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presion de las armas colombianas. Bolívar impuso silencio al Protector, diciendo á sus primeras indicaciones, que la incorporacion de Guayaquil seria un acto libre, por mas conformè que fuese al derecho de Co

lombia.

Tocante al envio de auxilios manifestó San Martin, que la preponderancia de los realistas aconsejaba la venida del Libertador, bajo cuyas órdenes tendria á mucha honra servir. Bolívar replicó, que su delicadeza no le permitiria mandarle, y aun en el caso de que esta dificultad pudiera ser vencida, el congreso de su patria no convendria en su separacion de Colombia. En consecuencia se acordó, que vendrian á terminar la guerra tres batallones colombianos, al mando del general Paz del Castillo, junto con la division de Santa Cruz y con un armamento considerable.

las

Los dietamenes aparecieron encontrados tocante á la cuestion capital del gobierno. San Martin defendió la monarquia segun sus convicciones, Bolívar acumuló en defensa de la república los hechos y razones, desplegando su brillante elocuencia y diciendo por último, que, si el Protector insistia en sus planes monárquicos, seria depuesto por los gefes argentinos; en confirmacion de esta eventualidad le leyó una carta del secretario del Ministro colombiano en Lima. "Si asi se verificase, replicó el Protector, doy por terminada mi vida pública, pues dejaré mi patria y partiré para Europa á vivir en el retiro. ¡Ojala, que antes de cerrar los ojos, pueda yo celebrar el triunfo de los principios, que V. defiende! El tiempo y los acontecimientos diran, cual de los dos ha visto lo futuro con mayor exactitud."

Poco satisfecho de la reserva de Bolívar, muy receloso de su ambicion, calificándolo secretamente de grosero, y principiando á ser mal mirado por los

republicanos de Guayaquil, emprendió San Martin su pronto regreso al Perú,; y el 19 de agosto resolvió abandonarlo, sabiendo en el Callao la pueblada contra Monteagudo, que le renovaba las terribles impresiones de la asonada de Cadiz, en la que estuvo cerca de perecer con el general Solano.

La exaltacion sorprendente del apacible pueblo limeño reconocia varias causas. El malestar general se acrecentaba con los apuros de la hacienda, cuyas entradas ordinarias y extraordinarias no habian alcanzado á tres millones de pesos en el año corrido desde Julio de 1821. El banco de papel moneda funcionaba con suma dificultad y profundo descrédito: sus billetes eran cada dia mas despreciados, por que se hacia forzosa su aceptacion con multas y prisiones; una mujer, que los habia rechazado con expresiones obscenas, fué expuesta á la vergüenza con mordaza en la boca. El descrédito se aumentó, por que, habiendo sido falsificados los de diez pesos, fueron reemplazados por otros de á cuatro y de á dos reales; el vulgo se alarmaba con el número creciente de billetes, sin fijarse en que no se habia aumentado la emision de valores. Un incendio ocurrido en palacio el 13 de julio, que se dió por intencional, hizo recaer las mas odiosas inculpaciones sobre Monteagudo, como si, no retrocediendo ante ninguna especie de crí menes, hubiera querido ocultar junto con otros importantísimos documentos, las pruebas de grandes dilapidaciones. Los expedientes gravisímos, á que para salvar de la apurada situacion rentística hubo de apelar el gobierno, acrecian extraordinariamente el disgusto del pueblo: se hizo un empréstito de 120,000 pesos, permitiendo la introducion exclusiva de efectos sin pagar los derechos, que montaban á mas del doble; asi, cegando por algunos meses la principal fuente de las rentas, se hacia sufrir al público las.

consecuencias del monopolio.

Se ordenó llevar á la casa de moneda la plata de los templos, reservando solo los ornamentos mas necesarios al culto, y el de los altares mas venerados. El gobierno eclesiástico debia intervenir en el inventario de las alhajas, cuyo importe se ofrecia pagar en mejores tiempos; mas no por eso dejó de turbarse la conciencia pública, á la que traian agitada los escandalos religiosos y aun las intempestivas medidas de policia, como el reducir los repiques á cinco minutos y á dos el toque ordinario de campanas.

La organizacion constitucional del estado ocupaba ya bastante al espíritu público. El congreso constituyente no habia podido reunirse el 1° de mayo, dia designado en el decreto de convocatoria; por que el reglamento de elecciones solo fué aprobado por el consejo de estado á fines de abril, y no se publicó sino por partes en la gaceta del siguiente mes. Entonces se ofreció abrir sus sesiones el 28 de julio próximo, destinando para ellas el principal salon de la Universidad. Las elecciones debian ser indirectas, nombrándose un diputado por cada 1,500 habitantes, ó por una fraccion mayor de 750; de modo que segun el censo de 1796 resultaban 79 representantes. Los de Huamanga, Arequipa y Cuzco, cuyas provincias estaban ocupadas por el enemigo, serian elegidos por los naturales de ellas, residentes en Lima. Los planes monárquicos estaban ya muy desacreditados, y por acallar la censura pública Monteagudo, hubo de encarcelar á ciertos individuos, quienes iban por las casas recogiendo firmas para una representacion popular, en que se pedia para San Martin el cargo de emperador del Perú. Aunque no abandonaba enteramente sus ideas políticas, hubo de confesar en una exposicion memorable, que el nombre de rey se habia he cho odioso á los amantes de la libertad, y que el sis

tema republicano inspiraba confianza á los enemigos de la esclavitud.

Los desaciertos, las faltas reales ó supuestas y aun los contratiempos y accidentes fatales del protectorado venian á recaer sobre Monteagudo, que era el genio político de aquella administracion. El odio al impopular ministro era en mucha parte su propia obra: áspero por carácter é insolente por sistema, irritaba el pundonor nacional, llamando en alta voz apáticos, ignorantes y mequetrefes á peruanos de gran valer; sus providencias arbitrarias, su participacion manifiesta en los planes monárquicos, y el destierro de algunos republicanos sin formacion de causa exasperaban al partido liberal; la persecucion implacable de los realistas, aunque recayera directamente sobre aborrecidos españoles, no podia dejar de producir resentimientos contra el perseguidor, en una poblacion compasiva en medio de las pasiones políticas, y en gran manera participe de la desgracia de las familias arruinadas; las almas timoratas estaban escandalizadas por el poco respeto de Monteagudo á las creencias; las buenas costumbres sufrian por el ejemplo de una conducta relajada; un lujo, que rayaba en sibaritismo, y una opulencia improvisada, que se atribuia á la malversacion, insultaban á la miseria de antiguas familias; muchas reformas chocaban con abusos inveterados ó con intereses egoistas; y en fin se temia, que el mal se hiciera irremediable por la ingerencia, que el imperioso Ministro queria tomar en la eleccion de diputados.

Faltandole los respetos del Protector, no estando apoyado por el ejército, que no llevaba á bien al hombre de pluma sobrepuesto á los hombres de la guerra, minado secretamente por el Presidente del departamento, y no pudiendo contar con el Supremo Delegado de suyo débil y que el protectorado mira

ba como un instrumento pasivo, Monteagudo debia caer al primer impulso del huracan popular. El 25 de julio una voz, que se decia salida de casa de Riva Agüero, dió por seguro el destierro del viejo patriota Tramarria y de otros enemigos de la política ministe rial; la poblacion se agitó en todas partes con rapidez eléctrica; y la casa de Tramarria y la plaza mayor fueron invadidas por un atropellado gentío. De aquella casa fueron en comision los patriotas Mariategui y Cogoy para pedir á Torretagle la separacion del ministro; y como el Delegado Supremo les hubiere dicho, que era necesario firmar una representacion, se hizo esta en los términos siguientes, y fué cubierta en el acto de las firmas mas respetables.

Excmo. Sr.

Los ciudadanos, que firman á su nombre, y por los vecinos de la capital, con el mayor respeto dicen: que há dias, que advierten en este heróico vecindario un general disgusto y desconsuelo, que por instantes ha ido fermentando hasta el extremo de temerse con sobrado fundamento estalle una espantosa y terrible revolucion. Los verdaderos hijos del Perú, que úni camente tratan de su bien general, y de mantenerse fuertemente unidos para resistir al enemigo comun, que nos amenaza, no pueden menos que representar á V. E., que todos los disgustos del pueblo dimanan de las tiránicas, opresivas y arbitrarias providencias del ministro de Estado D. Bernardo Monteagudo. Han visto con la mayor indignacion arrancar á algunos de sus ciudadanos del seno patrio, y amenazar á otros muchos despóticamente y sin otro fundamento que arbitrariedad y antojo de un hombre, que quiere disponer de la suerte del Perú.-Por estos motivos, como igualmente por las muchas vejaciones, que han

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