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EL ARREGLO DE LA DEUDA.

CAPÍTULO PRIMERO.

OBJETO DEL OPÚSCULO, Y ORÍGEN DEL PROYECTO DEL ARREGLO DE LA DEUDA.

Objeto del Opús

culo.

I.

No me propongo hacer una defensa del arreglo de la deuda, descendiendo al exámen detallado de sus disposiciones, ni una relacion minuciosa y prolija de su discusion. Acerca de lo primero ha debido ya formarse juicio, y se formará con mas imparcialidad por la historia, examinando la ley misma y analizando sus disposiciones; y lo segundo se halla consignado en documentos oficiales y en los diarios de las sesiones. Mi objeto es únicamente manifestar, y esto contribuirá á deshacer algunos errores, lo que dió motivo á que el arreglo de la deuda se acometiese y se preparase cuando esto se verificó, y lo que yo pensaba que era consiguiente al arreglo, esto es, las disposiciones que á virtud de él deberian adoptarse.

Generalmente se ha creido que el arreglo de la deuda fué pensamiento mio, espontáneo en mí, teniendo á los demás miembros del Gabinete, bajo cuya

administracion se inició, por indiferentes cuando menos respecto de él: ¡ Error gravísimo y manifiesto! El arreglo de la deuda se acometió por disposicion expresa de todo el Gabinete: era un asunto, un negocio de política interior y exterior en que debia ocuparse y que debia resolver todo el Gobierno y no determinados Ministros: bajo la consideracion de si era ó no conveniente, si era ó no necesario, si era mas ó menos urgente, si debía emprenderse desde luego ó aplazarse, no podia estimarse de la competencia especial del Ministro de Hacienda; era una cuestion general de alta politica, en la cual todos los Ministros tenian igual competencia, y todos debian tener igual intervención. Seria gloriosa para mí la creencia de que yo solo, espontáneamente y venciendo la repugnancia ó la indiferencia de los demás, habia propuesto y conseguido que se adoptára el pensamiento del arreglo de la deuda; pero, aunque gloriosa esta creencia y fácil de mantener, pues bastaria para ello el silencio, no puedo consignar lo que no es cierto, ni debo siquiera callar. Aun cuando la verdad exigiera grandes sacrificios, seria justo y noble hacerlos.

En cuanto a las consecuencias que, en mi sentir, debió producir la ley, á las disposiciones que en virtud de ella hubiera, sido á mi juicio, conveniente adoptar y en las cuales yo meditaba, se han adoptado las contrarias á mis cálculos, á mis propósitos: y ya se establezca la una, ya la otra de las dos únicas hipótesis posibles, se comprenderá que no puedo pensar en la cosa pública sin grande amargura de mi co

razon. ¿Se cree que se ha procedido de la manera mas ventajosa, que se han dictado las disposiciones mas convenientes? En este caso debe aflijirme y abismarme la consideracion de mis propios errores, el sentimiento de haber encaminado los negocios públicos (aunque no pudiese hacer mas que indicar la direccion) por una senda tortuosa. ¿Se cree, por el contrario, que la via iniciada era la provechosa, y que no lo es la que de hecho se ha seguido? Claro es, en este supuesto, que no podré mirar con indiferencia, como no podrá mirarlos nadie, los males, las catástrofes, la ruina que aquellas funestas y trascendentales disposiciones han de atraer al fin sobre la Patria. Reconociendo y confesando la posibilidad de que mi modo de ver en el asunto fuese y sea errado, yo lo creo, como es natural, recto y verdadero, y considerando y deplorando, en esta triste creencia, los males que han de aflijir å mi patria, lamento hoy las consecuencias que le produjo el arreglo de la deuda, beneficio inmenso, pero que ocasionará los males que presiento: como es de lamentar el hecho, benéfico y laudable en sí mismo, de haber proporcionado á un jóven medios para que se educase convenientemente y siguiese una lucrativa y brillante carrera, y ver despues que usa de aquellos medios para disfrutar goces nocivos y para entregarse á todo género de desórdenes, preparándose de este modo una ruina inevitable.

No

tuve pensa

miento alguno acer

ca del arreglo de la

deuda, hasta que se inició este asunto por el Gobierno.

II.

Yerra visiblemente quien me atribuya el pensamiento de arreglar la deuda pública, concebido antes de haberse iniciado aquel asunto solemnemente por el Gobierno. Acometióse esta árdua empresa inesperadamente, por la fuerza de las circunstancias, sin que yo pensára en ello y contra mi deseo.

Incalculable, incalculada é inesperada por mí y por todos, fué mi entrada en el Ministerio de Hacienda, siendo por lo tanto excusado decir que no podia tener proyecto alguno respecto del arreglo de la deuda quien estaba muy distante de pensar en dirijir aquel departamento. No menos sorprendente é inesperado para mí fué el suceso que dió ocasion à que se tratase por primera vez, de una manera seria, oficial y solemne, á poco de mi entrada en el Ministerio de Hacienda, del arreglo de la deuda, que muy luego se emprendió. El simple recuerdo de los hechos bastará para poner en evidencia lo uno y lo otro.

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