Imágenes de páginas
PDF
EPUB

LIBRO III.

DICTADURA DE BOLIVAR 1824-1827.

CAPITULO I.

CAMPAÑA LIBERTADORA 1824.

A poco de perdido el Callao, cuando ya habian ocupado los realistas á Lima y la traicion cundia como un contagio; estaba cierto dia en una huerta de Pativilca, recostado á la pared, sentado sobre una silla de baqueta y con un pañuelo blanco á la cabeza un hombre extenuado y macilento, cuyas rodillas puntiagudas y piernas descarnadas se dejaban percibir bajo un pantalon de dril. El ministro Mosquera le preguntó con alarmante tono: "Y que piensa U. hacer ahora?" "Triunfar," respondió con voz débil y cavernosa aquel hombre, que parecia el cadaver de la república. Era Bolívar, cuya fé se avivaba con los obs-táculos, que hacen desfallecer la de otros hombres; así como los rayos del sol brillan mas resplandecientes, cuando reverberan en las nieves, que apagan la llama ordinaria.

Habia llegado la hora de prueba para los verdaderos amantes de la independencia. Se habian perdido

tres campañas, en que el gobierno fundara las mas halagüeñas esperanzas, y para las que hicieron los pueblos ingentes sacrificios. El territorio, independiente reducido al departamento de Trujillo con algunas provincias del departamento de Huánuco, estaba amenazado de cerca por las fuerzas realistas muy superiores á las de la patria en número y disciplina: los restos del ejército libertador y la division peruana sufrian las fatales consecuencias de la derrota y de las sediciones; los auxiliares de Colombia se elevaban á poco mas de tres mil hombres; se notaba en la soldadesca mucho desenfreno contra el vecindario, al que robaba en las calles y maltrataba de obra y palabra, y tampoco se comportaban muy bien algu nos gefes, á quienes brillantes hechos de armas, habian hecho salir de la condicion mas abyecta, permaneciendo tan inalterables sus costumbres, como su oscuro rostro. El ejercito realista se elevaba á mas de seis mil hombres, y estaba en perfecto estado de disciplina, con el suficiente equipo, envalentonado con el triunfo y dirigido por caudillos de mérito. Hasta la escuadra enemiga, que por su cobardia, venalidad ó apatia habia sido hasta entonces la verguenza de las armas españolas, aspiraba á rehabilitarse, y la iban poniendo en un pié respetable los buques tomados en el Callao y los corsarios armados por Quintanilla; ademas espera ba reforzarse mucho con el navío Asia y la fragata Aquiles, que estaban al llegar de la peninsula. Para amedrentar á los espiritus recelosos se aseguraba, que, restablecido á fines de 1823 el rey absoluto me: diante la intervencion francesa, podian ser oprimidos los defensores de la patria no solo por grandes ejercitos peninsulares, sino tambien con los poderosos auxilios de la Santa Alianza.

El mal estado de la hacienda podía agravar los temores inspirados por la preponderancia militar de

los realistas. Ocupadas por estos las provincias mas pobladas, y los principales puertos, se hallaban casí enteramente obstruidas para la patria las fuentes ue la renta ordinaria y los recursos interiores extraordi narios; en tales apuros rentisticos, y siendo muy poco el crédito nacional, se hacia sobremanera dificil realizar en el extrangero nuevos emprestitos; Chile, que meses atras se habia negado á dar al Perú mas participacion en su emprestito, no podia cambiar de resolucion, cuando disponia de menos fondos, y principiaba á mirar con cierto recelo la dictadura de Bolivar. El emprestito negociado en Londres se habia esterilizado en gran parte por un concurso de circunstancias adversas: varios embargos, hechos en Lima por San Martin, habian movido á los propietarios ingleses en aquella capital á reclamar contra el Protector, y á exigir, que respondiese con el crédito negocia do en Inglaterra á nombre suyo en favor del Perú; el ministerio britanico, mas celoso de apoyar á sus compatriotas, que de respetar los derechos de una potencia todavia no constituida solidamente, habia tomado algunas providencias, que alarmaron á los prestamistas, y los retrageron de entregar sus dividendos en los plazos estipulados. Por otra parte casi todas las entregas se hacian, no en dinero, sino en elementos de guerra mas ó menos inservibles, á precios recarga lisimos, y el resto saldable en metalico servia para cabrir letras giradas desde Lima, las que, no siendo cubiertas pantualmente, sufrian enormes descuentos. En fin el reemplazo de los recomendables negociadores Garcia del Rio y Paroisien con Ortiz Ceballos y Paris Robertson, acrecentó las dificultades y los quebrantos; por que el último, que se daba por gran hombre de negocios y por gozar de mucha induencia, no disfrutaba, en rea lidad, de vastas relaciones, ni era capaz de adquirir el

necesario crédito.

La mala situacion militar y financiera no podia menos de turbar profundamente el espíritu público, ya demasiado comovido por otras influencias. La opinion general.no era muy favorable á la naciente república: la nobleza, una parte del clero y todos los apegados á la monarquía por habito ó por conviccion, se empeñaban en desacreditar las instituciones democraticas, las que, decretadas y no puestas en vigor, solo dejaban sentir los inconvenientes inevitables en toda transicion violenta, sin las ventajas del gobier no propio. Las clases elevadas, que habian abrazado la causa de la independencia, no tanto por entusiasmo patriotico, cuanto por no dividir el predominio con los advenedizos de la peninsula, soportaban á duras penas la supresion de los títulos nobiliarios y la elevacion de las clases abatidas, llevada al punto de ser dominados los artiguos señores por plebeyos de mérito ó de inmerecida inflencia. El pueblo, que lo debia ganar todo en el nuevo órden de cosas, se preocupaba con los males inherentes á la revolucion y á guerra, con el poco respeto á las creencias y á las costumbres, que revolucionarios prominentes ostentaban en público, y con la agitacion, los peligros, los golpes de despotismo y los sacrificlos impuestos subitamente, á nombre de la felicidad fu tura, á una ciudad, que habia sido mimada por los Vireyes. El terror, inspirado por la severidad de Bo livar, sus destemplanzas de lenguaje, y las últimas órdenes, tan desoladoras, como imperiosas, abrieron al patriotismo grandes brechas. El vulgo confundió los accidentes pasageros con los efectos permanentes, y, como de costumbre, atribuyó á los principios las faltas de sus defensores: muchos creyeron perdida para siempre ó por largo tiempo la causa de la independencia; otros muchos la abandonaron por temor á la dictadura, y no pocos cedieron á la corrien

« AnteriorContinuar »