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deron. El encuentro, segun lo que dejamos referido i aun por sus consecuencias, fué poco ó nada sangriento, pues acaso no llegaron á ciento los muertos i heridos de ambos ejércitos. Mas en todo caso, i aunque nada esplendoroso el triunfo de Calderon, fué un ensayo de provecho con que se engrieron nuestros soldados novicios, i fué, asimismo, el primer laurel que conquistaron las banderas de la patria.

Una hora despues del combate se presentaron airosamente contentos i orgullosos esos mismos jefes, instigadores de la imprudente retirada, llevando como ochenta prisioneros de los que habian tomado, i victoreando al comandante en jefe por un triunfo tan fácilmente obtenido. Calderon, cuyo enojo debió aplacarlo el dia anterior castigando á los de esa faccion, pasó ahora por la descabellada descortesia de recibirlos con ceño i destempladamente, i de calificarlos de cobardes i traidores que habian puesto en peligro la causa de la patria. Tan importuno destemple lo apuró mas i remató sus conflictos, como vamos á ver.

En aquellos jefes, cuyo procedimiento condenamos, no habia traicion ni cobardia; habia insubordinacion, celos i pasiones criminales, punibles en todo caso, mas no delitos de lesa patria.

Los Montufaristas, íntimamente amistados, durante la campaña, con los mas de los jefes i oficiales del ejército, i ahora entrañablemente ofendidos con Calderon por la dureza con que los trató, olvidaron los intereses de la patria i la gloria de sus propias armas, i no pudiendo ahogar su encono de otra cualquier manera, provocaron de nuevo con todo ardor, bien que á la deshecha, la retirada del ejercito. Así, mui pocas horas des

pues, aquel campo de victoria conquistado con la sangre de los pueblos, se abandonó sin escrúpulo al enemigo con los prisioneros, los cañones, los equipajes i, lo que fué peor, la victoria misma que, no solo se llego á poner en duda, sino que la cantaron como suya los realistas á causa de tan ignominiosa retirada. I mas bien que retirada, parecia una derrota de las mas rematadas, en que jefes, oficiales, soldados, mujeres, vivanderos i bagajes se embarazaban recíprocamente por los fangales del camino, como apremiados por algun cuerpo vencedor que venia aguijándolos i castigándolos.

Calderon que, servido solo de sus ayudantes de campo, se hallaba informándose menudamente, por medio de los prisioneros, de cuanto concernia á los enemigos, i de seguida ocupándose en dar las disposiciones mas convenientes, bien para el caso de combatir de nuevo, bien para entrar en Cuenca que le esperaba ansiosa de abrazarle i festejar á sus tropas; ignoraba enteramente lo que habian hecho sus tenientes á retaguardia. La naturaleza del terreno por demas quebrado i montañoso, i su afan en inspeccionar los caminos por delante le habian quitado la ocasion de volver los ojos para atras ó de informarse de lo que se hacia á sus espaldas, i no supo tal desgracia sino vencida ya la tarde del dia de su triunfo. Pónese furioso al conocerla, monta precipitadamente á caballo i vuela desesperado por alcanzar á los que, sin apreciar su pundonor, triunfo i gloria, venian á recibir los mui justos i amargos reproches de los pueblos por tan criminal i vergonzosa retirada. Encuentra á los primeros que caminabn á retaguardia atollados todavia entre el lodo

i fangos, i les habla de detenerse i volver caras; mas ellos siguen adelante su camino. Les reta i amenaza, pero nada; les perora i ruega, pero nada; i ese hombre, impotente como un niño, porque carece de maña i de esa fuerza moral con que se logra vencer los mas insuperables obstáculos, abatido á la postre por una indolente pertinacia, tiene que rendir i rinde su cuello á la mala suerte que le defrauda el renombre con que pudo entrar en Cuenca.

Podia contar en tales apuros con los jefes i oficiales que no eran del corro de los abanderizados; pero se hallaban esparcidos por aquí i por allí, acaso estraviados, faltos de moralidad i sin ese aguijon de gloria, el ejendrador de los heroes i de las ilustres acciones.

Pero esa conjuracion tan sin ejemplar no quedó á lo ménos del todo impune, pues los prisioneros que ya estaban libres i eran dueños de cuantas armas dejaron los otros abondonadas, torcieron los cañones con direccion á la boca de la montaña por donde salian los sublevados, i los descargaron causándoles graves zozobras i amargando mas la vileza de su movimiento. Corridos, hambreados, cayendo aquí i allí, i avergonzados de un paso que ellos mismos no tenian como esplicar, llegaron á Riobamba con unas cuantas bajas despues de cuatro dias de continuadas fatigas.

1811. Hailábanse en esta ciudad muchos de los mienbros de la llamada Suprema Diputacion de guerra, i como los primeros que llegaron, segun era natural, fueron esos mismos jefes, ajitadores de la rebelion antes del combate, i autores de su realizacion despues del triunfo; los miembros de la suprema diputacion oyeron los malos i apasio

nados informes que les dieron contra el comandante en jefe, i decretaron de lijero su despedida. I todavia, como si la vuelta de nuestro ejército hubiera sido efectivamente el resultado de una derrota, decretaron tambien la formacion de otro nuevo poniéndolo al mando del comandante don Feliciano Checa ¡Cuántos achaques, cuántas miserias é injusticias!

Los miembros de la suprema diputacion, ó mal avenidos con él ó indignos del puesto que ocupaban, se deshicieron intencionalmente agazajos por calmar la cólera del ultrajado jefe, i á fin de cortar en tiempo las malas consecuencias, le nombraron en el mismo dia comandante en jefe de las operaciones del norte, i le empeñaron á que apurase cuanto ántes su venida al nuevo campamento, como lo verificó.

XIII.

Mientras desmayaba en el sur la causa de la revolucion por tan estraños sucesos, los del norte, casi por el mismo tiempo, corrian igualmente malparados. Incitados los pastusos por don Pedro Calisto, el mismo que en 1809 contribuyó con su actividad i entusiasmo á la reposicion del gobierno del conde Ruiz de Castilla, i contando con el auxilio de la multitud de realistas que habia en la provincia de los Pastos, i, mas que con estos medios, con la discordia i divisiones en que se hallaban los gobernantes de Quito; se prepararon, despues de haber vencido á Caicedo, á invadir el territorio de esta provincia. Un posta, procedente de Tusa, trajo á Quito orijinales las contestaciones dadas á Calisto por don Tomas Santacruz, i

por su contenido quedaron de claro en claro cuantas maquinaciones intentaban los enemigos de la libertad. La noticia de esta novedad se traslujo al dia siguiente, i el secreto que se habia pensado guardar se estendió por todos los barrios de la ciudad con indecible rapidez. Algun patriota exajerado ó, lo que es mas probable, mal intencionado, quiso revelarlo de un modo solemne, i lo reveló por medio de carteles fijados en doce ó diez i seis lugares de los mas públicos.

El pueblo que, en tiempo de revoluciones, se anda como rastreando enemigos que perseguir, se puso frenético de rabia contra los realistas, i en su demencia, sin poder conservar el comedimiento que siempre lo pierde en tales circunstancias, ni deslindar al verdaderamente culpado del que no tiene sino las apariencias de serlo, se acordó al instante del anciano Ruiz de Castilla que moraba ya casi olvidado en su retiro. Atropáronse brevemente en tumulto (15 de junio) unos cuantos mestizos é indios, especialmente los del barrio de San Roque, i se encaminaron furiosos á la recoleta de la Merced. Toman allí como frenéticos al desvalido anciano, le insultan, le estropean, le hieren i llevan medio muerto hasta la plaza principal, resueltos á inmolarle. Las autoridades, á quienes llega tarde la noticia de estos desacatos, se interponen entre los amotinados i la víctima para salvarla; pero el pueblo, siempre brutal en las revueltas, insiste en sus empeños i contesta con amenazas á cuantas amonestaciones se le hacen. Los medios de salvarle se apuraron sin provecho, i fué necesario que le llevaran preso á un cuartel, haciendo la oferta de que habia de fusilársele, seguida breve i militarmente la causa

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