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Pero ni estos ni los anteriores despertaron á los pueblos de su somnolencia de tantos años. Los deseos de los patriotas quedaron ahogados en los pechos que los abrigaban, i esas provocaciones, intempestivas para entónces, solo vinieron á obrar en 1808.

II.

¿Por qué las colonias de América, á pesar de las distancias que las separaba i de su poca mancomunidad de carácter, luces i costumbres, cual mas cual ménos pensaron todas por una misma época sacudirse de la madre patria? Si por las penas pacientemente sobrellevadas por tan largos años, ellas se hicieron sentir desde el primer dia que los conquistadores sentaron sus plantas en la tierra de Colon, i léjos de haberse agravado mas ni sobrevenido otra clase de padecimientos, ántes podia contarse con que el natural proceso de los tiempos mejoraria la condicion de los colonos. Por mucha que fuera la ignorancia de estos i por exajeradas que fueran sus pretenciones, no podian dejar de comprender la diferencia que va del pueblo conquistador al pueblo conquistado, i demandar para ellos los mismos derechos que tenian los vencedores era propender á una nivelacion sin ejemplar en el mundo ni en la naturaleza de los hombres. Puede ser que nuestros padres, considerándose ya en estado de gobernarse por sí mismos i corridos de vivir en pupilaje, quisieran salir de él; pero como no es de suponer que las secciones coloniales, unas mas atrasadas que otras, se conceptuaran todas, por el mismo tiempo, con igual grado

de cultura ó suficiencia para poder pasar de esclavas á señoras; tampoco es satisfactoria tan conforme determinacion. En el órden de las cosas estaba discurrir i esperar que tambien las colonias españolas seguirian por ese camino de adelantamientos abierto por las inglesas, ejemplo que no podia ménos que provocar á la imitacion; pero ni esto era tan reciente para darlo como causa inmediata, ni siendo como era seductor pudo animarles á poner por obra un proyecto de tan difícil como arriesgada ejecucion.

Las causas, todo bien considerado, debieron ser las enunciadas; pero, á nuestro ver, mas bien la ocasion, que no las causas, fué la que, removiéndolas i despertando los instintos de libertad, alentó á nuestros padres á valerse de la que tan á mano se les presentaba para conquistar su independencia. Llegada la ocasion, todo hombre, por apocado que parezca, aprecia su libertad, i todo pueblo, por atrasado que esté, aspira al ejercicio de los derechos comunales; i con estos instintos, avanzando de idea en idea, de conocimiento en conocimiento, su propension natural, su ciego impulso, es mejorar las instituciones políticas i dar, si cabe, con la perfeccion. Repúgnales á los pueblos las preocupaciones establecidas allá, en la infancia de las sociedades, por el orgullo ó atraso de los hombres, i repúgnales mas todavia el vivir separados unos de otros, cuando, obrando todos como uno solo, sin diferencia de razas, relijiones, lenguas ni costumbres, aun los mas atrasados participarian tambien de los conocimientos adquiridos por los primeros que adelantaron por el camino del saber i bienestar. Este lejano pero natural impulso hace

brotar otro mas inmediato i apurador, por el cual los hombres procuran verse, comunicarse, asociarse i favorecerse, por el cual se vencen las selvas, los montes i los mares, i por el cual, venida la ocasion, todos los pueblos, principalmente los que han tenido cerradas las puertas, no reparan en obstáculos ni sacrificios. Las colonias españolas se hallaban en este caso, porque les estaba vedada toda clase de comunicaciones, aun con los mismos peninsulares, i era demasiado difícil que no aprovechasen de esa revolucion francesa que habia de dar i andaba dando ya la vuelta al mundo.

Yacia España mal dirijida por un rei de ánimo estrecho, desacreditada por la infidelidad de su privado, desprovista de rentas i empeñada en una guerra con Francia, cuya fuerza tenia espantadas á las naciones. Estas circunstancias dieron á los americanos la ocasion, i es necesario que las dibujemos, siquiera alzadamente, para conocer el estado político de la madre patria en 1808.

Hacia algunos años que España i Francia andaban mancomunadas por el pacto de familia ó parentesco de sus reyes, i ora dominada la primera por este afecto, ora por un desacierto de la política de Cárlos III, habia, no solo llegado á injerirse en las contiendas de los gabinetes de San James i Versálles, sino lo que fué aun mas imprudente, contribuido tambien á favorecer la independencia de las colonias inglesas de América, separándose de la neutralidad que le convenia mantener, i amparando una causa cuyo buen éxito no podia menos que provocar, llegada la ocasion, á los colonos españoles. En vano el

conde de Aranda, hombre de seso i político atinado, se habia opuesto con mui acertada prevision al reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos, i en vano aconsejado tan discretamente que su amo obrase del modo que aconsejó en su Memoria secreta, presentada en 1783. Tal Memoria arrebata nuestra admiracion al ver cumplida la mayor parte de lo previsto para lo futuro, pues parece escrita despues de los acontecimientos que temió ese gran político (13).

Carlos IV, ménos ilustrado que su padre, aunque mui hombre de bien, i por demas flojo de carácter, dejó andar las cosas como andaban á su advenimiento al trono, i esto cuando la Francia avanzaba pujante con su revolucion, desengañando á los pueblos de la majia de los reyes i hablándoles de los derechos del hombre, desconocidos ú olvidados hasta entónces. El conde de Floridablanca, ministro de Cárlos IV, enemigo de las instituciones británicas i enamoradamente apegado á las del absolutisimo, no era el hombre llamado para cambiar la política del gobierno español, i los conflictos continuaron hasta despues de la caida del ministro en 1792. El conde de Aranda, el sucesor, logró restablecer la paz entre la república francesa i el reino de España; pero, habiéndose hecho sospechoso á los ojos de la corte, i aun á los del pueblo español por sus opiniones filosóficas, i suponiéndole inficionado ya de las herejias que cundian por entonces, fué despedido. Por sus consejos, aceptados por Godoi, duque de Alcudia, se habia ofrecido á la convencion francesa la neutralidad de España, i aun su intercesion i mediaciones en la guerra

que
le habian declarado otras naciones, á trueco
de salvar la vida de Luis XVI, transaccion noble i
jenerosa, olvidada por otras potencias tal vez mas
allegadas; pero á la muerte del rei, la España,
rebosando de airado enojo, se alió con la Gran
Bretaña i declaró con ella la guerra á la repú-
blica. El pueblo español, inclinado desde ántes
á entrar en esta lucha, la aceptó con gusto i dejó
oir por todos los contornos de su nacion aquel
grito de venganza contra los escanciadores de la
sangre del hijo de San Luis. Sostúvola con
valor, entusiasmo i lealtad hasta que, viendo mal-
parados á los austriacos, i que la Prusia entraba
en arreglos con los franceses sin contar con él,
tuvo que aceptar en 1795 la paz de Basilea, i un
año despues la de Sanildefonso; paz vergonzosa-
mente obtenida por don Manuel Godoi, sucesor
del conde de Aranda i valido que manchó el
lecho i el reinado de su rei. En recompensa de
tal ajuste, recibió el ministro el título de Prín-
cipe de la paz.

Cierto que España tenia muchos motivos de queja contra la Gran Bretaña; pero no fueron ellos sino la molicie de Godoi i su aficion á una vida sosegada las que pusieron á Cárlos IV á merced del directorio frances. La madre patria, ligada de nuevo con la Francia i de nuevo hecha enemiga de la Gran Bretaña, si por amiga de esta habia perdido la parte española de la isla de Santodomingo, ahora, por ser aliada de la otra, tuvo que sufrir las consecuencias del combate naval de Sanvicente, la pérdida temporal de la Menorca i definitivamente la de la Trinidad por el tratado de Amiens en 1802.

Tras estos desastres, la España misma, sedu

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