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mo, habido bastante léjos de lo que constituia el nervio del ejército, fué suficiente para ahogar aquel entusiasmo que momentos ántes esperanzaba la victoria, i para espiar por demas los brillantes encuentros de las vísperas.

Cuando los vencedores entraron rebosando de contento á la plaza de Mocha, un octojenario vecino de Ambato, don José Hérvas, se acercó serenamente á ellos, descargó á quema ropa su escopeta i, satisfecho con este desahogo de su sentimiento por la patria, rodó por el suelo con el centenar de balas que atravesaron su cuerpo. Pero si hubo este americano, cuyo nombre suena acaso por primera vez, sin embargo de tan sublime sacrificio, porque tal ha sido nuestra incuria para recojer los sucesos antepasados, tambien hubo una americana que, defendiendo opiniones contrarias á las de su patria, presentó pruebas de heroismo de otro jénero que los españoles supieron apreciarlas i enaltecerlas. La quiteña doña Josefa Sáenz, esposa del oidor Mansános, perseguida por los patriotas, reclusa en un convento i encausada, habia podido fugar i reunirse á la division de Sámano. Concurrió al paso de Piedra exitando el valor de los realistas, sable en mano, entre el fuego i las balas, i fué la primera que, tremolando la bandera real, entró vencedora en la plaza de Mocha, i subió de seguida á la torre del templo á repicar las campanas en festejo de su triunfo. Esta conducta le valió un escudo de honor.

El combate de Mocha, que los vencidos debieron mirar como insignificante, ya que la pérdida material no pasó de sesenta i cinco muertos i algunos heridos, fué sin embargo de

grandísima importancia para el enemigo. La desmoralizacion de nuestras filas fué tal, que no pararon en su derrota hasta Latacunga. Gruesas partidas, medio organizadas todavía, tomaron la via de Pillaro, arrojaron luego las armas i huyeron para atras de la áspera cordillera de Llanga

nate.

Los miembros de la Diputacion de guerra, testigos del descalabro de Mocha i de lo mal rejido de la campaña, separaron del mando al comandante Checa, i nombraron en su lugar al teniente coronel don Antonio Ante. Este letrado, que no tenia de militar sino el arrojo, manifestó con franqueza su insuficiencia, i conociendo el mérito de don Cárlos Montúfar, no solo renunció tan delicado cargo, sino que, trayendo á la memoria la modestia de Arístides en Maraton, indicó á Montúfar como el mas á propósito para dirijir la campaña i sostener la guerra, á pesar de que Ante pertenecia al partido de los Sanchistas.

III.

Llamado de nuevo el coronel Montúfar á la cabeza del ejército, desplegó cuanta actividad i enerjia eran necesarias para tales circunstancias, i lo reorganizó en Latacunga de la manera mas pronta i regular que podia esperarse. Como el descalabro era reciente, i no podian sus bisoños soldados desimpresionarse todavia de la derrota, se apartó prudentemente de aquel asiento que, por otra parte, no ofrecia ventaja ninguna para combatir con provecho, i asentó sus fuerzas para acá de la honda quebrada de Jalupana que for

zosamente hai que atravesarla para pasar á Quito. La táctica de los militares de entónces, aplicada á soldados que apénas comenzaban á ensayar el arte de la guerra, fincaba el buen éxito de los combates en la artillería i fortalezas; procediendo de esto aquel empeño en buscar localidades aparentes para los atrincheramientos. La quebrada Jalupana, es cierto, puede conceptuarse como un soberbio antemural, i por este respecto fueron entónces acertadísimas las trincheras que se levantaron; pero ya veremos mas de una vez que tambien es fácil burlar aquel paso con el mejor éxito.

El jeneral Móntes salió de Mocha al dia siguiente de su triunfo, i ocupó sin oposicion las plazas de Ambato i Latacunga. En este asiento se vió obligado á detenerse mas tiempo del que le era necesario, porque, acosado de unas cuantas partidas francas 6 volantes que se habian levantado á la redonda, estuvo privado de víveres, de bagajes i de cuanto mas era menester para el sustento i movilidad de sus tropas. El teniente coronel don Manuel Matheu era el capitan que dirijia estas guerrillas, i con tan buen éxito que salió vencedor en casi todos los encuentros. Hacia un mes que el presidente batallaba con sus apuros, i aun es lengua que estaba ya resuelto á retroceder hasta Riobamba, donde contaba con muchos partidarios, porque en Latacunga no tenia absolutamente medios para mover su ejército, cuando recibió los oportunos i abundantes ausilios de un americano infiel. Si las partidas volantes que cruzaban por las despejadas llanuras de este lugar no se hubieran descuidado de velar sobre el camino del sur,

la retirada del enemigo era segura, i acaso los patriotas habrian triunfado concluyentemente sin combatir. I no solo esto, sino que si ellos hubieran adoptado desde el principio de la revolucion el sistema de guerrillas, único aparente para los pueblos que no estan habituados con la guerra, porque tal sistema compensa la falta de organizacion, de disciplina i de armas; Quito habria afianzado tal vez desde entónces su independencia.

Pero los guerrilleros se descuidaron por algunas horas de velar sobre el camino de Ambato para Latacunga, i á causa de esta desatencion pudo el realista don Martin Chiriboga, hombre mui estimable por otros respectos, introducir cuanto necesitaba el jeneral Móntes, i esponer así con tan socorrido ausilio la noble causa de sus compatriotas. Caballos de batalla para los dragones, centenares de bagajes, víveres abundantes, dinero; todo lo introdujo con precaucion i de golpe, i Móntes se puso en estado de mover su ejército con cuanta comodidad apetecia.

Jalupana, quebrada profunda que sirve de cauce para algunos pocos molinos de agua, cubierta por sus costados perpendiculares de malezas i cortada por infinidad de torrenteras, estaba inaccesible, pues, á los estorbos propios de su localidad, se habian aumentado los cañones i mas obstáculos que la guerra sujiere para la posesion del punto que se quiere defender. El jeneral español, menudamente informado de estas dificultades, halló otro americano desleal, conocedor de su provincia á palmos, que, apartándole del camino real á inmediaciones de Tambillo,

le condujo por las faldas de la cordillera occidental, i le proporcionó por la parte oriental del Atacazo el paso de la Viudita, montecillo bien alto, pero sin nieve sino en algunas temporadas del año. Este americano fué don Andres Salvador, fanático realista que cifraba su dicha en servir al rei i en morir por su causa. Los españoles hicieron la guerra á la América con sus propios hijos, con ese jénero de ingratos, raza de traidores diseminada por todas las latitudes de la tierra que no acabará jamas.

Sabedor Montúfar de que el enemigo habia flanqueado el paso, con lo cual venia a dar en tierra su principal medio de defensa, movió aceleradamente el ejército para Quito que estaba desguarecido; perdiendo, como era natural, algunos cañones, armas i bagajes soterrados en los fangos.

IV.

La consternacion de la ciudad á la aproximacion de Móntes llegó á su colmo. El pueblo, que hace cruzar la devocion i plegarias en todas las acciones de la vida, por mui profanas que sean, lloró la retirada de su ejército solemnizando su pavor con procesiones de sangre i una espontánea iluminacion. A este aparato relijioso al par que lastimero sucedió un triste silencio, tal vez mas pavoroso que el cañon del enemigo; silencio i pavor que hicieron decretar el sacrificio de dos hombres, reos en verdad de lesa patria, pero inútil tanto como inhumano si se atiende á las circunstancias.

Don Pedro i don Nicolas Calisto, padre é

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