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tónces, no teniendo como sujetar de nuevo á los pastusos, tomaron el triste partido de retirarse. Los pastusos, apercibidos ya contra estos espedicionarios desde que supieron su venida, los persiguieron i combatieron en Juanambú, i mui apénas i con grandes trabajos lograron escapar de la tenacidad con que aquellos i los patianos los acosaron casi hasta Popayan.

Preparóse en esta ciudad una segunda espedicion de seis cientos hombres que se puso al mando del citado Macaulay, quien, despues de vencido el paso del Juanambú i luego el de Buesaco, ocupó el alto de Aranda. Nada valian, sin embargo, estos avances, porque los pastusos reunidos en multitud, valientes i conocedores de los páramos, selvas i grietas de los campos en que habian de trabarse los combates, no eran hombres á quienes podia vencerse con esas tropas. En consecuencia, Caicedo, el Dr. Urrutia i otros eclesiásticos se presentaron á Macaulay i le aconsejaron que ajustase un convenio por el cual, poniéndose en libertad á todos los prisioneros que se conservaban en Pasto, pudieran incorporarse con las tropas de Popayan i volver así libremente á esta ciudad. Efectivamente, ajustado el convenio en estos términos, se le dió entero cumplimiento por las autoridades de Pasto; pero Macaulay, conservándose mas de ocho dias en su campo, abrió comunicaciones con otros pueblos de la provincia.

Con este motivo llegó á saber que unas tropas destacadas de Quito andaban maniobrando per la provincia de los Pastos, i deseando obrar en combinacion con ellas, á fin de rendir á Pasto, se dirijió al comandante en jefe, coronel don Joa

quin Sánchez, pidiéndole que moviese sus fuerzas hacia el Guáitara, para que, distraida así la atencion de los realistas por este lado, pudiera él rendir la ciudad. Sánchez, patriota mui distinguido, pero bisoño, no pudo llevar á cabo este proyecto, porque su caballeria, tan bisoña como él, no le daba seguridades para la empresa, ni tenia como maniobrar por las escarpadas rocas del Guáitara. Habiásele ofrecido unos cien veteranos de Barbacóas, i en consecuencia, esperando este destacamento que nunca llegó, se mantuvo quieto en su campamento de Cumbal. Macaulay, que no conocia estos embarazos i sin esperar la contestacion de Sánchez, pero contando con que habria tal diversion por el Guáitara, tomó brios i, faltando al convenio ajustado, intimó la rendicion de la ciudad. Los pastusos, irritados contra este proceder, no hicieron caso de la intimacion i se apercibieron para la defensa; i Macaulay, al ver que no surtieran efecto sus bravatas, tuvo que provocar á nuevas conferencias, i de seguida emprendió un movimiento nocturno que, dejando la ciudad á sus espaldas, le facilitara los medios de incorporarse con Sánchez, á quien suponia ya en el Guáitara

Al pasar por Chapal le descubrieron sus moradores, i lo comunicaron á los capitanes realistas, i estos, aprestándose con prontitud, le persiguieron i alcanzaron en Catambuco, donde trabaron un combate de cinco horas, al cabo de las cuales fueron vencidos los perseguidores. Los pastusos tuvieron entónces que proponer nuevos arreglos i ajustar un convenio en los mismos términos que el anterior; esto es, cesacion de las hostilidades, paso franco para que las tropas de

Macaulay se retiraran á Popayan i para el mutuo comercio, i que los habitantes de Pasto conservaran su actual gobierno.

Celebrado así el arreglo, se unieron en el campo vencedores i vencidos, i principiaban ya á efectuar su retirada las tropas de Popayan, cuando el interes que mostraron los pastusos, principalmente los indios, de quedarse con una carga de municiones, i la natural resistencia de los otros, dió lugar á un nuevo combate en que, á pesar de lo bien que se portaron los patriotas, se declaró la victoria por los realistas. Caicedo mismo volvió á caer prisionero con mas de cuatro cientos de los suyos, i aun Macaulay, que habia logrado escapar, fué tomado dos dias despues en Buesaco. Encerraron á estos capitanes en oscuros calabozos, i seguramente habrian sido fusilados entónces mismo á no ser por la intercesion i buenos oficios del doctor Urrutia.

Engreidos los pastusos con esta victoria, destacaron á Delgado contra el pueblo del Anjel, de la jurisdiccion de Ibarra, i á Paz i Casanova hácia Pupiáles. El primero no tuvo como obrar con provecho por respeto á las tropas quiteñas que, como dijimos, se conservaban en Cumbal; i los segundos fueron vencidos por el ayudante jeneral don Agustin Salazar que, con arrojo sin ejemplar para esa época, i no mas que con sesenta quiteños i veinte caleños escojidos, aprisionó dos destacamentos separados del cuartel jeneral, i acometió i venció igualmente a los que paraban en Pupiáles, tomándose asimismo hasta cerca de 200 fusiles.

Si Móntes, cuando este suceso, no hubiera vencido todavía la línea de Mocha, es seguro

que se habria invadido á Pasto i vengado acaso la última derrota. Por desgracia, vino á ocurrir cuando ya se movia contra Quito, i entónces, habiendo sido llamadas nuestras tropas para su defensa; no quedaron sino los desastres del segundo combate de Catambuco por el norte.

VII.

En Ibarra, como en Quito i en Biblian, volvió á encenderse la discordia mal estinguida entre los partidos. Reunidos algunos miembros del congreso, los capitanes del ejército i otras personas respetables, se pusieron á discutir sobre cuál de los coroneles, Montúfar ó Calderon, habia de ser el comandante en jefe que debia dirijir las operaciones de la guerra. Calderon no queria ceder el mando á un capitan derrotado, i Montúfar no queria tampoco resignarlo en uno á quien miraba como subalterno, por razon del nombramiento de jefe del ejército que habia obtenido. Echáronse los dos capitanes venablos irritantes, i cada cual mantuvo su division bajo sus órdenes con independencia absoluta del otro. Este desórden llegó á tal término que un jóven de apellido Montúfar, conocido con el apodo de loco, proyectó invadir por la noche el cuartel de Calderon. El soldado que lo traslujo lo denunció á este, i Calderon, á las diez de la noche, mandó tocar jenerala i se puso sobre las armas aguardando á los invasores con bala en boca. Por fortuna, estos movimientos no causaron otros daños que el escándalo i el estraño alarma para la poblacion, pues las cosas no pasaron adelante.

Mientras ocurrian la salida de la capital de nuestro ejército i el lamentable desacuerdo de los patriotas en Ibarra, Móntes ocupó tranquilamente á Quito el 8 de noviembre, sin poder estorbar que sus soldados, rompiendo las puertas i ventanas de las casas, las saquearan á su salvo. Sin embargo, horas despues tuvo la jenerosa política de contener esos desafueros, i aun mandó reconocer i devolver las cosas que, en la confusion del pillaje, habian sido tambien tomadas á los realistas. Mas tarde, llamó por medio de repetidos bandos á todos los ausentes, con escepcion de setenta personas, empeñándoles á que se restituyeran á sus casas sin temor, i logró con tal conducta inspirar confianza en los demas. El jeneral Móntes es otro de los gobernantes de tino i discrecion de quien puede gloriarse la nacion española; pues, aunque fueron muchos sus actos de severidad con los vencidos, respecto de contribuciones, prisiones, confinamientos i destierros, tambien tuvo contemplaciones i concondescendencias que dulcificaron la suerte de nuestros padres, obteniendo en recompensa mantener la pública tranquilidad. Púsose como hombre de mundo á la altura de las circunstancias del pueblo vencido, i penetrando con acierto la conducta que debia seguir, obró con tanta prudencia que todos sus contemporáneos confiesan haberse debido esclusivamente á su maña i procedimientos suaves la pacificacion de estas provincias.

El dia 9 salió el coronel Sámano en persecucion del ejército derrotado con quinientos veinte infantes i ochenta jinetes escojidos. Dentro de tres á cuatro dias ocupó el pueblo de Atontaqui,

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