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BUSTO EN EL EDIFICIO DE LA UNIÓN PANAMERICANA EN WASHINGTON

VII

LA ABDICACIÓN DE SAN MARTÍN

[A su regreso de la conferencia de Guayaquil, el pueblo limeño recibió a San Martín con demostraciones de simpatía, aclamándole con entusiasmo. Pero su partido estaba irrevocablemente tomado. Prefirió eliminarse de la vida pública. Para no divulgar las verdaderas causas de su retirada, y quedar fiel a la consigna del silencio que había puesto en su carta a Bolívar, escribió a O'Higgins alegando su cansancio y el mal estado de su salud: "Me reconvendrá usted por no concluir la obra empezada. Tiene usted mucha razón; pero más la tengo yo. Estoy cansado de que me llamen tirano, que quiero ser rey, emperador, y hasta demonio. Por otra parte 10 mi salud está muy deteriorada; la temperatura de este país me lleva a la tumba. En fin, mi juventud fué sacrificada al servicio de los españoles y mi edad media al de mi patria. Creo que tengo el derecho de disponer de mi vejez."El capítulo que sigue, tomado del mismo libro que los dos anteriores, trata de la abdica- 15 ción de San Martín.]

EL Protector, al decidirse a entregar al Perú sus propios destinos, se impuso el deber de proveer a su seguridad, poniendo en sus manos la espada con que debía libertarse por sí solo, si esto era posible; y por si acaso se quebraba en sus 20 manos, como sucedió, — dejaba abiertas las puertas por donde debía penetrar la reserva de Bolívar, que contaba con los medios para triunfar definitivamente. Con este objeto reasumió el mando y se ocupó con actividad en reorganizar su ejército, trazando el plan de campaña que hacía tiempo tenía 25 en su cabeza y que había pensado ejecutar personalmente, solo o con la concurrencia de las fuerzas colombianas.

A fines de agosto, las fuerzas peruanas, chilenas, argentinas, y colombianas, reunidas en el Perú, ascendían a más de 11,000 hombres según su cómputo. No era una situación militarmente perdida la que entregaba. Además, una expedición de 5 1,000 hombres enviada por el gobierno de Chile, debía reforzar el ejército. Con estas fuerzas bien dirigidas, podían emprenderse operaciones decisivas con algunas probabilidades de triunfo, y San Martín confiaba en sus buenos resultados. "El plan de la campaña que se va a emprender no deja la 10 menor duda de su éxito," escribía a O'Higgins al anunciarle su decisión de retirarse. Podrá echársele en cara, que con esta confianza, no emprendiese él mismo la campaña. La única explicación racional de este alejamiento es que comprendía que su presencia era el "único obstáculo" que se oponía a que 15 Bolívar concurriese con todas sus fuerzas, y pensó que su ausencia aceleraba o facilitaba el auxilio de la poderosa reserva colombiana, que a todo evento aseguraba el triunfo final. Sabía, como lo había dicho, que sus elementos no eran suficientes para fijar la victoria, aunque bastantes 20 para probar fortuna con probabilidades de éxito. En tal situación y en este sentido lo combinaba todo, prescindiendo de su persona. Sin duda que habría sido más heroico para San Martín ponerse al frente de su ejército, y realizar por sí mismo el plan combinado en que tanto confiaba. Vencedor, tenía 25 tiempo de retirarse legando la victoria, y vencido cumpliría su último deber como general, corriendo la suerte de sus últimos soldados. Empero, había también su heroísmo moral, al renunciar al poder y a la gloria, exponiéndose a ser tachado de pusilánime. Por eso ha dicho él mismo con plena conciencia 30 de lo que hacía, que "sacrificaba su honor y su reputación por servir a la América."

Después de proveer a la seguridad del Perú, y organizar la

victoria a todo evento, según él lo entendía, ocupóse de la suerte política del Perú, sobre la base de su irrevocable retirada. De nadie se aconsejó, a nadie confió su secreto, y tan sólo interrogó su propia conciencia. Solamente comunicó su resolución a O'Higgins y Bolívar; pero antes que sus con- 5 testaciones llegaran, el hecho estaría consumado. Debió ser un momento melancólico para el hombre que había sido durante cinco años el árbitro de la mitad de la América del Sud, y la suprema resolución, como él mismo lo ha dicho con reconcentrada emoción, costóle sin duda "esfuerzos que él 10 solo pudo calcular," al tomarla y ponerla en ejecución.

20

El 20 de setiembre de 1822, instalóse con gran pompa el primer congreso constituyente del Perú. San Martín se despojó en su presencia de la banda bicolor, símbolo de la autoridad protectoral. "Al deponer la insignia que caracteriza 15 al jefe supremo del Perú, dijo, no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el ejercicio del poder que el imperio de las circunstancias me hizo obtener. Desde este momento queda instalado el congreso soberano, y el pueblo reasume el poder en todas sus partes." En seguida, depositó sobre la mesa del congreso seis pliegos cerrados y se retiró entre vivas y aplausos estruendosos. Abrióse uno de los pliegos. Era su renuncia irrevocable de todo mando futuro: "El placer del triunfo para un guerrero que pelea por la felicidad de los 25 pueblos, sólo lo produce la persuasión de ser un medio para que gocen de sus derechos; mas hasta afirmar la libertad del país, sus deseos no se hallan cumplidos, porque la fortuna varia de la guerra muda con frecuencia el aspecto de las más encantadoras perspectivas. Un encadenamiento prodigioso 30 de circunstancias ha hecho ya indudable la suerte futura de la América; y la del pueblo peruano sólo necesitaba de la

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