, sino contra su Gobierno, autor único de ella y de todos los ultrajes, ofensas y perfidias que ha sufrido Colombia. ¡Quiera el Cielo que sobre él únicamente y sobre sus agentes recaigan las calamidades que deben seguirse! ¡Quiera él también que termine muy pronto, haciendo que ese Gobierno reconozca la justicia y se prepare á dar las satisfacciones correspondientes, dejando en paz á sus vecinos y dándoles garantías de su amistad y buena fe!

Invoca el Gobierno de Colombia el testimonio de los demás Estados americanos para acreditar sus miras pacíficas y los deseos que le asisten de que todos se estrechen por los vínculos más fuertes de fraternidad y de alianza. Con este fin promovió la Confederación Americana, que, si existiese, evitaría ahora el extremo á que han llegado las desavenencias entre Colombia y el Perú. Ella serviría de árbitro y mediador, y su mediación sería eficaz; pero el genio del mal ha hecho inútiles los esfuerzos para que tuviese efecto la Confederación, y el Gobierno del Perú se ha obstinado en negarse á ella, estando comprometido por los tratados existentes. Se ha formado una política aparte para hostilizar á los otros Estados impunemente, y ha visto con horror un juez imparcial que condenaría su conducta.

El Gobierno de Colombia emprende contra su voluntad esta guerra: no quiere una victoria bañada en la sangre americana; evitará el combate mientras le fuere posible, y estará siempre dispuesto á oir proposiciones de paz conciliables con el honor y decoro de la Nación que preside.

ANEXO NÚM. 9.

Capitulación de Guayaquil.-Enero de 1829.

CAPITULACIÓN.

En el río de Guayaquil, á la vista de la Ciudad, en 19 de Enero de 1829, reunidos á bordo de la goleta de guerra de la República del Perú nombrada Arequipeña, los Señores Coroneles D. Antonio Luzarraga y Juan Ignacio Pareja, Comisionados por el Señor Comandante General de la plaza de Guayaquil, General de Brigada Juan Illingrot; y los Señores Tenientes Comandantes D. Alejandro Acquaroni y don José Félix Marques, Comisionados por parte del Señor Comandante en Jefe de la Escuadra, D. José Boterín, con el objeto de acordar los puntos convenientes por ambas partes sobre la evacuación de la referida plaza, y á fin de evitar los padecimientos consiguientes á un estrecho bloqueo y demás accidentes de la guerra, después de haber canjeado sus respectivos poderes por ante nosotros los Secretarios Alférez de fragata de la Armada D. Manuel González Pavón y Florencio Bello, Oficial de la Tesorería del Departamento, presentaron los referidos Señores Comisionados por su parte las proposiciones siguientes:

I.a

Que si dentro de diez días no se tuviese una noticia oficial por una de las dos partes contratantes de haberse dado una batalla entre los ejércitos del Perú y Colombia, se evacuará la plaza bajo de las

Concedido.

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