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los que la precipitaron para no deber sino á ellos mismos, i no á Montúfar, á cuya familia imputaban los errores de la junta, la salvacion de la vida, el restablecimiento de los principios proclamados en el año de nueve i la pujanza de su causa. La lójica de los partidos que han llegado á encelarse i exaltarse, ha sido i será siempre así, desatentada, vanidosa, intolerante, irracional, i desdeñarán los abanderizados hasta su propia salvacion, hasta la de su propia causa, por no recibirla de parte de sus enemigos.

IV.

El 12 del mismo mes entró en Quito el comandante Juan Alderete con una coluna de docientos hombres, traidos desde Panamá, i el 18, conforme á los términos del acuerdo del 4, salió Arredondo, hecho ya brigadier, con las tropas de Lima, cargado de las maldiciones de toda esta provincia. Tan maldecidas fueron estas tropas, que los pueblos del tránsito se negaron á proporcionarles víveres para hacer patente el odio que les tenian por los ultrajes cometidos en Quito.

La junta establecida en la capital del vireinato, despues de consumada la revolucion verificada en julio de 1810, deploró amargamente los asesinatos cometidos en Quito i dirijió á Ruiz de Castilla una sentida i enérjica comunicacion.

El cabildo recibió tambien de la misma junta un pésame afectuoso i doliente, con que demostró la mancomunidad de las tendencias americanas; i en Santafé se celebraron exequias honoríficas en memoria de las víctimas de Quito.

Tambien Carácas, cuando ya libre, dió un decreto de honores fúnebres en manifestacion de su dolor.

V.

Arrojada por los franceses la junta central de España que residia en Aranjues, i no pudiendo tampoco sostenerse en Sevilla, vino á convertirse mui luego en Consejo de Rejencia, compuesto de cinco miembros, i se estableció en la isla de Leon. Este consejo, que se decia ser el representante lejítimo de Fernando VII, se acordó de que las grandes provincias de América formaban tambien parte de la monarquía española, i ora movido por impulso de justicia, ora por el interes de mancomunar á los pueblos de este continente con los de España, ello es que los nuestros fueron llamados á concurrir con sus diputados á la representacion nacional. Ya la junta central, ántes que el consejo de rejencia, habia decretado tambien la misma convocatoria; pero uno i otro cuerpo, aunque obrando en esta parte con sagacidad i con justicia, se desentendieron de esta al fijar el corto número de diputados que habian de representar á las Américas, pues no debian ser sino nueve, al paso que la Península, con una poblacion que apénas alcanzaba á la mitad de la de aquellas, iba á concurrir con treinta i seis. El decreto tenia por base de representacion para las Américas el número de vireinatos i capitanias jenerales; de modo que mientras la más corta provincia de España iba á ser representada por dos diputados, todo un Méjico, por ejemplo, solo iba á serlo por uno.

El método mismo que se adoptó para el modo como debian ser nombrados, si no mui estravagante, fué del todo irregular; pues las elecciones habian de hacerse por los cabildos de las capitales de provincia con sujecion á otras elecciones posteriores i de la manera siguiente. Los cabildos debian nombrar tres diputados, de los cuales se sacaba uno por la suerte; i luego, reunidos ya los sorteados, habia que elijir, de entre estos, otros tres, i elejirse por las audiencias presididas por los vireyes, ó los presidentes de ellas ó los capitanes jenerales. La segunda eleccion debia volver á someterse á nuevo sorteo, i aquel en quien recaia la segunda suerte era el definitivamente nombrado.

El decreto de convocatoria vino juntamente con el Manifiesto que insertamos á continuacion, ménos para dar á conocer sus términos, como para dejar justificados á nuestros padres de la resolucion que tomaron de buscar su independencia, puesto que en él se confiesa lo vejados que andaban por el gobierno colonial.

"Desde el principio de la revolucion declaró la patria esos dominios parte integrante i esencial de la monarquía española. Como tal le corresponde los mismos derechos i prerogativas que á la metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad i justicia, fueron llamados esos naturales á tomar parte en el gobierno representativo que ha cesado. Por él lo tienen en la rejencia actual, i por él lo tendran tambien en la representacion de las cortes nacionales, enviando á ellas diputados, segun el tenor del decreto que va á continuacion de este manifiesto. Desde este momento, españoles americanos, os veis

elevados á la dignidad de hombres. No sois ya lo mismo que ántes, encorvados bajo un yugo mucho mas duro, mientras mas distantes estaban del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia i destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar ó al escribir el nombre del que ha de representaros en el congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los monarcas, ni de los vireyes ni de los gobernadores: estan en vuestras manos."

Movido por los mismos impulsos, dispuso tambien el consejo de rejencia que vinieran comisionados para los pueblos de América en que ya se habian dejado notar síntomas de rebelion, con el fin de que conformasen las opiniones de los colonos con las de los españoles; teniendo el fino comedimiento de elejir personas que, por su orijen americano, habian de ser aceptadas i bien recibidas. La eleccion para la presidencia recayó en el teniente coronel don Cárlos Montúfar, i para el centro del vireinato en don Antonio Villavicencio, el primero nacido en Quito é hijo del marques de Selva Alegre, comprometido en la revolucion del año de 1809, i el segundo nacido en Riobamba.

1810. Llegaron juntos á Cartajena, i deseando Montúfar salvar á los de su familia i mas compatriotas, á quienes mui justamente suponia espuestos á la venganza de las autoridades españolas, apresuró el viaje para llegar cuanto ántes á Quito. Ruiz de Castilla, por consejo de Arechaga, habia escrito al virei Amar empeñándole á que contuviese á Montúfar bajo cualesquier pretestos; mas este que penetró tales intenciones, principalmente á causa de haberse violado su correspon

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dencia, siguió adelante el camino, en donde le alcanzó la noticia de los asesinatos que deseaba evitar, i entró en Quito el 9 de setiembre. El recibimiento que se le hizo fué, por parte del gobierno, por demas tibio, hasta el término de no haber podido disimular sus malos afectos, porque los gobernantes, ya lo dijimos, miraban al comisionado como á enemigo; i mui afanoso i cordial por parte del pueblo que acertadamente previó que llegaria á reanimar su moribunda causa. I tan difundida andaba esta confianza en el comisionado, que doña Maria Larrain, mujer que por entonces hacia figura por su belleza, lujo, liviandades i patriótico entusiasmo, sedujo á otras mujeres i, poniéndose á la cabeza de ellas, armada de punta en blanco, se presentó con sus compañeras á hacerle la guaadia en la casa de don Pedro Montúfar, tio de don Cárlos, donde se habia alojado. Don Carlos apreció esta muestra del entusiasmo con que le recibieron sus compatriotas; pero, como era natural, la misma muestra apuró tambien las desconfianzas que de él tenian las autoridades españolas.

Don Carlos Montúfar, mancebo de bastante fondo i valor, regularmente disciplinado en la famosa escuela de la guerra contra los franceses metidos en España, i de los vencedores en Bailen; era, á no dudar, el mas á propósito que entónces podia apetecer la patria para defender su causa. Llegó en circunstancias en que gobernantes i gobernados se miraban, mas que con desconfianza, con airado encono, i en las de que, aun cuando se habian despedido las tropas de Lima, todavia conservaba el presidente mil hombres de guarnicion, i esperaba que le llegarian

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