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ideas, unas en pos de otras, así como en el otoño vemos que se van desprendiendo las marchitas y amarillentas hojas, que el viento fresco del sur se encarga de desparramarlas en diversas direcciones; mas Lina se decia: sí, las hojas viejas caen unas tras otras del tronco paternal, pero vuelve la primavera y retoñan otras nuevas, frescas y verdes; en tanto que mis ilusiones no retoñarán, ni habrá para mí nueva primavera, frescas esperanzas, ni verde porvenir.

Oh! la primera impresion de amor en el corazon de la muger, es dulce como la ambrosía de los dioses, cuando ella marcha en el concierto tierno de la reciprocidad; mas cuando esa impresion es vaga, cuando la vemos alejarse, cuando la sentimos morir, ¡ oh! entonces es cual ajitada tormenta que pasa sobre nuestro sér, que troncha nuestras afecciones y que desgaja nuestras floridas esperanzas; dejando en el fondo del corazon, vacío, pena y soledad, como la ponzoña letal que envenena nuestros dias, que corroe y mata nuestras ilusiones.

Bajo estas consideraciones se hallaba la bella huérfana, cuando empezó á oscurecer, llegando

esa hora melancólica, en que el lúgubre tañido de la mística campana de la parroquia, invita á los fieles á orar; entónces empezó con recogimiento sus rezos por su bien recordada madre y por su padre querido.

Terminado esto, se sentó en una silla baja, y empezó á recorrer su memoria evocando sus recuerdos, los cuales no podia separar del jóven marino, y examinado todo con calma, comprendió Lina que su corazon habia dado acceso á una impresion tan dulce, como nueva para ella.

Aquella semana pasó como un siglo, pues los minutos, las horas y los dias, le parecian interminables, y solo ansiaba la llegada del domingo siguiente.

pa

Al fin terminó el sábado, cuya noche le reció eterna; amaneció el domingo iluminado por un sol tan radiante y delicioso, como jamás lo habia observado. La claridad de aquel dia le parecia que traía aparejada una alegría que exaltaba su espíritu, y tanto era así, que jamás habia llegado á sus oídos el canto alegre del zorzal, el trino amoroso de la calandria y dl inqui to gilguerillo; al menos antes, no se habia dado cuenta de ello.

Su corazon, sin saber por qué, amanecia contento, alborozado y feliz; así es que aquel domingo su arreglo personal fué mas esmerado que de costumbre, y parecia que queria estar lo mas bella posible.

Al fin salió de casa antes del primer toque de la misa, tal era su impaciencia, y entró en la iglesia llena de contento: una mirada escudriñadora dirigió cautelosamente en torno suyo, pero sus ojos no tropezaron con el objeto que ellos buscaban; mas como á impulso de su impaciencia habia ido á la iglesia antes de la hora necesaria, se resignó á esperar, y en el entretanto empezó sus oraciones, abriendo su devocionario.

Llegó la hora de la misa, salió ésta; se terminó, pero el marino no se presentó, y Lina abandonó el templo bajo la impresion mas desagradable, formando algunos tristes comenta

rios.

Ella se decia; me habré equivocado? ¿ no se dirigirian á mí sus miradas?; estará enfermo ?; en fin, abandonemos estas ideas y no amarguemos mas este pobre y desventurado corazon.

El domingo siguiente Lina iba á la iglesia

ya resignada, con menos agitaciones y un tanto calmada sobre cuanto habia pasado; pero al entrar vió á mano izquierda sentado en un banco al jóven marino, pálido, con cierta tristeza en la mirada que revelaba claramente que habia estado enfermo. Al verse uno y otra parece que hubieran sido movidos por un mismo impulso secreto, pues un lijero y casi imperceptible movimiento advirtió al uno y á la otra que ambos se saludaban desde el fondo de su corazon y sancionaban su mútua inclinacion.

Aquel jóven no quitó ni un momento sus ojos de Lina, pues cada vez que ésta llevó los suyos á donde él estaba, se encontraban con los del marino llenos de interés, de súplica y de

amor.

Terminada la misa se levantó la huérfana para salir, y muy luego hizo otro tanto aquél. Al llegar á la pila del agua bendita, Lina arregló su mantilla, para dejar libre su mano derecha á fin de tomar el agua y persignarse, pero en este momento, y sin ella apercibirse, cayó al suelo su pequeño pañuelito de hilo blanco.

Al verlo caer, el jóven corrió á levantarlo para dárselo á aquella señorita, al mismo tiem

po que ésta, echándolo de menos, daba vuelta para buscarlo; pero aquel jóven en vez de correr presuroso á entregarlo á su dueña, dió involuntariamente un paso hácia atrás, apretó el pañuelo en sus manos é hizo un ademan, como interrogando á Lina si le permitia conservarlo en su poder.

Ella ruborizada hasta lo infinito, se asustó, retrocedió y salió presurosa de la iglesia, abandonando su pañuelo en manos del marino, quien quedó contento con esta victoria que le daba un trofeo de inestimable valor y salió tambien del templo siguiéndola como otras veces á una respetuosa distancia; pero la huérfana no dió vuelta, ni una sola vez, lo cual intranquilizó un tanto al tenaz perseguidor que temió haber desagradado y acaso héchose acreedor á su justo enojo.

Lina entró en su casa un tanto agitada con el incidente que habia tenido lugar, cambió de ropa y abrió un poco su ventana, para que entrase el aire fresco, pero al hacerlo se encontró con aquel jóven que á la sazon pasaba por la calle, quien al verla se inclinó sacando su gorra de una manera tan graciosa como elegante.

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