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Tenemos sospechas, y no leves, de que los Jefes de la República, persuadidos de que el Gobierno del Perú ha puesto todos los medios de disolver el batallón «Numancia», proyectan hacer lo mismo con la División de Santa Cruz, y que ya han empezado á pretextar demoras para su regreso. El Sr. La Mar hará desvanecer los inconvenientes, apresurará su salida y aun esperamos que, á más de la fuerza propia de la División peruana, traiga mil hombres más de la República, para que todos se embarquen en este, y vayan con su cooperación á apresurar el día de gloria que nos prepara V. E. Para este efecto es indispensable que V. E. remita transportes; si la escuadra no estuviese ocupada en algún otro objeto, podría venir, y entonces la conducción de las tropas al Callao sería más fácil, más cómoda y menos costosa. Pero si la División baja de la sierra á este punto y no llegasen los transportes, entonces echaremos mano de los buques de esta bahía y haremos los mayores esfuerzos por aprestar su marcha. V. E. conocerá fácilmente que ningún otro que el Sr. La Mar podía preparar, facilitar y ejecutar estas operaciones complicadas y sobremanera importantes al Estado del Perú. Desde que recibimos la mencionada intimación del Libertador, el Gobierno ha creído iniciada la agregación de esta Provincia y que era inevitable un compromiso entre el Perú y Colombia; pues ni ésta podría desistir de su intento, en que ha cifrado la parte principal de su prosperidad, ni aquél podría ver pasivamente el ultraje de un pueblo puesto bajo su protección.

En conclusión: salvar la División del Perú, aumentar su fuerza, hacerla útil en la próxima campaña, precaver diferencias desagradables entre los dos Estados (cuyos resultados podrían ser una guerra civil que, aumentando la desolación de América, nos desconceptuase y envileciese á los ojos de Europa), desimpresionar al Libertador de las absurdas y detestables ideas que se le han sugerido contra este Gobierno y, en fin, evitar que los horrores de la discordia sean el fruto de los sacrificios de este pueblo por su libertad, por la de las provincias comarcanas y por la causa americana; tales han sido los motivos poderosos que nos han obligado á creer que el Señor Mariscal La Mar haría un servicio más importante á la Patria, y al Perú particularmente, partiendo á Quito antes de ir á servir el destino con que acaba de honrarle su Gobierno.

Dios guarde á V. E. muchos años.

Excmo. Sr. Supremo Delegado del Perú.

JOSÉ DE OLMedo.

Bogotá, Junio de 1822.

Al Excmo. Señor Libertador Presidente de la República de Colombia.

EXCMO. SEÑOR

Luego que recibí la comunicación de V. E. fecha en el Cuartel General del Trapiche á 1.o de Junio último, tuve la honra de someterla al conocimiento y decisión del Poder Ejecutivo de la República. La cuestión sobre las posesiones de Guayaquil han parecido de tanta importancia que ha sido necesario considerarla por todas sus fases en el Consejo de Gobierno.

Debo poner en noticia de V. E. la resolución del Congreso relativa á esta misma materia. La consideró interesante aquel Cuerpo legislativo en su totalidad y convino unánimemente en que para la incorporación de las provincias que componen la Presidencia de Quito, se emplease con preferencia el medio de una negociación amigable, al de la fuerza.

La cuestión varía sustancialmente cuando, agregada espontáneamente la mayor parte de aquella Presidencia, se trata de la parte que debe caber á una accesoria. La práctica de otras naciones que se vanaglorían de profesar principios tan liberales como Colombia está muy de acuerdo en que los intereses é interesados de una pequeña fracción de la sociedad deben sucumbir á los de la mayoría. Las leyes del hombre en estado de naturaleza no pueden aplicarse en manera alguna al estado social, en que se renuncian muchas de aquéllas para gozar de los beneficios que trae consigo el poder y la fuerza combinados. Tampoco puede existir en el seno de la sociedad el hombre de la naturaleza sin causar á los que la componen perjuicios de la mayor consideración. Tal sería la provincia de Guayaquil si, colocada entre el Perú y Colombia, continuase sirviendo en una especie de aislamiento desventajoso á ella misma y perjudicial á los Estados colombianos.

La exposición que tengo la honra de acompañar á V. E. manifiesta claramente que el actual Gobierno de Guayaquil no desconoció esos principios cuando pudo ponerlos en práctica al tiempo de su transformación política. ¿Con qué derecho decretó entonces la agregación de veinte mil almas de población que componen el Cantón, provincia de Porto-Viejo, contra su voluntad, expresamente declarada en favor de Colombia? Este mismo es el que tenemos en el día para compeler á Guayaquil á entrar en su deber, caso que una negocia

ción amigable no sea capaz de producir el efecto. Este derecho es tanto más fuerte de nuestra parte cuanto que el Perú no puede alegar en su apoyo el menor motivo que justifique sus pretensiones ni que pueda autorizar á su Protector á dar á V. E. consejos que no necesita. La República de Colombia tiene demasiado acreditada su moderación para con los demás Estados americanos; sabe respetar las instituciones, cualesquiera que ellas sean, y se ha abstenido de intervenir directa ó indirectamente en sus negocios domésticos. Esto, al parecer, nos hace acreedores á igual correspondencia, principalmente si se considera que nuestros derechos están fuera de toda duda, fundados en la pactación y en el uti possidetis al tiempo de la fundación de la República. Si es, pues, incuestionable, como lo es, que la bahía de Tumbes era el extremo de nuestro territorio por aquellas costas del Pacífico y que la provincia de Guayaquil está comprendida entre nuestros límites, ningún poder extraño puede absolutamente mezclarse en la disputa con la menor apariencia de razón.

La resolución de lo que convenga hacer en el caso presente es, por lo tanto, de nuestra exclusiva incumbencia. Podemos adoptar medidas extremas, si se quiere, sin ofender á nadie; pero como un Estado naciente debe obrar con la mayor circunspección; como el Gobierno de un pueblo libre debe contemporizar cuanto sea compatible con su dignidad en todos los casos en que su conducta pueda increparse de opresiva y tiránica; como, en fin, siempre que se trata de la suerte de una población que va á formar perennemente con nosotros una sola familia, es conveniente conciliar las opiniones en lugar de irritarlas, ha parecido al Poder Ejecutivo que la cuestión no debía decidirse aquí, sino donde pueda emplearse con fruto la persuasión, las circunstancias y casualidades y cuanto sea capaz de conducir las cosas á un término feliz. Muy poco se necesitaría para convencer á los partidarios del Perú en aquella Provincia, que sus intereses bien entendidos están de parte de Colombia. Esta República, no teniendo otros exclusivamente en el Pacífico que los de Panamá y Guayaquil, los vería como suyos propios, los adelantaría con el mayor esmero y los defendería con todo su poder. Muy diferente sería la suerte de aquellos pueblos si algún día recibiesen la ley de un Estado que, considerándolos como una miserable minoría, procurase siempre hacer refluir las ventajas de su comercio y de su agricultura en beneficio y engrandecimiento de sus numerosas provincias marítimas. La voz de un Diputado de Guayaquil en el Congreso del Perú sería de muy poco influjo por los esfuerzos de sus competidores, mientras que en Colom

bia encontraría constantemente todo el apoyo y protección que podía apetecer.

Todo esto ha inducido á S. E. el Vicepresidente y al Consejo de Gobierno á creer que nadie podría resolver con tanta destreza esta cuestión como V. E., en virtud de las facultades extraordinarias que le atribuye la ley. Se adelanta, sin embargo, á hacer simplemente á V. E. las indicaciones siguientes:

1. Que para la resolución de la cuestión de Guayaquil, se prefiera siempre el medio de una negociación amistosa, manejada con toda la prudencia que caracteriza á V. E.

2.a Que si ésta no produce efecto alguno, se ocupe inmediatamente por la fuerza el Cantón, provincia de Porto-Viejo, y todos los pueblos de la provincia de Guayaquil que reconozcan ó estén dispuestos á reconocer espontáneamente la República de Colombia.

3. Que en las fronteras del territorio de Guayaquil que permanezca separado de Colombia, se establezca inmediatamente una Aduana como las de nuestros puertos marítimos, en la cual las mercaderías y frutos que se introduzcan de Guayaquil á nuestras provincias ó se extraigan de éstas, paguen los mismos derechos de introducción y extracción que el comercio extranjero en artículos permitidos y que no son de contrabando.

4. Que si en virtud de las medidas anteriores el Gobierno de Guayaquil cometiese el menor acto de hostilidad ó violencia, las tropas de Colombia ocupen sin demora toda la Provincia, quedando desde el momento agregada á la República.

Como éstas no son más que unas meras indicaciones, el Gobierno lo espera todo de la sabiduría y experiencia que V. E. tiene tan bien acreditadas en el curso de su vida pública.

Dios, etc.

PEDRO GUAL.

Excmo. Señor Supremo Delegado del Perú.

EXCMO. SEÑOR

En este momento hemos recibido la adjunta comunicación de S. E. el Presidente de Colombia, que da á conocer sus planes sobre la conducción de tropas al Perú por este puerto.

Parece llegado el tiempo de que el Estado del Perú manifieste en favor de esta Provincia la protección que le tiene ofrecida, arreglando amigablemente sus negocios, ó más bien sosteniendo por su mediación la absoluta libertad de este pueblo en un asunto que debe decidir de su suerte.

Dios guarde á V. E. muchos años.

Guayaquil, Junio 26 de 1822.

MINISTERIO DE ESTADO Y RELACIONES EXTERIORES

JOSÉ DE OLMEDO.

Lima, Julio 12 de 1822.

Al Secretario de la Excma. Junta Gubernativa de Guayaquil.

Se han recibido en este Ministerio ejemplares del decreto de 19 de Junio anterior, por el cual esa Excma. Junta ha tenido á bien convocar á la electoral de la Provincia con el objeto que indica V. S. en su nota de 24 del mismo, que tengo el honor de contestar.

Aseguro, etc.

REPRESENTACIÓN.

B. MONTEAGUdo.

Excmo. Ayuntamiento

Hasta hoy hemos dado ante toda la América las pruebas más relevantes de nuestro amor por el orden, sosteniendo con todos nuestros esfuerzos al Gobierno constituído provisionalmente en el Estatuto extraordinario, que promulgaron nuestros Representantes. V. E. ha oído el voto libre de esta Capital por su incorporación á la República de Colombia en el Cabildo de 31 de Agosto de 1821, á que concurrió invitado el Jefe de la División del Sud, según lo expresa el acta de aquel día. Sin embargo de cualquiera protesta posterior del Cabildo, la opinión por la incorporación á la citada República se difundió con

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