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un censo de 700 pesos. El año 1707, en subasta pública, lo remató el maestre de campo don Blas de los Reyes para él, y para el cura don Juan Velasquez de Co

varrubias.

XXI

Al llegar al punto que vamos á tratar, el señor Amunátegui dice que se iba Valdivia ensoberbeciendo demasiado; y el señor Vicuña: "Un procurador de la ciudad del Cabildo de Santiago llamado Francisco Mines, solicitó, en nombre de aquella corporación, que se pusiese algún reparo. Mas, el arisco gobernador contestó con sequedad, que no estaba dispuesto hacer ninguna concesión, ni personal ni pública, á la solitaria y ya desdeñada bahía."

Notaremos antes de trascribir el documento aludido, tomado del primer libro del becerro del Calbido de Santiago, que Valdivia sólo negó su propio terreno, y que de sus palabras no puede en manera alguna decirse que negaba toda concesión personal y pública. Veamos si no el citado documento:

Otrosí pido á V. S., dice el procurador de ciudad al gobernador en una solicitud, pues claramente se ve los excesivos trabajos y gastos que los vecinos desta ciudad han tenido y tienen y tendrán, porque cada año vendrán por la mar muchos navíos con gente; y no hallando en el puerto de Valparaíso ninguna comida, ni quien se la venda para su matolaje, para subir arriba, se vendrán á esta ciudad; y como son cristianos y de nuestro natural, no podemos dejar de favorecerlos; y habiendo recaudo en el puerto, como lo hay en todas las partes de las Indias, proseguirán su viaje á Arauco; y conviene que V. S. provea y mande que esté en el puerto un hombre para que tenga recaudo de mantenimientos, y con hacerle V. S. alguna merced, en especial dándole un pedazo de tierras en la estancia de V. S. para que siempre, por el término de siete á

ocho años, habrá persona que se quiera encargar de residir en el dicho puerto para proveer á los navíos. Y pues que esto tanto conviene á V. E. suplico se conccda esta merced.

A este capítulo responde Su Señoría que en el puerto de Valparaíso hay agua y tierra donde solía estar poblado un pueblo de indios y ahora está despoblado, que allí puede sembrar el cristiano que estuviere en aquel puerto. Y que en la estancia de Su Señoría no ha lugar, porque él la abrió é desmontó y quiere gozar de ella.

Tal es la negativa á la petición del Cabildo.

Examinemos ante todo si ella era justa. ¿Qué se quería? Que hubiera habitantes en el puerto para que á la llegada de los buques pudieran éstos y los de tierra tener provisiones y donde alojar. El pensamiento era muy justo. ¿Pero lo era la petición? ¿No había más terrenos en donde poder edificar que los cultivados por Valdivia? Si no los había, no admite duda, éste era no sólo egoista, sino cruel, desde que no había otro puerto más á propósito para surtir al mismo Santiago. Los había, ¿á qué entonces exigencias importunas? Consideremos bien las muchas que tenía el Cabildo de Santiago con el conquistador y pongámonos en su lugar. Mas, aunque hubiera ofrecido sus terrenos, ¿habrian habido sujetos que se hubieran querido establecer en este puerto con la esperanza de hacer negocio por la llegada de uno ó dos navíos al año?

No era ni podía ser Valparaíso, por su posición topográfica, puerto deseado para morar en él. Escarpadas montañas, cubiertas de bosques, á quienes el mar bañaEa hasta robarles la tierra de sus faldas; solo como las aves fabrican los nidos, podrian los hombres fabricar sus chozas. No siendo alados, la comunicación era casi imposible. Por otra parte, el porvenir de esta caleta en el siglo XVI era sin porvenir. Si como tantas veces se pretendió, el gobierno. se hubiera trasladado á Concepción, Valparaíso sería hoy lo que es el Papudo ó

San Antonio: una insignificante caleta. Don Pedro de Valdivia no podía darle importancia, como no se la dieron los sucesores del gran conquistador en los dos siglos siguientes, porque lo que ellos necesitaban era domar al indómito araucano; ¿y qué ventaja extratégica ofrecía Valparaíso para este efecto? Suponer ciento, quinientos, mil hombres de armas dejados por los navios en Valparaíso; ¿cuánto tiempo hubieran necesitado para llegar á Valdivia, la Imperial ó Arauco, centro y núcleo de las fuerzas enemigas? Si los ricos valles de Aconcagua, Santiago, Rancagua y Caupolicán no se hubieran sometido con tanta facilidad á los conquistadores, podría llamársele á don Pedro Valdivia testarudo y caprichoso por dar más importancia á Penco que á Valparaíso; pero sometidos los puntos indicados y reducidos á la paz, nadie tiene derecho á censurar al héroe de la conquista chilena, sin notoria injusticia, por obrar como obró. Valparaíso, con ó sin la independencia, dado el aumento de la población de la capital y de las provincias de Aconcagua, San Fernando y Talca, hubiera sido lo que es hoy. Su incremento no es debido únicamente á la independencia, sino al tiempo que multiplica las generaciones de los pueblos que, como Chile, poseen un fértil suelo y un excelente clima. Naturalmente, Valparaíso debía ser lo que fué mientras Santiago, la capital, apenas contaba 2,000 almas de población, y ser lo que es hoy contando 300 mil.

Prueba de lo muy poco en que por todos era mirado Valparaíso, es la facilidad con la que los capitanes á quienes se les hizo por Valdivia, y los que le siguieron, donaciones de las tierras de Viña del Mar, Almendral, Barón, Las Zorras y Peñuelas, se deshacian por insignificantes cantidades de ellas.

Para convencernos mejor de esta verdad, elijamos un puerto cualquiera de la costa: el Papudo, Quinteros,

Quilimarí, y digasenos si en los ochenta años de independencia han hecho los gobiernos de la República tanto como Valdivia, el adusto, hizo por Valparaíso. ¿Culparemos por eso á los presidentes? ¿Hablaremos mal de la independencia? ¿Censuraremos su gobierno? La respuesta la dá la misma pregunta.

Cuando la Ligua cuente cien mil almas y en su valle de Alicagüe, el Ingenio y las Puertas existan doscientos mil habitantes, el Papudo será naturalmente puerto de primer orden, sin que su grandeza material tenga que debérsela ni á norte-americanos, ni á ingleses, ni á alemanes, por más que éstos vayan á buscar á él, lo que hoy buscan en Valparaíso: el lucro. Es tan natural suceda lo que decimos, que tenemos que hacernos violencia al exponer estos pensamientos, que en nada afectan á las personas aludidas desde que á nadie negamos la cooperación en el progreso, que naturalmente se ha desarrollado en nuestro puerto, por más que el fin principal de los actores, haya sido el interés individual.

XXII

Son todos los historiadores unánimes en que don Juan Pastene salió de Coquimbo para el Perú en Septiembre de 1544, y que no volvió á Valparaíso hasta el año 1547, en los últimos días de Noviembre. Las angustias de Valdivia en este tiempo, sin saber nada de sus dos fieles y valientes amigos, Pastene y Monroy, fueron grandes. Sinembargo, ¿cómo podía el año 46 donar á Pastene los terrenos á que se refiere el documento aludido? ¿Qué pretendió Valdivia con esto? ¿Probar la fidelidad al amigo ausente? Unos terrenos baldíos no eran objeto á propósito para ello. Si Pastene se los había pedido antes, ¿es creible se los nega

ra? Y si no se los pidió, ¿á qué darlos estando ausente y sin saber cuándo podía llegar?

Por otra parte, el lenguaje que usa Valdivia, es como si Pastene estuviera presente en la ciudad de Santiago. Para convencernos de que Pastene demoró tanto, ha sido preciso, á causa de este documento, ver la unánime opinión de los historiadores, los documentos de aquella fecha, especialmente las cartas de Valdivia al Rey. Por el documento aludido verán también nuestros lectores la manera de medir terrenos que en aquellos tiempos se usaba.

Por la presente doy á vos, Juan Bautista de Pastene, mi teniente general en la mar, en el puerto de Valparaíso y valle que se dice de Quintil, veinticinco varas de tierra en cuadro, de á veinticinco pies cada vara, en donde al presente tenéis fecha una casa, y mando que se os midan desde la dicha casa á la parte que vos quisiéredes y señaláredes. Y ansimismo, en el dicho valle abajo, á donde se acostumbra sembrar, os doy y señalo cincuenta varas de largo y otras tantas en ancho de tierras para una huerta, de á veinticinco pies cada vara. Y hasta que á vos se os haya amojonado y dado, quiero que las cédulas que demás se dieren no os puedan parar perjuicio en posesión ni propiedad, por cuanto esta vuestra es la primera. Y mando al Cabildo de esta ciudad de Santiago la asienten ansí y pongan en su libro de cabildo y las amojonen y hagan amojonar, nombrando para ello personas á vuestra costa. Y ansimismo vos doy y señalo otra quebradilla que está allí cerca de los puercos, que vos me pedístes para traer plantas de las de España y plantarlas allí; y porque no sé cómo se llama ni dónde es, digo que aquella que vos senaláredes, que yo desde ahora vos la doy. Y dado caso que sea de alguna persona y pudiéndola y no sabiendo quién es, quede á vuestra elección para que la toméis y hayais por vuestra. Fecha en esta ciudad de Santiago, á cuatro días del mes de Enero de mil é quinientos é cuarenta é seis años. PEDRO DE VALDIVIA.-Por man

dado de Su Señoría, Juan de Cárdenas.

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