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viandantes que pasan la vida vagueando por puro gusto i pasatiempo. La oficialidad era una nidada de jóvenes alegres que, ménos que tras glorias, se andaba á la flor del berro; i esta, sin embargo, era la oficialidad que encaminaba á unos cuantos millares de hombres, entusiastas, mui cierto, pero de todo en todo bisoños, incapaces de soportar las fatigas de una campaña i, por remate, mal armados i mal municionados. Tal vez en todo el ejército no se contaban docientos vete

ranos.

A retaguardia o flancos de las tropas, jadeaba otro ejército de mujeres; madres, hermanas, esposas ó queridas que seguian á sus hijos, hermaños, maridos ó amantes, como si dijéramos por el camino de una fiesta alegre ó de nuestras devotas romerías, en que se piensa ménos en el culto que las motiva, que en las diversiones ocasionadas con la concurrencia de toda clase de jente.

Llegado el ejército á Achupállas, se dividió en tres colunas que respectivamente se pusieron á órdenes del mismo Calderon, del teniente coronel don Feliciano Checa i del sarjento mayor don Manuel Aguilar, soldado viejo que habia servido en las costas del norte en las filas españolas. La vanguardia, siguiendo el camino de frente, fué á dar con una gruesa avanzada del enemigo en Paredónes, donde en una altura se habian apostado un par de cañones pedreros i unos cuantos centenares de indios ocupados en hacer rodar piedras enormes. Rompiéronse los fuegos al avistarse, i despues de un largo cañoneo, aunque poco mortífero, cuando los realistas vieron que avanzaban contra ellos algunos destacamentos de caballería abandonaron el campo i se retiraron.

Calderon, despues de este encuentro, acampó sus tropas en Culebríllas i se informó, por medio de los prisioneros tomados en Paredónes, de las fuerzas del enemigo, armas, localidad que ocupaban, etc., etc. Conocidos estos particulares, siguió para adelante por ura cuchilla bien escarpada hasta el pueblo de Biblian (una jornada ántes de Cuenca) que lo ocupó tranquilamente por la

noche.

El dia siguiente se dejaron ver los enemigos en Verdeloma (oeste de Biblian), por cuyas alturas, lo mismo que en Paredónes, vagaba una multitud de indios armados de palos i piedras, cual se armaban contra los soldados de Pizarro. Calderon, de jenio fogoso por demas, quiso acometer al instante á los enemigos; mas los capitanes Checa, Aguilar, Teran i algunos otros subalternos se opusieron á tal disposicion, no por evitar un desacierto ni aprovecharse de mejores ocasiones, sino por motivos de interes de partido, i se opusieron so pretesto de hallarse mui lodosos los caminos i no poder arrastrar la artillería.

Calderon, bien que intrépido en cualquier accion de guerra, carecia de esa fuerza moral, mas necesaria tal vez que el valor personal de que debe estar dotado todo caudillo. Dejóse, pues, dominar de la voluntad de sus tenientes, i este hecho, por sí solo, basta para juzgar con rectitud de la moralidad i disciplina del ejército.

Nuestras tropas, sin que sepamos porqué, permanecieron inútilmente tres dias en Biblian, á no ser que los enemigos de Calderon le hubiesen opuesto algunos otros obstáculos. En el segundo de los tres dias se presentó el comisario de guerra, don Mauricio Echanique, despachado de Quito

con una gran cantidad de dinero para el pago de los sueldos del ejército. Tal era su comision ostensible; pero llevaba tambien la reservada, verdadera por cierto, segun se traslujo poco despues, de hablar con los jefes i oficiales Montufaristas i comprometerlos para que, andando en vueltas i mas vueltas, estorbaran el combate con los realistas á todo trance ó, lo que era peor, provocaran una retirada. Echanique, á juzgar por los resultados, obró con suma destreza, pues desempeñó el encargo á satisfaccion de los que se lo hicieron.

Por órden jeneral del 23 de junio se preparó, en fin, el ejército á ponerse al frente del enemigo cuyo cuartel jeneral se hallaba en el pueblo de Azógues. Hallábase á la cabeza del ejército realista el teniente coronel don Antonio Maria del Valle, militar intrépido, a cuyo valor i lealtad lo habian confiado.

Dada por Calderon aquella órden que debia alentar el corazon de todos los patriotas, sobrevino una comedia de las mas estravagantes que forzosamente habia de cambiar de decoracion, i terminar, en tales circunstancias, dando trájicos resultados. Los jefes Checa, Echanique, Aguilar, Pineda, Benítez i algun otro, presididos por el teniente coronel Teran, se constituyeron oficiosamente i sin mas ni mas en consejo de guerra, con el objeto de resolver, como en efecto resolvieron, que no convenia dar la batalla sino moverse en retirada. El ayudante de campo de Calderon, hoi coronel Francisco Flor, á quien debemos los pormenores de esta campaña, era el conductor de las bravatas i amenazas que con tal motivo se cruzaron entre el comandante en jefe

i aquel consejo arbitrario que fué à esponer, indolente, el pundonor i libertad de un pueblo en vísperas del combate. Hubo momentos en que Calderon, contando con las fuerzas de Ambato i Latacunga, estrañas á las mezquinas contiendas orijinadas i sostenidas en la capital, pensó en deshacerse de aquel impertinente conciliábulo, arrojándole á balazos. I cierto que, procediendo así, habria obrado, no solo con sobradísima razon, mas tambien con justicia i con derecho, ya que el consejo fué siempre la causa de haber defraudado por entonces la gloria de nuestras armas.

Mientras se representaba esta ridícula comedia en aquellas premiosas horas, se reparó, al amanecer del dia 24, que el enemigo, flanqueando hábilmente desde Verdeloma un paso á retaguardia del ejército de Calderon, habia ocupado por la noche lo que decimos Boca de la montaña, que era el punto mas natural que le quedaba á este para su retirada en caso de ser vencido. Tan acertado fué este movimiento que el ejército patriota vino á quedar como en un palenque cerrado por los fuegos enemigos i sin esperanza de salida, á no haber sumo arrojo para abrirse paso con las bayonetas. En semejante conflicto, el deber de pelear se convirtió en necesidad imprescindible, i fué preciso no pensar ya en la tan ignominiosa retirada, en que tanto se habia insistido por el consejo de guerra.

Cúpole al sarjento mayor Aguilar hacerse cargo de la vanguardia, quien, situándose ventajosamente á orillas del riachuelo que dividia los ejércitos, acometió al enemigo a manteles echados. Los fuegos se sostuvieron bien por una i otra parte, pero sin avances ni provecho de ninguna

especie hasta que, aburrido Calderon de tan larga incertidumbre, ordenó que algunas compañias de caballeria atravesasen el riachuelo i desalojasen al enemigo de su puesto. La infanteria del capitan español, poco ménos bisoña que la fuerza agresora, al ver el denuedo con que se arrojaron los jinetes contra ella, desamparó el campo i buscó su salvacion internándose por las selvas con direccion para Azógues.

La caballeria española, que hacia el nervio del ejército de Valle, en viendo la derrota de los infantes, acomete de firme á la de Calderon i la obliga á cejar i repasar el riachuelo. Por una de esas casualidades tan ordinarias en las guerras, las fuerzas de á caballo que habian tomado caminos diferentes, la republicana corriendo para replegar al centro de su cuerpo que se mantenia firme, i la otra para rehacer su ya deshecha infanteria, vienen á tropezar de nuevo en el preciso paso del rio. Ninguna de las dos tenia como retroceder, aun caso de pensar en ello, i el capitan español, que se halló tambien en ese encuentro, ordena, sereno i sin acobardarse por el mayor número de enemigos, que sus escuadrones descarguen las pistolas, como las descargan á quema ropa, i luego, sable en mano, se abre paso matando ó hiriendo á algunos, i dejando estupefactos á nuestros bisoños, se salva i sigue adelante á incorporarse con el grueso del ejército.

La infanteria de Calderon, entre tanto, aprovechándose de la huida de la enemiga, habia avanzado en persecucion de ella i esparcidose contenta i victoriosa por las selvas á tomar prisioneros; de modo que con este resultado se dió fin al combate, i quedó el campo en poder de Cal

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