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ciudad que no la dejó sentir sino ya mui tarde á los patriotas. El 24 del mismo la acometió arrojadamente, i aunque fué bastante bien defendida tuvieron los republicanos que cederla al capitan que disponia de mayores fuerzas. Las plazas i calles de la ciudad quedaron manchadas de sangre, i mas todavia el camino de Molinos para Calivio, donde los patriotas fueron completamente derrotados.

Sin detenerse en arreglar sino lo absolutamente necesario, Calzada siguió el 28 su triunfante marcha con direccion al Cauca, i todavia, afortunado, logró obtener resultados favorables en Cartago i otros puntos, bien que no de mucha importancia que digamos. Hallábase resuelto i en estado de seguir para Santafé cuando llegaron á esta ciudad ausilios mui oportunos, venidos desde Cúcuta, fuera de que apareció tambien otra division republicana por el camino de Plata; por manera que, desconfiando ya de sus fuerzas, se vió obligado á retroceder á Popayan. La retirada, como si fuera obra de algun descalabro ó cosa semejante, le fué fatal, pues sus tropas comenzaron á desertar por partidas ó pasarse á las filas republicanas; de modo que, miéntras flaqueaban las suyas, se robustecian las enemigas. Calzada, aburrido principalmente por la deslealtad de sus soldados, i llevado de venganza contra los pueblos, cometió mil i mil arbitrariedades, poco menores que las ejercidas por don Juan Sámano.

En tal estado de irritacion le vino la noticia de que unos ciento cuarenta hombres que tenia acantonados en Plata habian sido vencidos por una coluna republicana, i que el teniente coro

nel don Nicolas López habia padecido tambien otro descalabro mayor en Pitayó. Sus esperanzas i grandiosos proyectos, formados en Pasto, principiaban á desvanecerse, i ya desde entónces no pudo dar accion ninguna de importancia, i tuvo que limitarse puramente á la defensiva.

Las fuerzas republicanas que ya por este tiempo se habian reunido en un solo cuerpo de ejército, se vinieron tras Calzada, quien, mal de grado, tuvo que repasar el Patia para encerrarse en Pasto; bien que todavia con obra de dos mil hombres.

Antes de haberse resuelto á entrar en Pasto, intentó fortificarse en el punto llamado Guabito, previa consulta á las autoridades de la ciudad. Pero Calzada, caido ya en descrédito i desgracia por el mal éxito de una campaña que, en su decir; debió salir airosa, no solo fué desatendido, mas tambien despreciado. Aimerich mismo, el ménos competente para juzgarle, estaba ya mui descontento de él, i habia pedido al virei del Perú un capitan de crédito que viniera á reemplazarle.

Informado mui luego el presidente Aimerich de los descontentos i disturbios de Pasto, á causa de la pugna en que habian entrado las autoridades de esta ciudad con el coronel Calzada, se determinó á presentarse en ella, i delegando el gobierno político en el rejente Manzános, i el militar en el coronel Alba, salió de Quito. Aimerich iba seguro de que sabria domar la discordia, i que, levantando en globo á todos los pueblos de Pasto, atajaria los pasos de las fuerzas republicanas que dominaban ya en lo restante del vireinato.

Calzada fué mal recibido por Aimerich en Pasto, i mal avenido con quien le trataba con desden se volvió á su campamento de Mercadéres. Algunos dias despues se presentó en este campo el coronel don Basilio Garcia con la comision de que Calzada i López fueran traidos á Pasto, i tan luego como llegaron fué el primero reducido á prision estrecha. Conservóse en ella por mas de cuatro meses, esto es hasta que Aimerich volvió á Quito por el mes de diciembre trayéndosele juntamente con López. I todavia, suponiendo Aimerich que Calzada trataba de conspirar, aumentó su odio i prevenciones injustas hasta el término de ordenarle que saliese de la presidencia, por la via de Cuenca, dentro de doce horas. Calzada viajó solo hasta Machachi, como veremos mui luego, por la complicacion de los acontecimientos de esta época en que los pueblos volvieron á levantarse contra el gobierno.

IX.

Guayaquil, el arsenal del Pacífico i el puerto principal, si no el único, de la presidencia, aunque contaba en su suelo con unos cuantos hombres ardientemente enamorados de la independencia americana, no habia dado un solo paso que favoreciera la proclamacion de Quito en el 10 de agosto de 1809. Desde entónces habia sido mas activamente vijilado, i aun puede decirse que apénas hubo dia que estuviese desguarecido de tropas. Por octubre de 1820 habia en la plaza á vueltas de 1500 hombres; Granaderos de reserva, cuerpo recientemente llegado,

un medio batallon de milicias, el escuadron Daule, una brigada de Artilleria i siete lanchas cañoneras con 350 hombres de tripulacion.

La expedicion del jeneral Sanmartin al Perú, la victoria de Boyacá que retumbó por el sur del vireinato con fuerza prodijiosa, i, sobre todo, la independencia de algunos pueblos de la costa, como Esmeraldas, Tumaco, Izcuandé i Buenaventura, obtenida á esfuerzos del corsario ingles, Illingrot; eran sucesos de suma entidad para que el ánimo de los patriotas de Guayaquil, inclinados ya desde años atras á terciar en la guerra que otros pueblos americanos hacian á la madre patria, no llegara á escandecerse. Poco ó nada, por lo mismo, necesitaban para dar el grito de rebelion, i la permanencia ocasional de tres oficiales jóvenes del batallon Numancia les proporcionó la coyuntura, los medios, los brios i el triunfo por remate.

El sarjento mayor, Miguel Letamendi, i los capitanes Leon Fébres Cordero i Luis Urdaneta habian sido separados del Numancia por sos pechosos, i se hallaban en Guayaquil de vuelta del Perú para Venezuela, su patria. Fuera que estos tres oficiales hablaran primero de revolucion, ó que la indicaran otros de la ciudad, ello es que a principios de octubre ya no se trataba, aunque por lo bajo, sino de dar el grito; i con este objeto, finjiendo ocuparse puramente en bailes i francachelas, se reunian aquí i allí los conspiradores á fin de concertar la insurreccion i llevarla al cabo. El teniente coronel don Gregorio Escobedo, segundo jefe del Granaderos, los jóvenes José Antepara, Juan Francisco Elizalde, José Maria Villamil, Lorenzo Garaicoa,

Francisco de Paula Laváyen, Vicente Ramon Roca, José Vallejo, Loro, Isidro Viteri, Navarro, Peña, Cepeda, los tres citados oficiales del Numancia, algunos del batallon Granaderos i del de la Artilleria, i otros ménos notables; fueron los principales promovedores que, de su bella gracia, ó alentados por hombres mas provectos ó de mayor cuenta, tomaron sobre sus cabezas la responsabilidad del intento con la espectativa, noble i lisonjera por cierto, de darse patria, leyes i majistrados propios.

Conviniéronse los patriotas en poner á la cabeza de la revolucion al coronel don Francisco Bejarano; pero consultada su voluntad, se escusó fundándose en sus achaques i vejez, si bien alentándolos i dando buenos consejos. Fijáronse luego en el doctor José Joaquin Olmedo, el hombre que mas tarde llegó á brillar como el primero de los poetas americanos. Diputado en las cortes de España, patriota mui acendrado, de injenio sobresaliente i sólida instruccion, era sin duda bien á propósito para gobernar su patria en tiempos de bonanza, mas no en los de tempestades. Para estos, sobre ser de ánimo estrecho, sus hábitos de poeta i jurisconsulto le alejaban de todo desempeño que no fuera el mui envidiable de hacer hablar á las musas, cuando se sabe hacerlas hablar como el sabia, ó el pasivo de patrocinar á sus clientes, arrellanado en su sillon. "Puede contarse conmigo para todo, dijo; mas no para caudillo de revolucion, porque esto es para un militar, i militar de arrojo;" i vista su negativa, tambien le dieron por escusado. Tocaron, en fin, con el teniente coronel de artilleria, pero no en servicio activo, don Rafael Jimena, hombre

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