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IX

CANAL DE PANAMÁ

[El capítulo que sigue es una conferencia dada por un colombiano en 1903. Para comprenderlo bien, es preciso tener en cuenta los hechos que en aquel año acababan de verificarse. En junio de 1902 fué promulgada la ley Spooner por el Congreso de los Estados Unidos, la cual autorizó al entonces Presidente Roosevelt que 5 negociara la compra de todos los derechos de la Compañía francesa que en aquella época construía, o más bien trataba de construir el Canal de Panamá. Pero como según el contrato celebrado por esta compañía con Colombia no podía cederse su privilegio a ningún otro gobierno, era preciso para la perfección de la 10 cesión que Colombia la aceptara. En este sentido se firmó el tratado Herrán-Hay por el Dr. Tomás Herrán, representante en Washington del gobierno colombiano, y John Hay, nuestro Secretario de Estado. Fué ratificado por nuestro Senado en mayo de 1903, y poco después fué presentado por semejante acción al Con- 15 greso colombiano. Entonces fué cuando se pronunció la conferencia de este capítulo, ante los alumnos de la Escuela de Derecho de Bogotá, capital de Colombia. Es interesante, por consiguiente, no sólo porque presenta la historia de todos los proyectos para construir el Canal, sino también porque aclara en muchos puntos 20 la actitud de los colombianos en aquel momento. Sabido es que

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el Congreso colombiano se negó a ratificar el tratado, y que en noviembre de 1903 los panameños se declararon independientes de Colombia. En febrero de 1904 la nueva república de Panamá concedió a los Estados Unidos un arriendo perpetuo del territorio deseado, y en mayo del mismo año se consumó la transacción pagando a la Compañía francesa $40,000,000. El Canal fué construido por nosotros, terminándose la obra en 1914. Hay los que piensan que nuestro gobierno, y sobre todo el señor Roosevelt, hicieron muy mal valiéndose de la revolución panameña para apo- 30 derarse de territorio realmente colombiano. Mantienen aquéllos

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que sin nuestro apoyo no hubiera podido tener buen éxito la rebelión istmeña. Es cierto que impedimos a los colombianos que desembarcaran tropas en el istmo para sofocarla, basándonos sobre un tratado de 1846 con Colombia, el cual nos otorgaba el derecho e imponía el deber de mantener el orden en la zona del ferrocarril 5 panameño. Los que censuran las gestiones del señor Roosevelt dicen, en cambio, que no tuvo presente otra cláusula del mismo tratado, por la cual prometíamos asegurar para siempre la soberanía colombiana en aquel territorio. La cuestión es muy enredada. Los

que desean estudiar ambos lados de ella, pueden leer los mensa- 10 jes del señor Roosevelt a nuestro Congreso en 1903 y 1904, por una vindicación de la actitud de nuestro gobierno, y por la opinión contraria un artículo de Leander T. Chamberlain en la North American Review de febrero de 1912. El conferenciante era el Dr. Eduardo Posada, erudito jurisconsulto colombiano.]

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EN boca de todos está hoy el tema de esta conferencia, y quizás al oír este título habréis sentido, no obstante vuestra benevolencia y vuestro patriotismo, deseo de taparos los oídos. Tanto se ha hablado en estos días y tan repetidos han sido durante más de un siglo los escritos sobre el Canal interoceánico, 20 que ya estarán fatigados los colombianos de escuchar tantas y tan variadas opiniones. Pero no os asustéis, no voy a hacer un artículo de polémica, a emitir conceptos sobre este complicado asunto ni a tratar de resolver problema tan antiguo. Voy simplemente, llevado por mi afición a escudriñar archivos, a 25 ensayar un bosquejo de la historia de las negociaciones sobre el Canal y de los trabajos allí emprendidos, a decir lo que hoy existe, y a señalar algunas de las fases que se presentarán en el porvenir.

Dispersos por ahí en libros, periódicos, y folletos están los 30 documentos relativos al Canal. Yo voy tan sólo a compilarlos y resumirlos, a hacer una especie de memorándum que pueda servirle a quien desee hacer una monografía completa, o estudiar alguno de los lados de esta cuestión, que tiene tantas facetas y tantos matices como una piedra diamantina.

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No todos tienen tiempo ni recursos para averiguar cuál es el tratado Clayton-Búlwer, cuál la ley Spooner, cuáles los contratos Salgar-Wyse y Hay-Herrán, ni para enterarse de otros tantos actos que han sucedido sobre aquella complicada 5 cuestión; y como los jóvenes no los han presenciado y los ancianos los tienen ya olvidados, bueno es delineárselos a los unos y refrescar la memoria de los otros.

Tan viejo es este problema como el descubrimiento de América. Colón, como es sabido, no pretendía hallar un 10 mundo nuevo, sino pasar a las Indias por el camino de Occidente; y en su prodigioso viaje se le interpuso un continente. Investigando el modo de atravesarlo, golpeó en su cuarto viaje las costas de nuestro istmo. Trataba él de encontrar algún estrecho que le permitiese seguir su ruta, 15 y con la intuición del genio presintió dónde se adelgazaba la tierra. Olfateó, sin duda, el ilustre marino, las brisas del Pacífico, y deslizó su nave por nuestro litoral en busca de ese paso, como una ave que golpea contra un muro para encontrar la salida que le permita continuar su vuelo hacia otras 20 latitudes.

Y dicho sea de paso. Ese deseo de acortar el camino a la India ha sido la causa de los más trascendentales acontecimientos geográficos. Después que Marco Polo 1 hizo los maravillosos relatos de su viaje al través del Asia, a los con25 fines de Zipango, un grande anhelo invadió a los hombres estudiosos y a los hombres aventureros para llegar allá por otras vías. Colón, buscando ese paso, descubre la América; con igual idea Vasco da Gama 2 dobla el cabo de Buena

1 Viajero veneciano (1254-1323), que escribió la relación de sus viajes en el famoso Libro de Marco Polo. Zipango era el nombre que dió Marco Polo al Japón.

2 Navegante portugués, que descubrió en 1497 la ruta de las Indias por el cabo de Buena Esperanza, al sur de África.

Esperanza; con ese móvil halla Magallanes 1 las extremidades de la Patagonia; movido por ese impulso atraviesa Balboa el Istmo de Panamá y descubre el Mar Pacífico; con ese ideal se construye el Canal de Suez. Los ferrocarriles interoceánicos, de Panamá 2 primero, de los Estados Unidos y del Canadá s luego, obedecen al mismo anhelo; y a esa necesidad corresponde principalmente la empresa del bósforo americano.

A raíz del descubrimiento de América y una vez que cercioráronse los marinos de que no existía estrecho alguno que comunicase los mares, empezóse a pensar en romper esa 10 barrera que allí colocara la naturaleza.

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"Ya en 1520," dice el señor Wyse, en su notable obra sobre el Canal de Panamá, "Saavedra 5 hablaba de cortar el Istmo del Darién, y en 1528 el navegante portugués Antonio Galvao decía que se podía abrir un Canal por los Istmos de Méjico, 15 de Nicaragua, de Panamá, y del Darién meridional y proponía él audazmente la ejecución a Carlos V. El Emperador dió, desde 1534, instrucciones a Cortés 8 para buscar una ruta entre los dos océanos, y Gómara, autor de la Historia de las Indias,

1 Fernando de Magallanes, navegante portugués que descubrió en 1520 el estrecho que lleva su nombre, entre el extremo sur de América y el archipiélago que se llama Tierra del Fuego. Se llama Patagonia el vasto y estéril territorio que forma la parte sur de Argentina.

2 Este ferrocarril, que va de un océano al otro por la misma ruta que el Canal, fué construido de 1850 a 1855 por emprendedores norteamericanos. Ahora pertenece al gobierno de los Estados Unidos.

3 El Bósforo es nombre que se da al canal de Constantinopla, a cuyas orillas está situada esta ciudad. Aquí se emplea la palabra en el sentido de canal. 4 Marino e ingeniero francés, uno de los promotores de la empresa francesa para construir el Canal.

Álvaro de Saavedra, navegante español de principios del siglo XVI.

Véase arriba, página 3, nota.

7 Véase arriba, página 17, nota 1.

8 Véase arriba, página 8, nota.

9 López de Gómara era secretario de Hernán Cortés.

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