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bien pronto las pedidas á los gobernadores de Cuenca i Guayaquil.

Ruiz de Castilla, á quien uno tras otro, 6 tal vez simultáneamente llegaron los patrióticos gritos de Venezuela, Nueva Granada, Alto Perú, Chile i Buenos Aires, no habia dejado de entrar en aprehensiones, particularmente por los del centro del vireinato que como ménos distantes, zumbaban mas claro en sus oidos. Habíase condolido acaso de la suerte lastimosa de las víctimas del 2 de agosto, i deseando á lo ménos atenuar el reciente cuanto vivo sentimiento del pueblo, pensó en restablecer la junta como concesion graciosa, ya que no espiacion de sus condescendencias, que hacia en favor del pueblo. El pueblo, que entendió iba á componerse la junta de los mismos que habian mandado asesinar á los suyos, se preparó á combatirla tan luego como se estableciese; pero Montúfar, hombre esperto i versado ya en los negocios públicos por los sucesos de la Península, estimó necesaria toda especie de contemporizaciones con las autoridades, i persuadiendo de esto á sus allegados, convino en la formacion de la que debia llamarse Junta de gobierno, i que fuera su presidente el mismo conde Ruiz de Castilla, aunque debiendo tambien pertenecer á ella, como vocales natos, el comisionado i el reverendo obispo Cuero. Montúfar, se dirá, faltaba á la honrosa confianza que en él habia tenido el consejo de la rejencia; pero, tratándose de sacudir el yugo impuesto por la astucia i fuerza de las armas, no vemos porqué el oprimido no tenga contra su opresor el derecho de emplear los mismos medios para recobrar la perdida independencia.

VI.

Convocóse la primera reunion para el 10 del mismo mes, i acordaron en ella el reconocimiento de la suprema autoridad de la rejencia, la fundacion de una Junta superior, el modo i forma cómo habian de hacerse los nombramientos de los electores, á quienes se atribuia la facultad de elejir los miembros de dicho cuerpo, i la convocatoria de un cabildo público para el dia siguiente.

Las elecciones, conforme á los principios dominantes de esos tiempos, debian hacerse por estamentos, á saber: el clero, la nobleza i el pueblo representado por algunos padres de familia residentes en los barrios de la ciudad capital de una provincia, sin que fueran llamados á esta representacion las demas ciudades i poblaciones que no eran cabeceras. La representacion, como se ve, estaba mui léjos de ser la del pueblo que se decia representado.

Verificóse el cabildo abierto i se ratificó cuanto se habia acordado en el dia anterior, agregando únicamente la necesidad de nombrar un vicepresidente para los casos de muerte, enfermedad 6 ausencia del presidente, i la de un secretario para el despacho.

Reuniéronse luego el presidente, el comisionado, los cabildos secular i eclesiástico, i los quince electores correspondientes al clero, la nobleza i los barrios; esto es á cinco por cada uno de los tres estamentos. Hecho el escrutinio de los votos en favor de los individuos de que habia de componerse la junta, resultaron nombrados don Manuel Zambrano por el cabildo secular, el

majistral don Francisco Rodríguez Soto por el eclesiástico, los doctores José Manel Caicedo i Prudencio Váscones por el clero, el marques de Villa Orellana i don Guillermo Valdivieso por la nobleza, i por los barrios don Manuel de Larrea, don Manuel Matheu i Herrera, don Manuel Merizalde i el alferes real don Juan Donoso. Por unanimidad de votos fué electo vicepresidente el marques de Selva Alegre, i de secretarios don Salvador Margueitio i don Luis Quijano (21). Como se ve, la junta llegó á formarse casi de todos los comprometidos en la revolucion, pero tambien de esos mismos abanderizados por cuyas discordias habia quedado malparada la causa pública.

El presidente Ruiz de Castilla, que no pudo librarse de la influencia del comisionado rejio, quedó, al andar de pocos dias, reducido á una completa nulidad. Bien luego, asimismo, se despidieron las tropas auxiliadoras, se levantaron otras nuevas, á las cuales se agregaron voluntariamente muchos soldados de los de Santafé, pertenecientes al cuerpo de Dupret, i los destinos volvieron á ponerse en manos patricias.

La junta que de dia en dia iba avanzando por el camino de los buenos principios i cambiando el aspecto de las cosas, declaró en la sesion del 9 de octubre que reasumia sus soberanos derechos i ponia el reino de Quito fuera de la dependencia de la capital del vireinato. En la sesion del 11, como arrepentida de tan mesurado paso, rompió los vínculos que unian á estas provincias con España i proclamó, bien que con alguna reserva, su independencia. El pueblo mal hallado hasta entonces, no tanto con los principios

monárquicos, puesto que no conocia otros, como con los gobernantes, i con la esperanza de establecer otros mejores, festejó con ardor este primer desempeño de una cabal soberania. Este paso, á juicio de los patriotas, era tanto mas necesario cuanto así venian á complicarse los estorbos para las reconciliaciones que de nuevo pudieran intentarse por los gobernantes de España, como se temia. Con todo, tal proclamacion no llegó á publicarse sino seis meses despues.

Mientras que las provincias de Cuenca, Loja i Guayaquil, instigadas por sus vijilantes autoridades, en particular la primera, dominada desde el año de nueve por su obispo, don Andres Quintian, uno de los enemigos mas fervorosos de la revolucion, se negaban abiertamente á reconocer la autoridad de la Junta superior; la ciudad de Ibarra establecia otra acaudillada por don Santiago Tobar, bien que con subordinacion á la de Quito, de la cual solicitó la aprobacion. La junta superior, abarcadora de los poderes públicos i mal organizada por la multitud de sus miembros, consideró que vendrian á aumentarse sus embarazos con el establecimiento de otras subalternas, porque era claro que tambien otras ciudades habian de querer seguir el ejemplo de Ibarra, i para quitar toda tentacion de imitarla dispuso que se disolviese al punto.

VII.

Aburrido el presidente, i con sobradísima razon, de la mala figura que se le hacia representar, se retiró á vivir en la recoleta de la Merced, santuario práctico de piedad i recojimiento,

como anticipándose á romper comedidamente i sin enconos con un pueblo que le desechaba tan á las claras. Varias de las autoridades españolas, principalmente las que habian tenido parte en el proceso seguido contra los conspiradores del 9 de agosto, previendo bien justa i acertadamente el sesgo que iba á darse á las cosas públicas, salieron mui á tiempo de Quito fujitivas i disfrazadas; i el doctor Arechaga, el mal consejero del presidente, tembló al ver su vida en balanzas i procuró huir por el camino del sur; mas fué aprehendido en Latacunga. El marques de Maensa, hombre manso i culto, le puso bajo su amparo i le salvó, obteniendo, bien que con suma dificultad, que solo se le sometiese á juicio i solo se le desterrase del territorio de la presidencia, como se verificó. En consecuencia pasó para Guayaquil, como pasaron igualmente Mansános i Sáens para partir de allí á donde quisiesen.

El oidor don Felipe Fuértes, i el administrador de correos don José Vergara Gabiria, se habian determinado en mala hora á fugar por el oriente, con ánimo de surcar el Amazónas hasta el Pará i partir de aquí para la Península: su mal destino los detuvo en Papallacta, el pueblo mas avanzado hacia las selvas del Napo, á causa de no haber encontrado guias ni cargueros para el viaje. Sabedora la junta de semejante paradero ocurrió por ellos; pero bien poco despues, temerosa de los enconos del pueblo, abiertamente manifestados contra esos españoles, destacó á su encuentro una partida de milicianos, comandada por el oficial don Manuel Gomez de la Torre, para que entrasen resguardados. Es de saberse que el oficial era intimo amigo de Vergara Gabiria,

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