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i que la junta le escojió intencionalmente con el fin de salvarlos de los furores del pueblo que, como hemos dicho, andaba ya prevenido contra los presos. Es de saberse tambien que por entónces no habia un solo soldado de guarnicion en la ciudad, porque las tropas todas se hallaban acantonadas en Riobamba.

Aproximábase ya Gomez de la Torre con los presos para entrar en la ciudad (19 de octubre), cuando algo mas allá del Jiron, como á las cuatro de la tarde, se le presentó un grueso motin de indios, los mas de ellos carniceros, i otros de Sanmillan, que sin respetar á la escolta ni al oficial que, esponiéndose á ser asesinado, hizo cuanto pudo para desparramarlos, se apoderaron furiosamente de esos desgraciados i los mataron á palos i piedras. No contentos los asesinos con esta cobarde venganza de agravios que ellos no habian recibido, arrastraron los cadáveres por las calles de la ciudad i los presentaron magullados i destrozados en la plaza mayor, gozándose de tan atroz delito como si los cadáveres fueran trofeos de victoria alcanzada en combate bien reñido. Estas infames demasias de los forajidos que asoman de sobresalto en las revueltas, como espontáneamente brotados de la tierra, amancillan las mas justas i santas causas de los pueblos, i esos dos asesinatos, cometidos á nombre de las víctimas del 2 de agosto, son borrones que la revolucion no puede limpiar por mas que se diga no haber estado en la junta la potencia de evitarlos. La infamia i los crímenes, con la misma razon que la gloria i las virtudes cívicas, inmortalizan i se atribuyen de lleno á los gobiernos en que han tenido lugar, i fuerza es condenar al

de la junta que no acertó á precautelar con seguridad cuantos incidentes pudieran sobrevenir, cuando desde mui ántes habia penetrado las malas intenciones del pueblo.

I subiria de punto la indignacion con que miramos tales asesinatos si, como refiere el historiador Torrente, pudiéramos creer que el motin fué preparado ó provocado á influjo i por codicia del mismo oficial de la escolta que quiso apropiarse de treinta ó cuarenta mil pesos que, en onzas de oro i alhajas, llevaba Vergara Gabiria en las bolsas del pellon. El suceso fué de mucho bulto i por demas ruidoso, i ni La Roa ni Parreño, cuyos apuntamientos tenemos á la vista, á pesar de referir circunstanciadamente los asesinatos, los atribuyen á tales causas sino á los indios; cuando, á ser así, pudieron, siquiera de paso, espresar algun concep to acerca de la culpabilidad 6 parte que tomara el ό oficial Gómez de la Torre. Torrente, de seguro, ó fué mal informado ó se dejó llevar, como en otros puntos de su obra, de los afectos nacionales. (*)

[*] Léjos de que nuestros cronistas refieran el suceso cual lo pinta el historiador español, subsiste el testimonio recto i todavia vivo del Dr. Agustin Salazar, minuciosamente instruido en los sucesos de la revolucion del año nueve, que nos ha permitido referirnos á él para contradecir la relacion de Torrente; i subsiste la obra de Bennet, testigo ocular de esos acontecimientos, quien se esplica así: "Pendant que Montufar fut obsent de la ville avec ses troupes, il eut plusieurs émeutes populaires, surtout parmi les indieus; elles furent particulierment exitees par un naturel dont le fils avait été égorgé dans le masacre du 2 d' aoùt". Que el oficial se aprovechara de la muerte del amigo para disfrutar indebidamente de aquella suma, es accion que aunque desconocida hasta la publicacion de la obra de Torrente, pudo ocurrir á su flaqueza; pero que fuera el instigador del motin es del todo falso, i por ello lo hemos referido de la manera que va en el testo.

Lo que al parecer está bastante comprobado es la parte que tomó en el motin don Nicolas de la Peña, hombre que, sobre ser de índole turbulenta i aparente para concitar los ánimos de los partidos populares, i aun para acaudillar alguno de estos, tenia justamente enconada el alma por el asesinato de su hijo don Antonio, muerto el 2 de agosto entre los demas presos. La alusion de Bennet, en el trozo que insertamos en la nota, se refiere claramente á don Nicolas de la Peña.

Sea de esto lo que fuere, acongojada la junta de no haber podido evitar semejante suceso, mandó que se instruyese activamente el proceso respectivo para que se juzgara á los culpados, i fueron presos al punto los indios Lamiña i Chambi como cabecillas del motin. Los sucesos posteriores que echaron por tierra el gobierno de la junta, no dieron lugar á que se sentenciase la causa durante el mismo gobierno, i el fallo i la ejecucion de la pena capital á que fueron condenados tuvieron lugar despues de la venida del presidente Montes.

VIII.

Cuando en virtud de los nuevos arreglos celebrados desde ántes de la llegada de don Cárlos Montúfar era de esperarse que cambiaria el aspecto de la provincia, Arredondo, como capitan entendido, se mantuvo firme en Guaranda sin seguir adelante su camino, á causa del sesgo que Montúfar habia venido á dar á las cosas públicas; i no solo esto, sino que aumentó su cuerpo hasta ponerlo en seiscientas plazas. Arredondo,

sea dicha la verdad, obró como convenia porque habia sobrada razon para detenerse, i mas cuando ahora se hallaba sostenido por el nuevo gobernador de Guayaquil, don Juan Vasco Pascual, i por don Joaquin Molina que habia tocado ya en Cuenca i venido como presidente en reemplazo del conde Ruiz de Castilla. Las comunicaciones de Quito con esta última provincia se hallaban cortadas desde mui atras, de órden del gobernador Aimerich i por los activos cuidados del obispo Quintian; i Molina, aprovechándose de la influencia de su naciente autoridad, comenzó á obrar apresurada i ventajosamente en las dos provincias de su mando, i consiguió así estorbar los avances i contajio de la revolucion de Quito.

Molina, para dar mayor importancia á su gobierno, restableció en Cuenca la estinguida real audiencia i nombró oidores; i, lo que es mas, orga nizó un bonito cuerpo de tropas, bien armado i equipado con el envio de dos mil fusiles i muchos auxilios pecuniarios que le hizo desde Lima el vi rei Abascal.

El gobierno de Quito, que tambien ya tenia organizado un cuerpo de dos mil trecientos hombres, no podia sin embargo contar mucho con él, porque los mas de los soldados eran puramente lanceros, i los restantes solo estaban provistos de escopetas i de algunos fusiles viejos i mal calzados. Montúfar, hecho ya coronel por la junta, fué tambien nombrado comandante en jefe de ese ejército.

Deseando Vasco Pascual reponer las cosas á su estado anterior por medio de una transaccion que no lastimase ni la dignidad del gobierno ni el amor propio de los insurjentes, proyectó

entrar en arreglo con estos, i con tal intento diputó al teniente coronel don Joaquin Villalva. El proyecto se reducia á que, disolviéndose la junta i deponiendo las armas, se restableciese el gobierno anterior á la venida del comisionado Montúfar, ofreciendo en recompensa perdon jeneral i absoluto olvido de lo pasado. Mui pronto se traslujeron estas pretenciones, i el pueblo de Quito, sobre el cual habian recaido todas las malas consecuencias de la revolucion, se puso furioso con la novedad de tal intento. Ningun pueblo admite arreglos en los primeros dias de los furores revolucionarios, i el de Quito, recelando que le vendieran sus gobernantes, procuró oponerse á la entrada de Villalva. Fué necesario que entrase resguardado por una gruesa escolta, i que, para salvarle, se decretase su prision i la guardase en casa de don Pedro Montúfar.

Sabido en Guayaquil el mal éxito de la comision de Villalva, i arrepentido el gobernador de su desacertada eleccion hecha en un español, diputó de segundo enviado al coronel de milicias don Jacinto Bejarano, americano conocido por sus opiniones políticas. El pueblo, exajerado siempre en todos los actos, se esmeró en agazajos con Bejarano para hacer patente su odio á Villalva.

Las argumentaciones de Bejarano fueron flojas, pues ni él mismo, segun es lengua, estaba convenido con los términos del arreglo propuesto. Arbitrando de buena fé ó finjiendo arbitrar medios de avenimiento, iba á Guaranda á conferenciar con Arredondo, i volvia para Ambato á platicar con Montúfar, i tornaba luego á irse i volver; i todo esto sin provecho ninguno, pues no cabian arreglos entre partidos encaprichados, cada uno por su par

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