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cial con suma aspereza; mas, en viendo que en el sobrescrito se decia: La Junta soberana al conde Ruiz, ex-Presidente de Quito, se levantó i leyó lo que sigue:

«El actual estado de incertidumbre en que está sumida la España, el total anonadamiento de todas las autoridades legalmente constituidas, i los peligros á que estan espuestas la persona i posesiones de nuestro mui amado Fernando VII de caer bajo el poder del tirano de Europa, han determinado á nuestros hermanos de la presidencia á formar gobiernos provisionales para su seguridad personal, para librarse de las maquinaciones de algunos de sus pérfidos compatriotas indignos del nombre español, i para defenderse del enemigo comun. Los leales habitantes de Quito, imitando su ejemplo i resueltos á conservar para su rei lejítimo i soberano señor esta parte de su reino, han establecido tambien una Junta soberana en esta ciudad de Sanfrancisco de Quito, á cuyo nombre i por órden de S. E. el presidente, tengo á honra el comunicar á VS. que han cesado las funciones de los miembros del antiguo gobierno. --Dios etc. -Sala de la Junta en Quito, á 10 de agosto de 1809.-Juan de Dios Moráles, secretario de lo interior.>>

Enterado el conde del contenido de tan audaz como inesperado oficio, salió á la antesala para hablar con el conductor de ella, quien, al presentarse, le preguntó si estaba ya instruido del oficio. Ruiz de Castilla le respondió afirmativamente, i Ante, sin proferir otra palabra, hizo un saludo con la cabeza i salió. El presidente trató de contenerle i aun le siguió hasta la puerta esterior de la antesala, que tambien iba á pasar; mas fué detenido

por el centinela que ya estaba relevado. Hizo llamar al oficial de guardia, i tambien este se habia relevado ya, i el nuevo le contestó urbanamente que, despues de las órdenes recibidas, ya no era dable tratar con S. E., i ménos obedecerle. Ruiz de Castilla comprendió que la revolucion estaba consumada.

A las seis de la madrugada se vió que en la plaza mayor se formaba una gran reunion de hombres, frente al palacio del gobierno, i se oyó mui luego una prolongada descarga de artilleria, repiques de campanas i el alegre bullicio de los vivas i músicas marciales. La parte culta é intelijente de la sociedad se mostraba frenética de gozo al ver que la patria, al cabo de tan largos años de esclavitud, daba indicios de que volveria al ejercicio de sus derechos naturales. La parte ignorante, al contrario, se mostró asustada de un avance que venia á poner en duda la lejitimidad del poder que ejercian los presidentes á nombre de los reyes de España, i fué preciso perorarla en el mismo sentido que á las tropas para no exasperarla. El arbitrio produjo buenos resultados, á lo ménos por entónces, i el pueblo, amigo siempre de novedades, fraternizó por el pronto, aunque al parecer con repugnancia, i tal vez traidoramente, con la revolucion.

En la misma mañana fueron presos, fuera del presidente, cuya dignidad i canas respetaron dejándole que habitara en el palacio, el rejente de la real audiencia Bustíllos, el asesor jeneral Mansános, el oidor Merchante, el colector de rentas decimales Sáens de Vergara, el comandante Villaespesa, el administrador de correos Vergara Gabiria i algunos, aunque pocos, militares sospechosos.

A las diez fueron nombrados, i reunidos acto contínuo, los miembros de la junta, compuesta del marques de Selva Alegre, á quien nombraron tambien presidente de ella, de los marqueses de Villaorellana, Solanda i Miraflores, i de don Manuel Larrea, don Manuel Matheu, don Manuel Zambrano, don Juan José Guerrero i don Melchor Benavídes. El obispo de Quito, don José Cuero i Caicedo, fué nombrado vicepresidente, i los señores Moráles, Quiroga i don Juan Larrea secretarios para el despacho del gobierno, siendo tambien estos cuatro, miembros natos de la junta. D. Vicente Alvarez fué nombrado secretario particular del presidente.

A la junta debia darse el tratamiento de Majestad, como tres años despues dieron los españoles á las cortes de España; al presidente el de Alteza serenísima; i á cada uno de los miembros el de Exelencia. En la inocente ignorancia en que habian nacido i vivido nuestros padres no comprendieron que, fuera de la ridiculez con que imitaban los insustanciales títulos del gobierno que acababan de echar por tierra, no eran tampoco los mejores para contentar al pueblo intelijente, sin cuya cooperacion no podia afianzarse el nuevo. Verdad es que ellos no fueron los únicos de los colonos que se ocuparon en tales farsas, pues los chilenos incurrieron tambien en igual flaqueza (*), i en la misma el congreso de Santafé, compuesto de los diputados de esta provincia, i de Mariquita, Neiva, Socorro, Pamplona i Nóvita.

No digamos que la Junta Soberana fué compuesta de los hombres mas adecuados para dar fuerza

(*) Barros Arana. Historia jeneral de la independencia de Chile. Tom. 1.° Cap. 11.

i empuje, siquiera vida, á la revolucion que se acababa de consumar; pero estos eran, sin duda, de lo mas distinguido i culto de la atrasada sociedad de entónces. Don Juan Pio Montúfar, marques de Selva Alegre, hijo de otro del mismo nombre i título que gobernó la presidencia desde 1753 hasta 1761, i que se habia casado en Quito con doña Teresa Larrea; era un hombre de fina educacion, de cortesania i acaudalado, con cuya riqueza, liberalidades, servicios oficiosos i maneras cultas se habia granjeado el respeto i estimacion de todas las clases. Si como titulado é hijo de español habia sido partidario de Fernando VII i decidido por su causa, como americano lo era mas todavia de su patria que no queria verla ni en poder de los Bonapartes ni dependiente de la Junta central de España, la oficiosa personera de la presidencia. Pero asimismo, si como promovedor principal i arrojado partidario de la revolucion se mostró mui aficionado á esta, mostróse mas aficionado todavia á su propia persona é intereses particulares, pues, nacido i educado como príncipe, no tenia por mui estraño ni difícil seducir á sus compatriotas con el brillo de la púrpura, i encaminarlos, aunque independientes, bajo la misma forma de gobierno con la cual ya estaban acostumbrados. Queria, cierto, una patria libre de todo poder estranjero, á la cual habia de consagrar sus afanes i servicios jenerosos, pero acaudillada por él ó bajo su influjo, sin admitir competencias, gobernada en fin por su familia, sean cuales fuesen las instituciones que se adoptaran, ni pararse en que habian de ser precisamente las monárquicas. Queria, sobre todas las cosas, la independencia, i á fé que habia acierto en este

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principio, puesto que con independencia recuperaba la patria su dignidad. El carácter del marques, flaco por demas, contrastaba con sus fantásticos deseos, i carácter i deseos juntamente le llevaron dentro de poco á la perdicion de sus merecimientos i fama.

Los marqueses de Villa-Orellana, Solanda i Miraflóres, i don Manuel Larrea, quien poco despues llegó tambien á obtener el marquesado de San José, eran patriotas sinceros que deseaban establecer un gobierno propio, si no enteramente popular, libre á lo ménos de toda estraña dominacion. Los tres últimos eran hombres acaudalados, i gozaban todos de la natural influencia que daban los títulos i dan los bienes de fortuna, pero tal vez no poseian otras prendas para hacer figura como hombres públicos. Afeminados ide blandas costumbres veian con horror las violencias, i eran sin duda los ménos á propósito para obrar entre el flujo i reflujo de las tormentas revolucionarias. Si ellos, i principalmente el último, hombre mui fino i regularmente instruido, podian haber hecho de buenos majistrados para gobernar un Estado en tiempos de bonanza, ninguno, en los de tempestades, le habria salvado al asomo del menor obstáculo. Así, sus deseos i sacrificios, si se prescinde de su bien pensar i de haber aceptado sin vacilacion i al punto las ideas revolucionorias, no eran cosa de provecho.

Don Manuel Matheu i don Manuel Zambrano, jóvenes de talento despejado, de bastante bien decir, de chispa i de popularidad, el primero distinguido ademas por su buena hacienda, i ambos por el nacimiento i calor con que abrazaron la causa de la patria; eran de los mas adecuados para las circunstancias. A haber pertenecido á una escuela

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