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puesto que no hallariais completa la felicidad, ni uniriais vuestro destino al mio, sino en tanto que me juzgaseis digna de vos mismo.

Este viaje que vais á emprender, Enrique, compromete vuestra vida, y esto causa mi dolor; ¡ si me fuera posible reteneros, si pudiera impedir ese viaje que me espanta!

Enrique muy luego le dice: eso que pensais es imposible, Lina, porque seria indigno de un militar esquivar los peligros, y vos que me amais, no podeis pretender mancillar mi carrera, ni oscurecer mi nombre.

Si el destino adverso quisiese arrebatarme la vida, me consolará la idea de que cuando oigais pronunciar mi nombre, se llenarán de lágrimas vuestros bellos ojos, recordareis que os amé mas que al vivir, y que mi corazon fué vuestro hasta mi último latido.

Oh! Enrique, callad, no lacereis mi corazon; no acibareis mas mi amargura, pues, acaso mañana, cuando se levante el nuevo sol, esclamaré—¡ no le verán mas mis ojos! y moriré de dolor.

-; Morir vos, Lina? no, Dios velará sobre vuestros dias, conservará esa existencia para mí

tan querida, y sancionará nuestra union eterna, para cruzar juntos la vida y morir unidos.

Escuchad, amiga mia, lo que voy á deciros: mañana á las ocho de la mañana iremos á la iglesia de Santo Domingo, donde nos conocimos, donde nació en nuestros pechos la primer chispa de amor, y allí ante Dios, juraremos nuestra union.

Os esperaré, Lina, á la hora indicada; ; os será agradable este paso?

-Sí, Enrique, iré y en los altares del templo os entregaré mi corazon, que ya os pertenece. Luego se despidieron los amantes......

**

Lina pasó una noche de agitacion, con las impresiones conmovedoras del dia precedente; se levantó mas temprano que de costumbre, arregló su habitacion, se vistió de negro, y, antes de las ocho, entraba ya en la iglesia conforme á lo acordado.

Un momento despues se dejó ver Enrique. Ambos oyeron con recogimiento la misa que salió en el altar de San José.

Terminada ésta empezó á salir la gente, pero Lina y Enrique quedaron casi solos.

Lina estaba de rodillas, rezando, aunque con alguna agitacion; muy luego se acercó Enrique se puso tambien de hinojos, y con voz baja, dijo: Dios de bondad, juro ante tu sagrada presencia no ser de otra mujer sino de Lina Montalvan.

La huérfana á su vez repitió en voz muy baja Oh, Dios de bondad! juro ante tu sagrada ¡ presencia no ser de otro hombre que de Enrique Castilla.

Ambos se estrecharon las manos, y uno al otro se miraron con ternura y abandonaron el templo, volviendo luego á reunirse en casa de la huérfana.

Enrique manifestó á Lina lo que pensaba hacer en el poco tiempo que le quedaba, la manera y conducto por el cual le escribiria para darle y recibir noticias, y por fin despues de tener una larga y cariñosa conversacion se despidió Enrique para ir en seguida á ocuparse de los asuntos de su viaje.

los

Lina prestó el oido atento, á fin de escuchar pasos de su amado que se iba alejando len

tamente, pero que cada uno de ellos resonaba como un éco en el fondo de su corazon.

Ya no le quedaba esperanza alguna á la pobre Stella del mare.

Enrique se ausentaba sin poderlo impedir y este viaje era para ella de funesto augurio.

Cuando se vió sola cerró la puerta de su cuarto con cierto desaliento y se abandonó entonces á todos los transportes de su justo dolor, con su corazon oprimido, dejándose caer con abandono y pesantez sobre una silla que estaba al lado de su pequeño lavatorio.

¡ Cuántas ideas contradictorias, tristes y penosas no se presentaron á la imaginacion de aquella desdichada! ¡Cuántos temores no se dibujaron en el cerebro de la huérfana! Mas, otra lucha interior se agitaba en el fondo de su alma y para la cual no estaba preparada, era su amor á Enrique y la idea terrible de la separacion.

Le parecia que Enrique era su único, leal y fiel amigo, el solo hombre en quien podia confiar, y ci que, amándola, respetaria su virtud y la protejeria contra los azares de la vida.

CAPITULO XV

La cadena de pelo-El anillo de oro-La oscuridad.

Dos dias habian corrido rápidos como dos horas, y estos dos dias fueron bastantes para contaminar el corazon delicado y tierno de la huérfana. Las visitas frecuentes de Enrique en estos momentos precursores de la separacion, la idea de la ausencia y la aproximacion del terrible momento del adios fatal, tenían agitado el corazon de la huérfana, que habia adquirido el hábito de ver á Enrique á cada momento.

Se aproximaba la noche del segundo dia, en que Enrique vendría á pasar algunas horas con ella y á darle su último adios, puesto que al otro dia á las seis de la mañana, debia estar á bordo de su navío y á disposicion de su gefe.

Despues de la oracion, Lina empezó á arreglarse, para recibir por última vez, la visita de Enrique. Elijió lo mejor que tenia, como para estar mas bella que de ordinario; arregló su abundante y oscuro cabello con dos graciosos rizos que descendian hasta sus hombros, colo

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