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de su señor, le llevaron al gabinete en que se hallaba el doctor Ante. Salúdale el soldado, sacando la carta del bolsillo, i se la entrega; i Ante, rompiendo el nema, se pone á leer el contenido de ella. El asesino, que llevaba una daga, aprovecha de la distraccion i se la clava en la tetilla izquierda. Ante arroja por la boca la sangre removida por la daga, pero consigue asirse vigorosamente del puño del soldado, i evita con este supremo esfuerzo una segunda herida.

Dos oficiales i veinte soldados que se habian apostado ocultos i disfrazados por las cercanias de la casa, sospechando algo de la tardanza del asesino entraron precipitadamente en aquellos momentos, cuando los criados, que habian acudido á los gritos de la víctima, seguian luchando por contener al soldado. Ante no habia muerto, pero podia morir de un instante á otro; i sin embargo, dispuso el oficial de la escolta que le cargasen i llevasen al cuartel: las calles por donde pasó el agonizante quedaron manchadas con la sangre que en gruesos penachos continuaba arrojando por la boca. Antes que le sacaran de la casa, los oficiales rejistraron detenida i prolijamente el gabinete, i se hicieron de cuantos papeles encontraron; ménos, por fortuna, del que contenia el rejistro de los conjurados i los pormenores de la conspiracion, por haberse conservado en los bolsillos de la chaqueta que horas ántes habia sido descuidadamente colocada sobre la cabecera de la cama.

Casi de seguida, esparció el gobierno unas cuantas partidas de tropa por diferentes puntos tras aquellos que, á su juicio, debian pertenecer á

la conspiracion. Los mas tuvieron la buena suerte de ocultarse oportunamente á consecuencia del alarma producido por el asesinato de Ante i su encarcelamiento, i solo fueron presos don Francisco Cevallos, vecino de Latacunga, i don Vicente Flor, jóven de diez i ocho años, hijo de Ambato. El proceso se instruyó con mucho ruido, i se apuro a los presos con distintos interrogatorios. Estos se mantuvieron acordemente firmes asegurando que nada sabian, i quedaron así cortadas las consecuencias, sin que el gobierno hubiese podido descubrir ni el tiempo, ni los medios, ni la forma de la conjuracion que se estinguió con el asesinato de Ante.

Convaleciente aun con la herida abierta, que no vino á cerrarse sino durante su largo camino de tierra, desde Quito hasta Santamarta, fué Ante desterrado á Zeuta, donde permaneció once meses, acompañado de su hijo José Maria, niño de trece años. Padre é hijo tuvieron que aprender los oficios de sastreria i zapateria para poder subsistir.

Cevállos i Flor fueron confinados en la provincia de Guayaquil, i dias despues trasladados á la de Cuenca, de donde fugaron para restituirse á la primera plaza i tener parte en la revolucion del 9 de octubre de 1820.

La alevosía cometida con el doctor Ante, tanto mas negra cuanto fué el mismo gobierno el que se enmascaró para asesinarle, sin estar bien seguro del delito denunciado, dejó aterrados á los patriotas, i mas altivas á las autoridades que andaban haciendo agua de su astucia, como de las mas injeniosas.

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VII.

Poco despues (4 de junio) se celebró una funcion cívica tan solemne como estraña, así por su objeto como por el tiempo en que se verificó; funcion tradicional de la cual conversaban nuestros padres con calor. Descubre á un tiempo la índole del presidente Ramírez, sus puntillosas desconfianzas i las costumbres de la época. Véase como trata de ella el continuador de las Memorias de Ascarai (*).

Tan solemne pareció entonces la funcion, que mereció el que se ocupara en ella la imprenta, cosa que puede tenerse por maravilla para

(*) "En 1818, deseando Ramírez i las demas autoridades españolas descubrir si el nombre del rei conservaba alguna estimacion i prestijio en los habitantes de Quito, supusieron que S. M. mandaba los sellos reales de España, é invitaron á los del vecindario para que los recibiesen con la veneracion i suntuosidad debidas á un signo que representaba la autoridad real. En efecto, los quiteños, que conocieron la intencion i que deseaban lisonjear al presidente á quien tanto temian, dispusieran una magnífica entrada bajo de arcos que se hicieron eon mucho lujo en toda la carrera. Se endocelaron las calles i concurrió á caballo toda la nobleza, empleados, corporaciones i comunidades; se engalanó un gran caballo, sobre el que pusieron un magnífico cojin de treciopelo, i en él un cajoncito de plata, dentro del cual estaban los sellos. El caballo fué tirado por empleados de categoria por medio de cintas i cordones de oro i plata. Otros dos caballos ricamente enjaezados acompañaban al que conducia los sellos, i hubo otras invenciones adecuadas para solemnizar aquella funcion que no se ha visto otra mas suntuosa, la que concluyó con un convite jeneral que dió en su casa el señor Manuel Larrea, marques de Sanjosé, en el que se sirvió un espléndido banquete para las personas nobles, i para el pueblo hizo correr una fuente de vino en las puertas de la casa."

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un tiempo en que ni sucesos de mayor monta se daban á la estampa.

El año de diez i ochó terminó sin ningun suceso de importancia, si eceptuamos los destierros del marques de Selva Alegre, don Manuel Matheu i don Guillermo Valdivieso, que salieron para Cádiz bajo partida de rejistro. I no se crea que lo fueron por nuevas tentativas de conspiracion, sino en castigo de lo pasado i olvidado, i por obra de la desconfiada i sombría política del presidente.

ya

Tampoco en el siguiente hubo otros que la separacion de Ramírez, llamado á ponerse á la cabeza del ejército realista del Alto Perú que los independientes le llevaban de rota en rota, i la presa que hizo lord Cochranne el 28 de no viembre de los buques Aguila i Begoña, cada uno de á veinte cañones, en la ria de Guaya quil.

Ramírez hizo su viaje por la via de Loja, i su separacion se verificó el 14 de abril de 1819. Fué interinamente reemplazado por el jeneral Aimerich, entónces gobernador de Cuenca, i conocido ya de los lectores por los antecedentes sucesos.

VIII.

1820. Mientras la presidencia de Quito yacia muda i abatida bajo la desconfiada i áspera política de Ramírez, i luego bajo las pueriles necedades de Aimerich, llamado por apodo Cara--calzon [pantalon de cuero], nuestros hermanos de Venezuela i Nueva Granada habian vuelto á levantarse i enarbolar el pendon de la libertad en casi todo el territorio. El combate del Pantano

de Várgas i la batalla de Boyacá habian desconcertado al virei Sámano i obligádole á encerrarse en Cartajena. El viejo Sámano habia llegado á perder sus brios, i conceptuando mui frescas todavia sus crueldades para que pudieran ser olvidadas, solo pensó ya en ponerse en cobro para librarse de la venganza de aquellos á quienes tenia que responder de la muerte de un padre, de un hijo, de un allegado, de la pérdida de una hacienda ó de la ausencia de los amigos i hermanos desterrados.

En medio de aquel desconcierto i aturdimiento de los realistas, el coronel español don Sebastian de la Calzada tomó acertadamente su derrotero para el sur, i se vino á Popayan con cuatrocientos infantes i un escuadron de caballeria. Con algunos dispersos que se le incorporaron en el camino, Calzada llegó á reunir en Pasto una exelente base para formar un ejército que montó á cosa de cuatro mil plazas. Este ejército se armó i equipó mui pronto con los cuantiosos ausilios que le dieron el obispo de Popayan, don Salvador Jiménez, los mismos realistas de Pasto i las cajas reales de la presidencia de Quito.

¿Qué español, por entónces, no se conceptuaba llamado para aniquilar á los insurjentes, restablecer la obediencia al soberano i adquirir renombre i fama para la posteridad? El coronel Calzada fué uno de tantos, i ansioso de hacer figura como restaurador de los derechos de la corona, ocupando nuevamente á Santafé con ese ejército que le parecia formidable, se movió camino de Popayan en los primeros dias del enero de 1820. Su marcha fué feliz por todos respectos, i mas feliz aun su aproximacion á la

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