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do así su responsabilidad en el juicio i conciencia de otro.

A juicio de Caicedo (*), de Restrepo i aun del mismo español Torrente, la remision de la causa la hizo por mandato que, desde mui ántes, habia recibido del virei Amar. A falta de otras pruebas á que atenernos en este punto, nos inclinamos mas bien al decir de Bennet, narrador de tal suceso como testigo presencial, que no al de los otros, mayormente cuando en la relacion de la obra citada hemos encontrado exactitud con respecto á muchos de los acontecimientos que refiere.

Sea de esto lo que fuere, ello es que el proceso se remitió á Santafé, á pesar de que ya entónces se habia recibido órden en contrario, dada por don Carlos Montúfar, hijo del marques de Selva Alegre, que venia comisionado por el rei á ver de pacificar la presidencia, como vino tambien don Antonio Villavicencio para tranquilizar el centro del vireinato. Sabedor Montúfar de cuanto ocurriera en su patria, i temiendo una sentencia condenatoria contra hombres cuyo delito consistia solo en haber imitado los procedimientos de los mismos españoles en la Peninsula i contra compatriotas cuyas opiniones, mas ó ménos, eran conformes con la suya; habia dictado oportunamente la dicha órden tan luego como pisó las playas de Cartajena. El presidente, que desconfiaba de este comisionado americano que venia á destemplar su actividad i enerjia, reservó para sí i los de su ruedo aquel mandato, i el 27 de junio de 1810 salió el fatal proceso bajo la custodia del doctor don Victor Félix de

(*) Viaje imajinario.

Sanmiguel. El viaje lo emprendió este á las tres de la madrugada con un piquete de soldados que le acompañó hasta Pasto, de recelo que le asaltasen los insurjentes.

Se creia i aun se ha dicho por la prensa que como el proceso llegó á Santafé en circunstancias que ya tambien allí se habia derrocado el poder español, fué reducido á cenizas por el pueblo; mas la verdad es que se conserva hasta hoi en uno de los archivos públicos de esa capital, segun estamos bien informados.

X.

Los presos no esperaban gracia ninguna del virei Amar, principalmente por las conexiones estrechas que con él tenian los interesados en que se les condenase. El oidor Fuértes i Amar, hombre meticuloso que se habia acarreado el odio público por las violentas irregularidades con que obró como juez de instruccion del proceso, era sobrino del virei, i bastante natural, por consiguiente, que se interesase en la confirmacion de sus procedimientos. Don Manuel Arredondo, otro de los mui prevenidos contra los patriotas, era hijo del virei de Buenos Aires i sobrino del rejente de la real audiencia de Lima, i estos vínculos debian ser mui considerados por Amar, ya que tambien Arredondo se interesaba en el castigo de aquellos. Amar, ademas, era, segun Restrepo, hombre de cortos alcances, i no estaba en el caso de poder acertar con el medio aparente para conciliar la dignidad del gobierno con lo que demandaban las opiniones de entónces.

Como tregua, eso sí, i de las mas provecho

sas, conceptuaron los patriotas el tiempo que iba á emplearse en la remision del proceso i resolucion que debia tener, porque el tiempo, para ellos, era su salvacion. Pero si por esta tregua se desacerbó algun tanto su amargura, se dobló la vijilancia i se estrecharon mas las prisiones. El presidente que sabia la venida del comisionado rejio, á quien miraba mal, segun dijimos, tenia esta razon mas para desplegar mayor vijilancia. "Iban corriendo los dias de desconsuelo para los infelices presos, dice Caicedo, hasta que consiguieron un decreto de la audiencia que se les aliviase; pero Arredondo, bajo el pretesto de que se habian insolentado desde que tuvieron noticia de la venida del comisionado réjio, no aflojaba de su dureza. En este estado le pasaron un oficio suplicatorio para que ordenara á los oficiales de guardia, en cumplimiento de lo ordenado por el tribunal, les concediera algun alivio. A este acto de atencion i urbanidad puso otro decreto el imperial Arredondo para que se les hiciese saber el respeto con que debian tratar á su distinguido jefe militar, i que si no estaban cargados de fierro hasta el pescuezo era por su bondad." El destemple de Arredondo, en esta vez, provenia de que en el oficio no se le habia dado el tratamiento de señoría.

Varios de los muchos prófugos, discurriendo en mala hora que, ido el proceso, no podria envolvérseles ya en el juicio, se habian restituido á sus casas, i fueron tomados i reducidos á prision, sin que les valiera su notoria prescindencia de los sucesos del 9 de agosto. El cuerpo del delito, en el decir de los gobernantes, estaba en la ausencia que habian hecho de la ciudad.

Pasos semejantes, como era natural, aumentaron la inquietud i desconfianzas, se paralizó el tráfico, la carestia de víveres subió de punto, i las vejaciones i saqueo de las tropas se hicieron irremediables.

Voces repetidas, bien que vagas, decian que los españoles protestaban no admitir al comisionado Montúfar sino hecho cadáver, porque era un Bonapartista i traidor: que se mataria á los presos ántes que él tuviera tiempo de ponerlos en libertad: que todos los hijos de Quito eran unos rebeldes é insurjentes, i otras especies de este órden, envueltas i confundidas entre la certeza, la falsedad i la exajeracion.

Las palabras i acciones mas inocentes se abultaban ó interpretaban desacertadamente, i las desconfianzas del pueblo contra el gobierno, i las del gobierno contra el pueblo llegaron á exacerbarse. Era lengua que los soldados de Lima habian solicitado i obtenido del gobierno el permiso espreso de entrar á saco la ciudad, i tal decir envolvia, mas que torpe invencion, un inconcebible absurdo: si los soldados cometian latrocinios, procedian solo de su natural desenfreno, incapaz de contenerse por el apocado presidente, i ménos aun por el contemplativo Arredondo que los mimaba con demasia. Decíase que el pueblo trataba de asaltar los cuarteles, i esto era igualmente falso, á lo ménos por entónces, pues semejante resolucion no la tomaron sino despues, con motivo de las imprudentes palabras que vertieron las autoridades contra los presos i contra los americanos en jeneral. Así, el capitan Barrántes, discurriendo de buena ó mala fé que realmente creia en el asalto propalado, habia dado

la órden de que matasen á los presos al primer movimiento que se dejara notar de parte del pueblo.

Cuando los encausados alcanzaron á traslucir semejante órden, por demas fácil de ejecutarse, se quejaron de ello al presidente por conducto del reverendo obispo; i Barrántes, sin impresionarse ni hacer caso alguno de tal queja, confesó que la órden era efectiva condicionalmente, esto es siempre que el pueblo tratase de libertar á los presos. Arredondo sostuvo la disposicion de Barrántes como necesaria para prevenir un mal; i así, este viejo i estraviado principio de lejislacion criminal vino por remate á dar tan pésimos resultados como los habria dado el mal mismo que se trataba de cortar.

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