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se empeñaron en honrar al agricultor y á la agricultura.

En

La Persia, por ejemplo, tiene una fiesta solemne destinada á despertar el amor y el entusiasmo por el cultivo de la tierra madre. cada año se ha señalado un dia, en el cual el poderoso monarca del persiano imperio, se despoja ante su pueblo de su púrpura, de su cetro y corona, para confundirse con sus súbditos y tomar parte en sus faenas y tareas; así en ese dia de espansion, la monarquía abandona su pompa, el pueblo se eleva por el trabajo, y no hay distinciones, ni clases.

La China misma tiene una fiesta que coincide perfectamente con aquella.

El señor del celeste imperio, abandona tambien durante ocho dias consecutivos de cada año su cuotidiano esplendor, su corte y su regia pompa, para convertirse en el primer agricultor, en el operario mas asíduo, honrándose en que su pueblo vea correr el sudor por su rostro.

Mas aun, toma en sus reales manos el arado que conduce orgulloso, abriendo los primeros surcos; luego empuña la zapa, para preparar las tierras que han de recibir las semillas que

mas tarde darán abundante alimento á nobles y plebeyos, grandes y pequeños, ricos y pobres.

Roma, la señora del mundo, se empeñaba en los primeros tiempos de la República en protejer y enaltecer la agricultura, por medio de sus leyes y por la accion de los magistrados.

El culto público y sus sacerdotes se encaminaban á este objeto, y aun pedian á los dioses la fertilidad de los campos, como el bien supremo: fué tanto, que los cónsules, los dictadores y los magistrados de la República se honraban en descender de su elevada posicion, para cultivar la tierra por sus propias manos, retemplar el amor al trabajo, y dar ejemplos saludables á los ciudadanos; pero Roma, Persia, la India, Esparta y otros pueblos, embriagados en sus pasiones, en sus vicios y estravíos, abandonaron, como el Perú, lentamente el cultivo de los campos que daban dicha y felicidad á esos pueblos, para entregarse á las conquistas, al despotismo y la barbarie.

Pusieron el arado, la hoz y la zapa en las manos inhábiles de los infelices y desventurados esclavos, para empuñar tan solo la maza y la rodela.

Por último, España descuidó tambien su propio suelo, su riqueza natural, halagados tan solo sus monarcas y ambiciosos señores, con el aspecto seductor del oro que arrancaban á la América.

Se cuidaron poco ó nada los reyes, de la industria de su nacion, y sobre todo, del cultivo de sus fértiles tierras, porque no pensaban mas que en organizar leyes, pragmáticas y tiránicas disposiciones para el Nuevo Mundo, á donde enviaban mandones y vireyes sedientos siempre de oro, los cuales no pensaban en otra cosa que en satisfacer sus ambiciones, cometiendo todo género de atrocidades é injusticias, en busca siempre del codiciado metal, tan necesario para la sed insaciable que tenian de riquezas. Así, en las altas regiones de la monarquía española, en los centros comerciales, y en todos los pueblos, no se hablaba de otra cosa, sino del oro de la América, de las abundantes minas del Perú, etc.

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¡Pobre Perú! ¡ codiciada tierra! en medio de tantos males y combates como habiais sufrido, aun te estaban reservados otros mayores, y de ellos nos vamos á ocupar.

CAPITULO X

La noche del terremoto.

La ciudad de Lima se embellecia, con el adelanto de la arquitectura; el comercio se desenvolvia á la riqueza; su marina y su propiedad territorial, iban en aumento, aunque sus leyes é instituciones estaban inspiradas en la aristocracia y en el servilisino del monarquismo español.

La educacion general habia avanzado demasiado en el sentido de la despreocupacion y retrocedido notablemente en el de la moral.

La malicia aparecia desde la infancia, las pasiones carcomedoras empezaban á imperar, antes que el cuerpo hubiera adquirido el grado de vigor y fortaleza necesarios, de lo que resultaba, que tierna aun la planta, era ya combatida por los vicios y las pasiones sensuales, que le arrebataban la savia preciosa y necesaria, empobreciendo, aniquilando y destruyendo su constitucion.

La vida doméstica era demasiado libre.

Los hábitos sociales un tanto licenciosos.
El consorcio conyugal, disminuia visible-

mente.

La pubertad arrebataba sus facultades á la virilidad.

La virilidad, usurpaba las suyas á la edad provecta, y de este modo, la vejez y la decadencia, no se hacian esperar largo tiempo.

En fin, Lima dejaba entrever claramente, sus conquistas en los progresos y goces materiales, en tanto que se entregaba á las distracciones, placeres y demas, que formaba el triste cortejo de lo que entonces se empezaba á llamar civilizacion; pero tambien se percibia su retroceso en las nociones de la moral, de la religion y de la virtud; como si esos mal encaminados pueblos, hubiesen vuelto á la época funesta del politeismo ó del estravío de la razon humana, acariciando las perturbadoras ideas del pan

teismo.

El corazon de aquella sociedad ardía en fuego erótico, tributando culto y adoracion á la mujer libidinosa, es decir, habian derribado el altar del Dios de Moisés, para colocar en su lugar los repugnantes ídolos de sus divinidades amo

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