Imágenes de páginas
PDF
EPUB

el aire, el océano, y la tierra, testigos mudos de esta despedida dolorosa.

La desolada huérfana sigue, con todas las potencias de su alma abatida, los pasos de su amado que lentamente se alejaba.

Corre á su pequeña ventanilla, anegada en lágrimas, ve á su amante que caminaba presurosamente y que daba vuelta á cada instante para saludarla: ella le ajita su pañuelo una y cien veces, y cuando aquel ha desaparecido, cierra desconsolada y llorosa su ventana, se deja caer sobre una silla que habia quedado al lado de la cama, oculta su hermoso rostro entre ambas manos, como si pretendiera sustraerlo á las miradas del mundo y aun á las suyas propias; sus lágrimas ardientes corren en abundancia, y recien entónces vuelve sus recuerdos al cercano pasado, pesa su bárbara situacion y entrevé la perspectiva de su funesto porvenir.

Lina juntó sus manos, alzó sus llorosos ojos al cielo y despues los fijó en el cuadro de nuestra Señora de las Mercedes, dirijiéndole una silenciosa y contrita plegaria.

Habia perdido á su Enrique y caido en el verdadero infortunio.

¿Qué le quedaba en el mundo?
¿Qué esperanzas se ofrecian á su vista?
Nada, sino vacío, amargura, incertidumbre y

dolor!

Le faltaba ahora á Lina el vigor de la conciencia y el heroismo de la virtud, no solo para su reposo, sino tambien para su tranquilidad y puede decirse que el brillante edificio de sus dichas y de sus esperanzas, se habia derrumbado al empuje del huracan de las pasiones.

Sus dias eran opacos, solitarios y amargos, los pasaba entregada al trabajo; pero cada hora de su tiempo cruzaba como una pesadilla constante y abrumadora.

Su salud languidecia con el recuerdo de un momento de delicias, de placeres y olvido, sin poder entrever ni esperar dias claros y serenos que pudiesen venir á endulzar un tanto la amargura de su vivir, la pertinacia de su dolor.

El tiempo corria veloz y no recibia carta alguna de Enrique, viendo pasar un mes y otro, hasta que al fin perdió la esperanza de obtenerlas.

¿A qué atribuir este terrible é injustificable silencio?

Se hallará enfermo?

Me habrá olvidado?

Oh! estas ideas atormentaban el corazon de la huérfana, labraban su dolor y acibaraban su mísera existencia.

CAPITULO XVII

La primera carta.

Como seis meses mas o menos habian corrido desde la partida de Enrique, cuando un dia, ¡dia feliz!, despues de su frugal desayuno, Maria vino á anunciarle que traian una carta para ella.

¡Oh! momento reparador y supremo!

-i Dónde está la carta, Maria? dádmela, pronto.

Oh! señorita, yo no la tengo, el jóven que la trae no me la quiso dar, aun cuando yo se la pedí con instancia, pues queria tener el gusto de ser yo quien se la diese para ver la cara que Vd. pondria, pero dijo, debia entregársela en propia mano.

-Bien, id pronto y decid á ese señor que pase adelante; pero ya el conductor de la carta, sin esperar mas, se acercaba por sí solo, y, aproximándose á la huérfana, le dijo: ¿es la señorita Lina Montalvan, á quien tengo el honor de saludar?

-Servidora de Vd.

Gracias, celebro infinito conocer á Vd. y tener esta oportunidad para presentarle mis respetos, y continuó, acabamos de recibir cartas de mi primo Enrique, y me incluye una para Vd., encargándome que inmediatamente de abrir la correspondencia, pase sin pérdida de tiempo á la calle de los Mercaderes y entregue á Vd. en propia mano esta carta; así es que en el acto he venido precipitadamente á cumplir mi cometido.

-Señor, dijo Lina, tomando la carta con cierta agitacion y ruborizada, agradezco á Vd. su solicitud; ; gusta Vd. pasar adelante ?

-Gracias, señorita, tengo que ir á entregar otras cartas y hacer algunas diligencias que me encarga Enrique.

Durante todo este diálogo María no se habia separado y tenia puesto atento su oido decorado con sus grandes, moradas y carnudas orejas, para imponerse bien de todo y estar al corriente del asunto, pues este era su fuerte.

-El sábado, señorita, agregó el sobrino de Enrique, saldrá un buque para España y llevará la correspondencia; si Vd. desea escribir, tendré

« AnteriorContinuar »