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Los dos príncipes embarazaban a Pizarro y le servían de obstáculo para la pronta realización de sus planes: Atahuallpa con su fratricidio le allanó el camino y le facilitó la empresa, dejándolo en un momento de único dueño del imperio 5 del Perú.

Se dice que Huáscar fué ahogado, y su cadáver echado a la corriente de un río: muerte cruel pues según las creencias supersticiosas de los peruanos, privando a sus restos mortales de sepultura, condenaba al espíritu del triste Huáscar a vagar 10 perpetuamente desolado sin gozar de reposo jamás. Sin duda clamaba pidiendo justicia al numen vengador contra su hermano, que lo mandaba sacrificar tan bárbaramente.

Como Pizarro y los demás conquistadores habían oído hablar mucho a los indios de las riquezas del templo de Pacha15 cámac1 en las costas del Perú, le preguntaron a Atahuallpa la verdad acerca de aquel ídolo y sus tesoros. El Inca hizo venir al Curaca de aquella provincia y al sacerdote principal del ídolo y cuando llegaron a Cajamarca pidió una cadena y se la mandó echar al cuello al sacerdote, diciendo que lo castigaba 20 como a engañador. "El dios Pachacámac de éste," dijo el Inca a los españoles, "no es dios, porque es mentiroso: habéis de saber que cuando mi padre Huayna-Cápac estuvo enfermo en Quito le mandó preguntar qué debería hacer para sanarse, y respondió que lo sacaran al sol; lo sacamos y murió. Huás25 car, mi hermano, le preguntó si triunfaría en la guerra que traíamos los dos; dijo que sí y triunfé yo. Cuando llegasteis vosotros, le consulté, y me aseguró que os vencería yo, y me vencisteis vosotros. ¡Dios que miente no es dios!"

1 Pachacamac era uno de los dioses más adorados por los indios peruanos. Su templo estaba en la ciudad de Pachacámac, hoy día pueblecito del departamento de Lima. Allí se encuentran todavía las ruinas del renombrado santuario.

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Estos razonamientos de Atahuallpa eran no solamente apoyados, sino sugeridos ya de antemano por el Gobernador, quien desde que el Inca cayó prisionero se había aprovechado de cuantas ocasiones se le presentaban para darle nociones claras acerca de la Religión, procurando desengañarle de sus 5 errores e idolatrías. Y bien se echaba de ver que el claro ingenio del monarca quiteño se había convencido de la verdad, cuando discurría tan sagazmente acerca del famoso oráculo de Pachacámac.

Con las disposiciones que dió el Inca se puso pues en camino 10 Hernando Pizarro,1 acompañado de una partida de soldados de a caballo, y se dirigió a la ciudad de Pachacámac, el más célebre de los santuarios religiosos no sólo del imperio de los Incas, sino de toda la América meridional del lado del Pacífico. La ciudad de Pachacámac era una de las más antiguas del 15 Perú, y su templo muy reverenciado no sólo de las tribus comarcanas, sino de todas las naciones indígenas, que desde los puntos más remotos del imperio acudían en romería para consultar al oráculo. El templo estaba edificado sobre un altozano artificial y dominaba la población. Llegó pues allí 20 Hernando Pizarro y se dirigió al templo; muchedumbres inmensas de indios habían acudido a la noticia de la llegada de los famosos extranjeros y estaban agolpados en torno de su tan venerado santuario, llenos de ansiedad y de sobresalto, temiendo alguna espantosa demostración de la ira de su divi-25 nidad, si el santuario era profanado por aquellas gentes tan audaces y atrevidas. Hernando subió al templo, penetró hasta el interior con paso firme; se introdujo en el retrete secreto donde tenían los sacerdotes oculto al ídolo y desde donde pronunciaban sus oráculos; agarró el grosero simulacro 30 de madera, lo sacó fuera del templo, y allí a vista de los cir

1 Hermano de Francisco Pizarro.

cunstantes que no cabían en sí mismos de asombro por lo que estaban viendo, lo arrojó al suelo, lo quebrantó, y lo hizo mil pedazos. Hablóles luego, procurando desengañarles de su superstición, y mandó colocar una cruz en el punto donde 5 había estado el ídolo.

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Recogió después unas cuantas cargas de oro y de plata, despojando al templo de las riquezas que los sacerdotes no habían alcanzado a esconder, y se regresó para Cajamarca. En el camino supo que Calicuchima, uno de los generales del Inca, estaba estacionado en Jauja con un grueso ejército, y se dirigió inmediatamente para allá, con una intrepidez que a muchos de sus mismos soldados les pareció temeridad. Así que llegó a Jauja, procuró traerse sagazmente al general indio, le llamó en nombre de su Inca, y logró persuadirle que 15 se presentara por sí mismo, como lo hizo en efecto el indio, poniéndose luego en camino para Cajamarca en su compañía, para ver a Atahuallpa y tener una entrevista con el Gobernador de los extranjeros.

Después de casi tres meses de ausencia tornó pues a Caja20 marca Hernando Pizarro, trayendo algunas cargas de oro y, lo que era de más trascendental consecuencia para la realización de los planes de los conquistadores, al anciano Calicuchima, sin duda ninguna el más valiente y experto de los generales de Atahuallpa. Con la venida de Calicuchima a 25 Cajamarca, el ejército que mandaba el capitán quiteño se desbarató, y por lo mismo desapareció uno de los apoyos más poderosos con que contaba la conservación de la monarquía peruana.

Calicuchima antes de entrar a ver a su rey, se descalzó 30 primero y tomó sobre sus hombros una carga pequeña, que se la dió uno de los indios que habían llegado en su compañía. Así que vió a Atahuallpa, se echó a sus pies y se los abrazó

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