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asustado y aturdido, se encuentra confuso, febril, delirante y ciego, vagando entre el temor y el

amor.

Pretende soltar los broches del vestido de la huérfana, para ver si se facilitaba su respiracion, pero casi no veia, pues la vela que alumbraba aquel triste cuarto se habia consumido y parecia tambien que iba á espirar, así es que no veia bien claro; pero haciendo un esfuerzo, rompe los broches del vestido, despedaza, ciego, el cordon del corsé y entonces, un prolongado suspiro exhala el alma apasionada y dolorida de aquel ser divino que él recoje en sus propios labios de fuego, teniendo aquel dichoso mortal en su presencia todos los tesoros abandonados, de la belleza y de la belleza amada!!.........

Solo quedaron sombras vagas y agitadas, oscuridad y silencio, oyéndose apenas los lamentos cadenciosos de las brisas pasajeras que envolvieron aquella funesta escena en el manto movible del misterio y de la desolacion.

CAPITULO XVI

La vuelta de la aurora, el adios y la desesperacion.

No hay nada mas hermoso que presenciar la vuelta del nuevo dia, cuando empieza en Oriente á dibujarse esos fantasmas de fuego vaporosos, que van pasando y cambiando caprichosamente de formas y de color, hasta que el poderoso Febo en su carro magestuoso se va aproximando, envuelto entre su purpúreo manto, arrojando rayos luminosos, como el Dios de la creacion, que viene á dispensar vida y calor á los mundos; diciendo con voz prepotentesombras misteriosas, densas nieblas, horrenda oscuridad, huid, huid, dad paso á mi estupendo y benéfico ser, dejad que brille mi luz radiante.

El canto armonioso y suave de la apasionada alondra y el de la dulce tortolilla que empezaban á trinar sus amores y festejar dichosos la nueva aurora, vinieron á advertir á los amantes de la calle de las Mercedes, que aquella noche de emociones gratas habia pasado y que era forzosa la separacion......

Enrique estrecha entre sus brazos á su amada, imprime en sus labios un ósculo de despedida, y con los ojos arrasados en lágrimas se dispone á abandonar aquel humilde cuarto, donde habia pasado los momentos mas dichosos de su vida, momentos que jamás se borrarían de sus recuerdos; mas Lina esclama ¿por qué os ausentais tan pronto, Enrique?

-Es que empieza á despuntar la claridad precursora del alba, y dentro de poco, vendrá el dia, dijo Enrique.

-En efecto, repuso aquélla, empiezo á percibir alguna claridad.

-Sí, pero esa luz que brilla suave y apacible en este cuarto, es producida por los rayos que arrojan vuestros ojos hermosos, que así como los planetas alumbran el firmamento, tambien los vuestros iluminan mi felicidad.

Ambos se abrazaron con ternura, para fundir sus almas en un solo crisol: el silencio los rodea, pero, no obstante, Enrique oye y siente sobre su pecho el presuroso latir del corazon de Lina, como si sus palpitaciones estuviesen remedando el batir de las alas del Cisne mitolójico de Leda: los amantes se estrechan mas y mas, como dos

lirios entrelazados por las brisas agitadas de la muriente tarde; pero al ver la huérfana los destellos del nuevo dia que viene á arrebatarle su amante, esclama: ¡Oh! dadme un negro crespon para ocultar los fulgores de ese astro radiante que pretende desunir nuestros brazos, cuando estaban asidos como se ase la trepadora yedra que envuelve y oprime el tronco del viejo urunday, sin que las abundantes aguas, ni los impetuosos vientos consigan jamás verla desasida de su amplexo eternal.

-¡Oh, Enrique! ya os vais? y despuntó una lágrima de sus ojos. Os vais, amigo mio, cuando cruza por mi mente la triste idea de que ésta será la vez postrera que nos veamos en la tierra, y que solo nos volveremos á encontrar allá en la patria de los bienaventurados, entre los rosados resplandores de la eternidad.

-Lina, le dice Enrique, estas horas de felicidad que he gustado á vuestro lado, han cruzado para mí como breves minutos, y el cruel destino me obliga á dejaros cuando quisiera que este abrazo se prolongara por siempre.

-Mirad, Enrique, repone Lina, ese lúgubre

y triste canto de la calandria, que ahora llega á mis oidos, desde el castaño que está en la huerta, donde ella tiene el nido en que cobija á sus hijillos con maternal amor, me recordará con sus cantares, vuestro cariño y este abrazo que aun está latiendo en mi corazon, así como el timbre de una campanilla repite sin cesar sus vibraciones.

-Observad, amiga mia, esas fajas de luz que empiezan á diseñarse allá en Oriente, son las antorchas del Cielo que concurren á alumbrar vuestra imágen en este humilde templo; pero á mí, como á vos, me asalta la lúgubre idea de que esa luz se apagará bien pronto, y que, acaso, no volverá á lucir para ambos, sino cuando estemos allá arriba, donde no hay noches ni tardes, sino el claro divino de la........Inmortalidad.

Venid, Lina, acercaos mas á mí, aquí sobre mi corazon,.....¡ yo os amo!.....dejadme gozar oyendo vuestro eco seductor y armonioso, viendo esos ojos que levantaron en mi pecho amor inestinguible. Luego cesaron las sonrisas, sobrevinieron las lágrimas, se oyó un adios solemne é imponente, que solo fué escuchado por Dios,

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