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tillo, de quien hablamos, fueron los únicos presos que, de los que ocupaban los calabozos altos, lograron escapar. Montúfar se hallaba mui enfermo, i habia conseguido á grandes esfuerzos salir del cuartel tres dias ántes del funesto dia: Vélez se habia finjido loco al remate, i con tanta naturalidad que, burlando la inspeccion i exámen de los facultativos, tuvo que ser arrojado á empujones del cuartel como intolerable demente; i Castelo i Angulo consiguieron fugar en junta de los asaltadores al cuartel, porque probablemente no estuvieron aherrojados como los otros presos, ó estuvieron ya desengrillados.

De los que ocupaban los calabozos bajos solo fué asesinado don Vicente Melo: los demas escaparon, bien uniéndose á Landáburo i los Pazmiños, bien huyendo por los agujeros que caian á la quebrada que atraviesa bajo el cuartel.

Las zozobras i alborotos, mientras tanto, habian cundido principalmente por las calles centrales de la ciudad. El telon no se habia descolgado todavia, i los asesinatos del cuartel apénas correspondian á la apertura del drama que debia terminar con otras escenas mas sangrientas.

Consumada la carniceria en el real de Lima, salen gruesas partidas de soldados haciendo fuego contra el pueblo que se mantenia al ruedo i cercanias de los cuarteles. Los comprometidos en la conjuracion, que á lo ménos tienen algunos fusiles i escopetas, se arriman á las paredes de las calles de la Universidad, de Araujo i del Correo, i se sostienen contestando los fuegos enemigos; mas otros, ociosos i noveleros, conceptuándose inocentes, se quedan donde estaban, movidos de curiosidad. La parte medio armada que seguia haciendo

fuego por lo largo de la calle de la Universidad, recibe de súbito por las espaldas una descarga de fusileria que le dirijen los soldados desde lo alto del arco de la Reina de los Anjeles: eran los de la guardia del hospital que habian montado sobre el arco para ponerla entre dos fuegos. Entónces tuvo que partir al escape tomando una calle transversal, como lo verificaron tambien otras partidas del pueblo con ánimo de replegar á los barrios de San Roque, San Sebastian i San Blas.

Fortificáronse unos en el primero, otros en la columna llamada Fama i otros en la alameda, i las tropas que antes les llevaran de calle desalojándolos de esquina en esquina, ahora detienen sus pasos respetando las tan mal improvisadas fortificaciones. Pero si les falta arrojo para asaltarlos, discurren acertadamente que tampoco podran ser acometidas, i retroceden para esparcirse por el centro de la poblacion i ahuyentar al pueblo inerme i curioso.

Insertemos algunos trozos de los apuntes de nuestros cronistas, testigos presenciales de los sucęsos de agosto. Acaso sean exajerados, acaso obra de las vivas impresiones del momento; pero hai tanta conformidad entre sí i tanto ajuste con lo que sostiene la tradicion, que no hai como desconfiar de la verdad de cuanto refieren. «Uno de los presos que salieron del presidio, dice el doctor Caicedo, se colocó en el pretil de la catedral, i desde allí arrolló á los mulatos, hasta que acabados los cartuchos le acertaron un balazo. Quedó caido i medio muerto, i fueron á rematarlo con las culatas de los fusiles, como lo verificaron. Lo mismo hicieron con una india que estaba en la plaza, con un cobachero i con un músico que iba para el Cár

men de la nueva fundacion. Todo esto pasó por mi vista (*).'

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«En la calle del marques de Solanda desarmaron cuatro mozos á seis fusileros que llevaban sus arcabuces cargados i armados de bayonetas; pero allí mismo murió un pordiosero. En la calle del Correo tres solos paisanos hicieron huir á una patrulla, la desafiaron i silvaron; pero allí mismo abalearon á un indefenso, á quien remataron por que quedó medio vivo, haciendo pasar la caballeria por encima una i otra vez. Por la calle de la Plateria corrieron los mulatos que guardaban el presidio; pero allí mismo dieron un balazo á un músico, i porque no murió del todo le destaparon los sesos con las culatas de los fusiles. En la calle de Sanbuenaventura hicieron fuego los santafereños; pero allí murió uno que hizo frente á manos de un mozo desarmado, quitándole el fusil i pasándole con la bayoneta. ¡Oh, si pudiera yo referir los prodijios de valor que se vieron en esa poca jente, que solo con cuchillos se esforzó á libertar á su patria del yugo de la tirania!......... Bastará refleccionar acerca de un pasaje asombroso i orijinal. Luego que escampó algo la tempestad entró en la plaza mayor un mozo desarmado, á quien sin duda İlevó la curiosidad al mayor peligro. Tipor la esquina de la grada larga de la catedral,

(*) Téngase cuenta de que el granadino señor Caicedo se hallaba entonces de provisor i vicario jeneral del obispado. Téngase presente, asimismo, que gozaba de una mui merecida reputacion por sus virtudes, i así no cabe que hubiese aventurado una sola palabra que no estuviera conforme con la verdad. Caicedo fué desterrado en 1813 á las islas Filipinas en junta del doctor don Miguel Antonio Rodríguez i de otros varios. Su destierro se alzó por Fernando VII á mediados de 1820.

cuando reparó á un limeño que le apuntaba. Se paró el mozo, i al ver la accion de rastrillar, se agachó i evitó el golpe. En la continjencia de ser muerto por la espalda ó por delante, por su indefension, elijió el segundo estremo i, miéntras se cargaba segunda vez el fusil, avanzó hácia el soldado. Distaria unos veinte pasos cuando se le apuntó de nuevo. Volvió á pararse i gritó de este modo: Apunta bien, zambo, porque si yerras otra vez te mato. El susto ó la borrachera del tirador, ó sea la viveza del mozo, lo escapó de este segundo riesgo; pero no pasó por el tercero, pues como un alcon se echó sobre él, lo cojió de los cabezones i lo estrelló contra el pretil, dejando en las piedras regados los sesos. A vista de esto lo embistió una patrulla, pero él encontró la vida en la velocidad de su carrera.»......

«Pasó una patrulla armada hácia el puente de la Merced, i la vieron unas pocas mujeres que no pasaban de seis. Se encargaron de la empresa de perseguirla i asesinarla, i con solo piedras lograron ponerla en fuga vergonzosa. No fué el privilejio del sexo el que obró esta maravilla, puesto que ya habian muerto á algunas en las calles, i en su balcon á una señora, Monje de apellido.».....

El presbítero la Roa, en su crónica citada, se esplica de este modo. "La órden del señor presidente, á mas de ser tan rigorosa por lo ya dicho, tambien dispuso se incendiara la ciudad, á lo que se opuso el oidor supernumerario, doctor Tenorio [que á la sazon se halló], i á su alegato se suspendió esta segunda órden. Mas la primera se verificó, pues salieron todos los soldados en patrulla por todas las calles, matando á fuego i acero á cuantos encontraban en el camino, á cuantos veian en los balcones

i á cuantos se paraban en los tiendas i zaguanes, como si todos fueran gallinazos, tórtolas ó perros; no escapándose de este rigor niños ni mujeres, de los cuales se sabe que fueron hasta trece, i de las mujeres tres"....

"No paró en esto solo, sino que los facinerosos hicieron de una via dos mandados, i fué que con las mismas armas reales, abusando del impio mandamiento, entraron en las casas que mas noticia tenian de acaudaladas, i saquearon cuantos doblones, moneda blanca, alhajas, plata labrada i ropas encontraron. Entre varias, la de don Luis Cifuentes,

al que le quitaron mas de siete mil pesos en doblones, cincuenta i siete mil en dinero blanco...... No contentos con robarse lo dicho, despedazaron muchos espejos de cuerpo entero, arañas de cristal i relojes de mucho aprecio, saliendo con los baules á la calle que hace esquina de San Agustin á repartirse entre ellos todo lo que habian saqueado; de modo que no tenian otra medida para su division que la copa de un sombrero, por lo que toca á dinero, i lo demas á lo que mas podia cada uno."

"Por la noche rompieron muchísimas puertas de tienda i cobachuelas del comercio i las dejaron en esqueleto, i prosiguen aun hasta hoi haciendo muchísimas estorciones, hiriendo i lastimando á los que procuran defensa"......

El continuador de las Memorias de Ascarai [*]. "Volviendo á los que murieron en aquel dia [2 de agosto], á mas de los que mataron por las calles, la nueva guardia que fué al presidio encontró en él cinco presos que habian sido soldados de los de

[*] Omitimos el nombre de este célebre cronista porque nos ha vedado descubrirle.

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