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esta rada; y si el adagio popular de á las tres vá la vencida, puede tener aplicación, preciso será convenir que la tuvo el dicho Martínez, negociante que no se fiaba de nadie, pues vino en el mismo buque, confiado al capitán Diego García Villalobos é hizo un excelente negocio (1).

No tardaron en extenderse por todo el reino del Perú, las noticias de las predicaciones de Monroy y de aguijonear la codicia de los especuladores. Formáronse compañías, que podemos llamar exploradores, y arriesgaron sus intereses y vidas en frágiles navíos. Pero no todos han de tener suerte, ni para todos la fortuna ha de tener cara risueña. De tres navíos que en el mismo año salieron con mercancías para Valparaíso, uno sólo llegó á este puerto; los otros dos quedaron con las esperanzas de sus armadores sepultados en las aguas del Pacífico.

Esta es siempre la historia de los aventureros; de tres dos sepultados, pero que no servirá nunca de escarmiento, porque la ambición no entiende de desventuras ni catástrofes; busca sólo riquezas.

Veamos cómo se expresa don Pedro Valdivia en su carta al rey:

Por el mes de Septiembre del año de 1543 llegó el navío de Lúcas Martínez Vegazo al puerto de Valparaíso de esta ciudad, y el capitán Alonso de Monroy con la gente por tierra, mediando el mes de Diciembre adelante, y desde entonces los indios no osaron venir más, ni llegaron cuatro leguas en torno de esta ciudad, y se recorrieron todos á la provincia de los Promascaes, y cada día menviaban mensajeros diciendo que fuese á pelear con ellos y llevase los cristianos que habian venido, porque querian ver si eran valientes como nosotros, y que si eran nos servirian, y si no que harian como en lo pasado; yo les respondía que así haría.

Reformadas las personas y los caballos; que venian todos (1) Diego Fernández, citado por Vicuña.

fi cos por no haber visto desde el Perú hasta aquí un indio de paz, padeciendo mucha hambre por hallar en todas partes alzados de mantenimientos, salí con toda la gente que vino muy bien aderezada y á caballo, á cumplirles mi palabra, y fuí a buscar los indios, y llegado a sus fuertes los hallé huidos todos acogiéndose de la parte de Mauli hacia la mucha gente, dejando quemados todos sus pueblos y desamparado el mejor pedazo de tierra que hay en el mundo, que no parece sino que en la vida hubo indio en ella. Y en esto estábamos por el mes de Abril del año 1544 cuando llegó á esta costa un navío que cra de cuatro ó cinco compañeros, que de compañía lo compraron y cargaron de cosas necesarias por granjear la vida, y hallaron la muerte, porque cuando al pasaje de esta tierra llegaron, venian tres hombres solo y un negro y sin batel, que los indios de Capoyapo los habian engañado y tomado el barco, y muerto al maestre y marineros, saliendo por agua; á treinta leguas de este puerto junto á Mauli dieron con temporal al traves, y mataron los indios á los cristianos que habian quedado, y robaron y quemaron el navío.

IX

Una nueva era iba ya á iniciarse para las playas de Valparaíso. Ella no se dejará sentir sino pasadas algunas centurias, pero su nombre de bautismo quedará imperecedero. Don Juan Pastene, entraba en la rada con el quinto buque que hasta entonces había surcado las aguas, llamado el San Pedro, en Agosto de 1544. Es decir, en el mes más pintoresco, en el mes en que estas colinas se cubren de verdor y de flores; flores que sin duda ofrecieron sus aromas al apuesto y gallardo mancebo que nombre tan exclarecido dejara á la posteridad. Lo que Valdivia sintió al abrazar á este joven marino, es fácil comprenderlo leyendo sus escritos. Apenas tuvo noticia de la llegada del genovés, partió Valdivia á estrechar en las playas del puerto, de

Santiago, al amigo generoso y fiel, que á tiempo tan oportuno llegara para secundar las miras del intrépido conquistador. El servicio prestado era grande, el galardón debía de serlo también.

¿Y quién podrá criticar á Valdivia, por haber manifestado á Pastene su afecto con los títulos y poderes que le dió? Nadie, ciertamente, creemos tiene derecho para ello; desde que él mismo lo consigna en públicos documentos, de los que no reusa dar cuenta al Rey. Aunque un poco extensos, no creemos lleven á ma nuestros lectores los consignemos á continuación.

En el puerto de Valparaíso, que es en este valle de Quintil, término y jurisdicción de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, á 3 días del mes de Septiembre de 1544 años, el muy magnífico señor Pedro de Valdivia, electo gobernador y capitán general, en nombre de S. M., á Juan Bautista de Pastene, sub-teniente de capitán general en la mar y piloto de su navío llamado San Pedro, y á Gerónimo de Alderete, tesorero de S. M., é á Rodrigo de Quiroga é á mí Juan de Cárdenas, escribano mayor del juzgado en estos reinos de la Nueva Extremadura, para efectuar lo que en él se contiene, el tenor del cual es este que se sigue:

Sepan cuantos esta carta de poder vieren, como yo Pedro de Valdivia, electo gobernador y capitán general en nombre de S. M. en estos reinos de la Nueva Extremadura, que comienzan del valle de la Posesión, que en lengua de indios se llama Copoyapo, con el valle de Coquimbo, Chile y Mapocho y provincias de Promaocaes, Rabco y Quiriquino, con la isla de Quiriquina, que señorean el cacique Leochengo, con todas las demás provincias, sus comarcanas, hasta en tanto que S. M provea lo que fuere su servicio, etc., digo que há cinco años que vine á esta tierra á la conquistar, pacificar y poblar en nombre de S. M.; y en llegando que á ella llegué, poblé la dicha ciudad de Santiago, y por haberse los indios rebelado contra el servicio de S. M., no queriendo sembrar todo este tiempo manteniéndose de muchas legumbres que produce la tierra; y por no poder sustentar con la gente que traje y permanecer

en ella y no desampararla, ha sido más que necesario con una parte de los vasallos de S. M. hacer la guerra á los naturales que la han mantenido contra nosotros muy de veras, y la otra que atendiese á sembrar; y así he tenido harto que hacer en que me sustentar y guardar las comarcas de la dicha ciudad, porque siempre los indios pensaron había desampararla y volverme; y aunque yo decía á los que prendía en la guerra, que habían de venir muchos cristianos, se burlaban de ello, y no lo creían, y por esto perseveraron en su rebelión hasta que el capitán Alonso de Monroy y mi teniente me llegó con el socorro, porque le envié á las provincias del Perú, que fueron setenta hombres de caballo por tierra y un navío por la mar, con armas y herraje y vino para decir misa, de que teníamos falta, que había más de cuatro meses que no se decía, y con su venida constreñí á los indios de tal manera, no dándoles lugar á que tuviesen un día de seguridad ni descanso, que les ha sido forzoso venir á la obediencia de S. M., pidiéndome la paz que yo siempre les he ofrecido y guardado, en tanto que ellos la quisieron sirviendo á los cristianos que los han conquistado y tomado con la continua guerra y muy crecidos trabajos, y viendo esto he poblado de nuevo en nombre de S. M. la ciudad de la Serena en el valle de Coquimbo, enviando un teniente mío con gente de caballo y pie para que haga servir á los indios como conviene á su real servicio, y ahora de nuevo nombro y señalo este puerto de Valparaíso para el trato de esta tierra y ciudad de Santiago, y he enviado á mi maestre de campo con copia de gente de caballo á la provincia de Rauco á que me descubra la tierra y tome lenguas que hay de camino hasta sesenta leguas segun tengo noticias por relación de indios tomados cerca de allá por mis capitanes y maestre de campo y que de allí no pase porque á mí me conviene en tanto quedar en persona en esta provincia para la conservación della, hasta que abiertos los caminos con estar poblada la dicha ciudad de la Serena venga gente para ir á poblar adelante dejando pacíficas y seguras estas provincias por tener seguras las espaldas, pues la ciudad de Santiago es el principal escalón donde toda esta tierra hasta el estrecho se ha de descubrir y poblar; y para que mi buen deseo haga el efecto que al servicio de Dios y de S. M. y al acresentamiento de su real patrimonio y rentas conviene, envío también dos navíos con gente de guerra con

Juan Bautista de Pastene, mi teniente de capitan general en la mar, por ser persona de prudencia y confianza y práctico en las cosas de la guerra así con indios como en nuevos descubrimientos para que salte en tierra todas las veces que le pareciere con la gente que fuere menester para saberlo bien hacer y me tome lenguas en toda la costa desde el paraje de este puerto de Valparaíso hasta el Estrecho de Magallanes y me descubra la costa y puertos que hay en ella y me traiga verdadera relación, y para que dé favor á mi maestre de campo y á la gente que con él vá, y también dí orden al dicho maestre de campo obedeciese en todo al dicho capitán Juan Bautista.

Por tanto, todas las causas dichas y para que S. M. sea mejor servido y sus vasallos animados con saber hay tierra donde se les pueda gratificar sus trabajos y yo tenga la posesión de ella en nombre de S. M., otorgo y conozco por esta presente carta, que doy y otorgo todo mi poder cumplido, libre, lleno, bastante, según que lo yo he y tengo, y de derecho en tal caso se puede y debe dar general y especialmente á vos, Juan Bautista de Pastene, mi teniente de capitán general por la mar, y á vos Juan de Cárdenas, escribano mayor del juzgado destas provincias, mi secretario, y á vos, Gerónimo de Alderete, tesorero de S. M., y á vos, Rodrigo de Quiroga, que estais presentes, y á todos cuatro juntamente y á cada uno de vos in solidum, conviene á saber: á vos los dichos Juan Bautista de Pastene. Gerónimo de Alderete y Rodrigo de Quiroga, para que todos juntos é cualquiera de vos podais tomar é tomeis, aprehender y aprehendais en nombre de S. M. y mío la posesión de la tierra y tierras, provincia y provincias donde vos, el dicho Juan Bautista de Pastene, mi capitán, saltáredes, y á vos, Juan de Cárdenas, por ser, como sois, persona de prudencia y gran confianza y autoridad, celoso del servicio de S. M., para deis testimonio por escrito de la tierra donde el dicho mi capitán saltare y de la posesión que tomare della cualquiera de los sobredichos en nombre de S. M. y mío, como su escribano mayor del juzgado y escribano que de nuevo os creo si es necesario en nombre de S. M. para este efecto, y tener práctica así dello como de las cosas de la guerra, y ser de buen sentido y natural para dar en todo buen parecer, y teneis experiencia y habilidad para bien saber servir á S. M. y demás y allende sois

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