Imágenes de páginas
PDF
EPUB

se dirige, no necesite trigo, sino carne; y es claro que el cambio tiene que fracasar.

En segundo lugar, puede ocurrir que aun coincidiendo la oferta con la demanda, se trate de un artículo indivisible que valga más que el otro y no pueda establecerse la equivalencia. Es un caballo, ó es una vaca, lo que se ofrece en cambio de un sombrero 6 de otro artículo de menos valor; y el cambio fracasa también.

En tercer lugar, la permuta excluye toda medida común y fácil de los valores. El precio corriente de cada artículo, consistiría en una larguísima lista de todos los otros productos que pueden darse en cambio. Tendría que decirse que una fanega de trigo vale tantos sombreros, ó tantas arrobas de azúcar y así sucesivamente en interminable lista. Bajo el régimen de la compraventa, la moneda sirve de común denominador de todos los valores, de manera que los precios se fijan en moneda y no en otro producto, diciéndose entonces, por ejemplo, que la fanega de trigo vale 5 pesos, y del mismo modo con todos los productos y servicios susceptibles de ser cambiados.

Son esas tres circunstancias las que han obligado á todos los pueblos en vías de civilizarse, á buscar un producto que sirva de agente intermediario de los cambios y de medida común de todos los valores.

Una vez que la moneda interviene, la permuta se desdobla en dos operaciones enteramente distintas, una de venta y otra de compra. El individuo que tiene trigo y necesita un traje, comienza por vender el trigo por cierta cantidad de monedas, y una vez provisto de ellas, compra el traje en cualquier parte, desde que la moneda que ofrece en cambio es aceptada por todo el mundo. La compraventa, aunque compuesta de dos operaciones, se hace, sin embargo, mucho más rápidamente y con menores tropiezos que la permuta, cuya única operación exige coincidencias en la oferta y en la demanda, difíciles de realizarse, y presupone además largos debates sobre los precios en cada acto de cambio.

No todos los productos sirven de la misma manera de moneda. Es forzoso, desde luego, que el producto sea buscado y aceptado por todos, puesto que si se le rechaza en los cambios, no llenará sus funciones naturales de intermediario. Y se requiere además que sus variaciones de valor sean pequeñas é insensibles, pues de otro modo no podría servir para medir á los demás valores.

Se ha propuesto algunas veces el trigo como moneda; pero

aparte de otros inmensos defectos, es evidente que su valor está sujeto á grandes y bruscas oscilaciones, según sea el resultado de cada cosecha anual,-y esas oscilaciones impedirían tomarlo como moneda.

Claro que no puede encontrarse para medir los valores un producto que valga siempre lo mismo y tan inalterable como lo son el metro para las extensiones, y el kilogramo para los pesos.

El valor es el juicio que nos formamos acerca de la utilidad de una cosa y del trabajo que ella representa ó debe representar. No hay, pues, valores absolutamente fijos, puesto que basta que cualquiera de los elementos constitutivos, la utilidad ó el trabajo, varíen, para que en seguida varíe también nuestro juicio sobre el valor. Pero puede sí buscarse y encontrarse una mercadería que varíe menos que las otras, que esté sujeta á oscilaciones menos bruscas y casi insensibles en pequeños períodos de tiempo.

consumo

El oro sobre todo y la plata en menor escala, llenan admirablemente esa condición, debido por un lado á que su aumenta constantemente y por otro lado á que la explotación de las minas sigue una marcha regular y no causa en el mercado alzas y bajas súbitas, como puede ocurrir con la generalidad de los productos.

Esos dos metales, aparte de la mayor estabilidad de su valor, son de fácil transporte, no se destruyen ni desgastan sino muy paulatinamente y tras larguísimo uso, no pierden i desmerecen en nada por el hecho de la división, condensan en poco volumen un gran valor, reuniendo así todas las cualidades salientes para servir de agente intermediario de los cambios y de medida común de los demás valores.

Se explica entonces que hayan sido adoptados y continúen siéndolo por todos los pueblos civilizados, con la sola diferencia de que algunos han establecido como única moneda, ya el oro, ya la plata, mientras que otros aceptan los dos metales simultáneamente. El primero de esos sistemas es el monometalismo ó de talón único, que sólo acuerda valor chancelatorio ilimitado á un metal, quedando excluído el otro metal, ó lo que es más general, reducido á simple auxiliar de los cambios. El segundo es el bimetalismo ó de doble talón, en el que ambos metales tienen valor chancelatorio ilimitado, de manera que el deudor cumple entregando oro ó plata indistintamente, cualquiera que sea el monto de la deuda. Los partidarios del bimetalismo alegan en apoyo de su doctrina

que la coexistencia de los dos metales atempera las crisis monetarias, por cuanto es muy difícil que la crisis actúe á la vez sobre el oro y sobre la plata. Si es el oro el que se enrarece y se exporta de un país, quedará la plata como moneda circulante, continuando así sin tropiezos los cambios, que de otro modo tendrían que sufrir muchísimo.

Pero en el hecho, el bimetalismo rara vez existe realmente y los países que lo tienen adoptado en su legislación monetaria, son alternativamente monometalistas oro ó monometalistas plata, quedándose siempre con el peor y más depreciado de los dos talones.

Existe una ley formulada por Tomás Gresham, según la cual la mala moneda arroja siempre á la buena del mercado, sin que entretanto la buena moneda pueda arrojar de la misma manera á la mala.

Supóngase que la legislación monetaria de un país asigne el mismo valor de un peso á dos monedas de oro, de las cuales una tiene mayor cantidad de oro que la otra. Las dos gezarán de igual valor chancelatorio, de igual valor legal, pero una de ellas tendrá mayor valor comercial que la otra.

El joyero que tome esa moneda de mayor valor comercial y la haga fundir, ó el banquero 6 simple cambista que la exporte para otros países, ganarán una buena comisión, consistente en la diferencia entre el valor comercial de esa moneda y el valor comercial de la otra que circula con la misma fuerza chancelatoria.

Vamos á citar dos hechos ocurridos recientemente en el Río de la Plata, que patentizan bien la verdad de la expresada ley de Gresham.

La libra esterlina y la moneda francesa de 20 francos, eran hace pocos años entre nosotros, las piezas más corrientes, las que más abundaban en la circulación. Es un hecho, entretanto, que hoy escasean de tal modo, que hay que ir á las casas de cambio para ver alguno que otro ejemplar disperso de ellas.

Lo que ha pasado es bien sencillo. Nuestra legislación monetaria daba y da hoy todavía á la libra esterlina y á los napoleones menos valor del que tienen en realidad por su cantidad de metal fino en la legislación de otros países; y los banqueros y cambistas las han ido exportando á medida que las acaparaban, ganándose así una excelente diferencia. Baste decir, para que se vea que la comisión no era despreciable, que algunos bancos y

agencias de cambio, publicaron por mucho tiempo avisos ofreciendo un premio sobre el valor de las libras y napoleones.

El resultado ha sido que esas dos buenas monedas fueron desalojadas de la plaza de Montevideo por la mala moneda, ó sea por otra de menor valor intrínseco que ellas, pero de igual valor legal.

Un ilustrado compatriota que se ha ocupado mucho de nuestra legislación monetaria, ha sostenido recientemente que la cantidad de metal fino de mil libras esterlinas supera en 5 pesos al valor legal de las mismas 1000 libras en la plaza de Montevideo.

Ha pasado entonces aquí, aunque en muy pequeña escala, algo parecido á lo que ocurrió al Japón después de su alianza comercial con la Inglaterra y Estados Unidos.

Los japoneses tenían una moneda de oro llamada kapanga, cuyo valor legal era solamente el tercio de su valor comercial en los demás países, y resultó que los primeros comerciantes que fueron al Japón se dedicaron con una voracidad muy explicable á la exportación de todas las kapangas, consiguiendo con ese solo acto de cambio triplicar su capital.

Otro hecho ocurrido en el Río de la Plata, en comprobación de la ley de Gresham, es la incesante exportación de las monedas de cobre argentinas.

En estos últimos años, en que el papel inconvertible ha sufrido notables oscilaciones, cada inmigrante que regresaba á su país se convertía en cambista, acaparando monedas de cobre que tenían igual valor legal que los billetes inconvertibles depreciados, pero cuyo valor real era y es muy diferente.

La diferencia de valor intrínseco, constituía una regular ganancia, que alentaba la incesante exportación del cobre, sin que al principio nadie atinara con la causa de la escasez de la moneda que así se escurría sigilosamente en el bolsillo de los que regresaban á su país. Pero esa explicación apareció bien clara, una vez que la prensa italiana denunció las constantes entradas de monedas de cobre argentinas que iban á gozar allí de su valor natural.

El Gobierno Argentino, que se preocupa ahora de hacer una nueva acuñación, tiene el propósito de reducir la cantidad de metal, á fin de suprimir la prima que mantenía y estimulaba la exportación.

He ahí, pues, otro caso que comprueba la verda de la ley de

Gresham, pues se ve que la mala moneda, que es el papel inconvertible, expulsa á la buena moneda del mercado, toda vez que á igual valor chancelatorio, el comercio le asigna prima al cobre sobre el papel.

Pues bien: la ley de Gresham, que vemos así actuar de una manera tan enérgica, basta y sobra para resolver la vieja controversia entre el monometalismo y el bimetalismo, demostrando de un modo irrefutable que en todo país que tenga dos padrones monetarios, naturalmente el uno ha de expulsar al otro, y lo que es grave, que será dueño de la plaza el peor y más depreciado de los dos metales aceptados por la ley.

La Francia es un país bimetalista y en ella el oro y la plata sirven indistintamente para chancelar cualquier deuda, habiéndose establecido que un gramo oro bajo la forma de moneda, equivale á 15 y 1/2 gramos plata.

Si los dos metales marcharan paralelamente, depreciándose y valorizándose juntos, sin que ninguno de los dos consiguiese alterar la enunciada equivalencia de 1 á 15 1,2, es claro que la ley de Gresham no podría cumplirse y el bimetalismo sería un sistema real y positivo.

Pero esa marcha paralela en el sentido de la suba ó de la baja de los dos metales, es perfectamente imposible, pues las oscilaciones de un producto dependen de multitud de causas que jamás actúan con igual energía sobre dos valores á la vez.

Aumenta la producción de un metal por el descubrimiento de nuevas minas, aumenta la demanda de ese mismo metal para ciertas aplicaciones industriales; ó al contrario, disminuye la explotación y disminuye la demanda para aplicaciones industriales.

En esos casos el valor del metal subirá ó bajará; pero se comprende bien que siendo causas tan variadas las que pueden promover la oscilación, lo natural, lo lógico es suponer que esas causas en el mismo momento no actuarán con igual energía sobre otro metal distinto.

Ahora bien: si eso es lo natural y lo lógico, claro está que apenas se altere la equivalencia de 1 á 15 12 en el valor intrínseco de los dos metales, una de las monedas se torna en buena y otra en mala, entrando á actuar entonces la ley de Gresham hasta desalojar la primera é implantar así de hecho el monometalismo del peor metal.

En 1865 se formó una liga monetaria, llamada la Unión Latina,

« AnteriorContinuar »