PROLOGO AL LECTOR. UISIERA yo, si fuera posible (lector amantísimo) excusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mí D. Quijote, que quedase con gana de segundar con este. De esto tiene la culpa algun amigo de los muchos que en el discurso de mi vida he grangeado antes con mi condicion que con mi ingenio: el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso D. Juan de Jáuregui, y con esto quedára mi ambicion satisfecha, y el deseo de algunos que querrian saber qué rostro y talle tiene quien se atreve á salir con tantas invenciones en la plaza del mundo á los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: este que veis aqui de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño, la color viva antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies: este digo que es el rostro del autor de la Galatea, y de D. Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso á imitacion del de Cesar A esto se aplicó mi ingenio, por aqui me lleva mi inclinacion, y mas que me doy á entender (y es así) que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extrangeras, y estas son mias propias, no imitadas, ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa. Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los trabajos de Pérsiles, libro que se atreve á competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza; y primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de Don Quijote, y donaires de Sancho Panza: y luego las Semanas del Jardin. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mias; ¿ pero quién pondrá rienda á los deseos? Solo esto quiero que consideres, que pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran Conde de Lemos, algun misterio tienen escondido, que las levanta. No mas, sino que Dios te guarde, y á mi me dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí mas de cuatro sotiles y almidonados. VALE. RINCONETE Y CORTADILLO. En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla á la Andalucía, un dia de los calorosos del verano se hallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce á quince años el uno, y el otro no pasaba de diez y siete: ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa no la tenian, los calzones eran de lienzo, y las medias de carne; bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates tan traidos como llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que mas le servían de cormas, que de zapatos: traia el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda: á la espalda, y ceñida por los pechos traia uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga: el otro venia escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le pare |