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puñales, fuerzan i vencen la guardia del real de Lima, i quedan dueños del cuartel. Hácense de las armas de esta, i amedrentando á los soldados que encuentran dispersos por los corredores bajos i patio, se van á hilo á los calabozos para libertar á los presos que, á juicio de ellos, era lo mas necesario i urjente para el buen éxito de su arrojo.

El capitan Galup, al oir tan alarmante alboroto, comprende lo que podra ser, como era en realidad, desenvaina su espada i, bajando precipitadamente de los corredores altos al patio, grita: "Fuego contra los presos." Uno de los ocho atletas que primero oye las voces de Galup, luego le ve acercarse espada en mano, se precipita á su encuentro con la bayoneta armada en el fusil que habia tomado, le atraviesa con ella i tiende en tierra. El triunfo está por los conjurados; pero se pierde el tiempo que siguen gastándolo en desaherrojar á los presos.

Mientras esos valientss de memoria imperecedera admiran con el denuedo i presteza en el desempeño de su proyecto, los que debian acometer el cuartel de Santafé quedan estáticos á vista del peligro i dejan á sus ocho compañeros sacrificados en medio de quinientos enemigos. Ora que, adelantada la señal, no se hubiesen reunido todos los conjurados, ora por el espanto en que entraron los que ya estaban listos, faltó el tercer movimiento de combinacion, i á esta causa padecieron los patriotas un desastre de esos cuya memoria, aun pasados largos años, arranca lágrimas de dolor.

Angulo, comandante de las tropas de Popayan, habia partido á su cuartel al primer movi

miento que percibió de parte de los asaltadores al presidio, i de los soldados heridos que huian del fuego que los primeros les hacian avanzando hácia la plaza mayor. El comandante Villaespesa que, advirtiendo estos mismos movimientos i ruido, salia precipitadamente de su casa á ocupar el puesto que le correspondia en el cuartel, fué detenido en la calle por un hombre del pueblo que le echó por tierra de una puñalada, á pesar de la lucha que sostuvo el otro con su espada.

Entrado ya Angulo en el cuartel, manda abrir de un cañonazo un horado en la pared que separa el suyo del de Lima para que pasaran por él las tropas que ya estaban sobre las armas, i pasan efectivamente por el agujero. Su primer paso se encamina á ocupar las puertas del cuartel vencido, donde los asaltadores habian colocado un cañon, creyendo no poder ser acometidos sino por el lado de afuera, sin hacer caso de los enemigos que tenian adentro. Advierten los asaltadores i presos de los calabozos bajos que ya estaban libres, que una coluna cerrada les acomete por las espadas, i en tales conflictos, palpando la imposibilidad de resistir, procuran huir para salvarse. Los mas alcanzaron efectivamente á vencer el peligro, incluso Alban que estaba herido, pero Midéros i Godoi cayeron muertos al salir. Luego dispuso Angulo que se cerraran las puertas i se conservara el cañon con la boca hácia la entrada del cuartel.

En estos momentos llegan los vencedores en el presidio. Unidos con otros que se les incorporaron en el tránsito, i principalmente en las cercanias de los cuarteles, se dirijen al de Lima para

forzar las puertas que encuentran cerradas; mas un fuego doble de mosqueteria que llueve del palacio del presidente i de las ventanas altas del mismo cuartel, los obliga á cejar, i queda así rendida i castigada la temeridad de aquel puñado de valientes. Los que se retiraron por San Francisco aun tuvieron que recibir una nueva descarga que les cayó de los balcones de la casa del comandante Dupret.

Libre la tropa del pueblo que se habia apoderado del cuartel de Lima, se esparce por pelotones entre los calabozos altos en que yacian otros presos. Estos desgraciados, sobre quienes pesaba una sentencia de muerte i llevaban espuesta la vida desde que asomara cualquier movimiento popular, comprenden que es llegada su última hora, i se esfuerzan cuanto pueden para atrincherar las puertas de sus aposentos. La precaucion fué inútil, porque los soldados las hacen pedazos, i de seguida descargan sus fusiles á manos lavadas i de monton sobre los presos. El que todavia no ha muerto de las balas, muere á sablazos ó bayonetazos; i los victimarios, pasando de un calabozo á otro, obran en todos como en el primero, i se derrama la sangre á borbotones.

de

que

Las hijas de Quiroga, llevadas por desgracia á visitar á su padre en tan funesto dia, presencian con el corazon palpitante las escenas sangrientas que ellas mismas han escapado de milagro, sin les tocara una sola bala de cuantas llovian sobre sus cabezas. Pasado ese primer instinto de terror que, en circunstancias semejantes, se concentra enteramente en el individuo, les sobreviene la memoria de su padre á quien desean salvar. Se dirijen al oficial de guardia, i le ruegan fervorosa i hu

mildemente que le salve la vida, i sorprendido este de que aun estuviera vivo un enemigo de tanta suposicion, se acompaña del cadete Jaramillo i entra en el rincon en que yacia Quiroga oculto: "Decid, le gritan, "¡Vivan los limeños!" Quiroga responde ¡Viva la relijion! Jaramillo, en réplica, le descarga el primer sablazo, i luego los soldados otros i otros, hasta que cae muerto á las plantas de sus hijas.

Mariano Castillo, jóven de gallardo parecer, valiente i de lucido entendimiento, habia sido solo herido de una bala en las espaldas, i mientras cuenta con que va amorir á bayonetazos, como murieran otros, aventura ocurrir á un arbitrio que puede salvarle. Desgarra sus vestidos, los ensucia con la sangre que está arrojando su cuerpo i se tiende como uno de tantos cadáveres. Los soldados que andan rebuscando á los que pudieran estar ocultos, i que pasan punzando los cadáveres con las bayonetas, punzan tambien á Castillo una i otra vez, i Castillo recibe impasible i yerto diez puntazos sin dar la menor señal de vida. Por la noche, cuando estaba ya velándose en San Agustin entre los cadáveres recojidos por los religiosos de este convento, se dejó conocer como vivo, i los reverendos se lo llevaron con entusiasmo á una celda mui segura. Castillo salvó así, despues de tres ó cuatro meses que duró la curacion de sus heridas [*].

(*) Castillo, hijo de Ambato, que en el año de 18 18 partió para el Perú de cadete en el batallon Numancia, en junta de otros jóvenes, hizo con Boltijeros, en que se convirtió aquel, todas las campañas i guerra de la independencia con el denuedo que debia al cielo, sin desmentirlo en ninguna de cuantas acciones se encontró. Su valor le elevó mui pronto hasta el grado de teniente coronel, i murió suicidiado en Piura, deser

El coronel Salinas, Moráles, Quiroga, Arénas, tio de Rocafuerte, el que llegó á rejir su patria como presidente de la república, el presbítero Riofrio, el teniente coronel don Francisco Javier Ascásubi, los de igual graduacion don Nicolas Aguilera i don Antonio Peña, el capitan don José Vinuesa, el teniente don Juan Larrea i Guerrero, el alférez don Manuel Cajias, el gobernador de Canélos don Mariano Villalobos, el escribano don Anastacio Olea, don Vicente Melo, uno de apellido Tobar i una esclava de Quiroga que estaba en cinta; fueron las víctimas impiamente sacrificadas en el cuartel el 2 de agosto. Parece que toda revolucion demanda estas ofrendas sangrientas para alimentarse, i que la del 9 de agosto, por demas pacífica i pura, reservó el sacrificio para el tiempo de su aniversario.

Harto dolorosamente castigado quedó aquel gobierno perfunctorio, cuya organizacion desacertada, insustancial i hasta pueril debia por fuerza enflaquecerle i hacerle morir. I no obstaute sus heráldicas pretensiones ¿quién no querria haber participado de su triste destino, á cambio de haber tambien sido de los primeros que en la América española ejercieron sus derechos soberanos? Ha mas de cuarenta años que esas víctimas pasaron á la eternidad, i sin embargo ¡las lágrimas que arranca su memoria se derraman de año en año, i de seguro que se derramarán de jeneracion en jeneracion!

Don Pedro Montúfar, don Nicolas Vélez, el presbítero Castelo, don Manuel Angulo i el jóven Cas

tado de las filas de Colombia, en 1829, á consecuencia de la derrota que sufrieron en Tarqui las armas peruanas; porque Castillo fué uno de esos republicanos exajerados que llegaron á desconfiar de Bolivar, á quien vino á aborrecer de muerte.

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